¿Quieres despedir a tu mascota? Puedes hacerlo en el nuevo canal de EL COMERCIO

Hollywood Boulevard

La discusión venía por la radical peatonalización, la dictadura de los carriles-bici, la tiranía del relajado viandante...

El otro día, en medio de una cotidiana discusión doméstica, alguien me llamó desairadamente 'sigloveintero', así, sin venir a cuento, o quizás viniendo y en ... defensa propia, lo mismo da. El caso es que me clavaron ese rejón en un intento de desbaratar un argumento en el que estaba haciendo de poli malo, abogado del diablo o como se quiera llamar cuando estás pinchando sin piedad con tus galones a un adolescente, habitante de otro planeta generacional. Me dijeron: «Es que tu eres muy sigloveintero», como piadosa justificación y dejándome caer que, al parecer, yo ya casi no tenía capacidad para entender nada. Irrespetuosa estocada en lo más blando por parte de un mini-milennial al que todavía le está creciendo el pie, rematada además por un hondo, odioso y condescendiente suspiro, que ofende más que el peor de los insultos que alguien te pueda lanzar.

Publicidad

La discusión venía a cuento del tráfico, de las nuevas normas de ir a treinta por hora en las ciudades, la radical peatonalización de las ciudades, la dictadura de los carriles bici, la tiranía del relajado viandante, y los odiosos monopatines, patinetes y coñopatines, que no se sabe bien si son inofensivos o máquinas de matar, y que circulan por donde y como les da la santa gana. Nuestro terreno de juego, ring, o tatami, era el Ayuntamiento de Gijón, por haberse convertido en el mejor ejemplo de ponerlo todo patas arriba, de tirar para adelante con su radical proyecto de movilidad sin tener en cuenta la vida real de los gijoneses y sus visitantes, y convertir la ciudad en un mega parque temático, en un centro de entretenimiento y ocio, en un Port Aventura asfáltico. La urbe, en color de rosa. Gijón se está convirtiendo en un intento de Hollywood Boulevard con orbayu, montera picona y zapatilles de marca. Los más modernos del mundo mundial, vanguardismo a tope, y el que quiera venir a Gijón que camine desde el Molinón, que alquile una bici sin pedales, o que directamente, no venga.

Mi oponente milennial argumentaba cuestiones medioambientales de peso, hay que reconocer esto. No voy a discutir el esfuerzo que debemos hacer todos para avanzar hacia una sociedad más sostenible, más limpia, y más respetuosa con el medio ambiente. Dios me libre. También atacaba con el argumento de que hasta hace bien poco los pasos de cebra parecían más una meta que un paso peatonal, y los coches aceleraban en vez de frenar. Ahí exageras, le dije, aunque sí es cierto que eso de pasar lento y sin mirar, como se hace ahora, es hasta ofensivo para el conductor, y hay gente que se pone a enviar whatsapps en medio de la calle. En mi mundo sigloveintero ya podías saltar rápido a la acera, o darte por atropellado. Le conté al milennial una anécdota, para cachondeo de la concurrencia. En los ochenta, un buen amigo mío que puede que lea esto, atropelló con una Vespa, sin carnet y en un paso de cebra, a un peatón que resultó ser nada menos que el jefe de la Policía de Gijón. Como lo oyen. ¿Se imaginan esto ahora, con móviles grabando, redes sociales, y demás tecnología diabólica? Menos mal que la víctima era ágil, muy bondadoso y muy del Sporting. Si no, la tenemos armada.

Tras escuchar la brillante argumentación ambiental y lúdica del joven tertuliano, le contesté que todo eso me parecía muy bien, pero que el otro día había ido al médico en el centro y había llegado media hora tarde; que otro día había querido llevar un sofá a un piso y no había podido; que antes de ayer iba en coche y me atropelló uno en bici. Y así todos los días. Que a mí no me llegan ya las piernas para caminar al galope de extremo a centro, ni la pasta para comprarme un coche eléctrico. Que yo soy de diesel, y tengo la cadera operada. Así que me temo que tendré que irme para siempre de aquí, como si esto fuera Manhattan, para que la gente más guay tenga diez metros para ellos solos en el Muro, y no se me molesten con el infernal ruido de una furgoneta de reparto. Para que paseen, patinen, corran y jueguen mientras en otras calles cercanas apagamos los motores de los coches en monumentales atascos para no contaminar, y de paso ahorrar un poco de combustible, que no de tiempo. En Gijón, sí, no estoy hablando de Madrid, ni de México DF un lunes a las siete. Quiero ver cómo lo hace una ambulancia en la calle Ezcurdia cualquier día a esa hora, por poner un ejemplo.

Publicidad

Al final, y como era de esperar, no llegamos a ningún acuerdo. Es muy difícil que un sigloveintero analógico como yo, jugador de mus y discutidor de chigre, dé su brazo a torcer así como así ante un jovenzuelo. Antes, muerto. Los de teléfono fijo nos crecemos con el dolor. Sus argumentos ocio-urbanísticos y medioambientales estaban muy bien cimentados, todo era pura teoría, como un libro andante. Me parece un mundo perfecto, le concedí, pero qué quieres que te diga, la ciudad es para todos los que la habitan, y para los que vienen a visitarla y, de paso, a dejarse sus dineros en ella. Intenté explicarle que las neveras no se llenan solas, que no todo el mundo tiene tiempo infinito, o dinero para taxis, o piernas para correr por la calle. No todos sabemos dónde, cuándo y cómo coger el bus. Y algunos, hasta tienen padres o abuelos a los que llevar. Así que deja de tocarme las narices, y céntrate, chaval, que la vida es menos bella, tengo prisa, y muchas cosas que hacer hoy en tu permanente patio de recreo municipal. Y fue entonces cuando mi querido contrincante tiró la toalla, meneó su cabeza, y me dejó del todo por imposible.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

1 año por solo 16€

Publicidad