Canal tenía el almanaque en la cabeza y la buena voluntad, en su gran corazón. Un archivo ilustrado, didáctico en la explicación exigidamente precisa, deslumbrante ... ante ese neófito en las tablas periodísticas, voz modulante según requiriera la ocasión y permanentemente dispuesto. Desde su estratégica retaguardia servicial de una mesa convencional sin horario de salida, adaptada a modo de confesionario de cuitas y reparadora incansable de letras atravesadas, siempre atento a socorrer cualquier emergencia. Diligente, comprensivo, el brazo amigo donde depositar la desazón a cambio de que recibieras sin lisonja alguna esa frase alentadora que insuflara tu ánimo ante la adversidad. Ese segundo que apaga el fuego en silencio, esa mano ejecutora imprescindible en el atolladero diario, esa referencia que deja impronta con su saber, ese remanso que transmite tanta confianza a su empresa
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Poseedor de una marca tan auténtica, unánimemente reconocida y tan emotiva con el paso de tan legendaria dedicación que a partir de su jubilación le permitió dejar una huella imborrable. Ese hueco imposible de rellenar y que solo les queda reservados a unos pocos escogidos. Como él.
Es fácil y justo considerarle un estandarte del compromiso altruista. Fruto, sin duda, de su propia tabla de valores intrínsecos en la que tanto se apoyó para cincelar una personalidad imperturbable. Entregado sin desmayo a la causa ejerciente de su Gijón del alma, nada ni nadie le resultaba ajeno en el latir de la villa. Lo hizo desde la atalaya que le suponía una intensa vida profesional entregada con denuedo a EL COMERCIO y que mantuvo con absoluta pasión hasta el día de su última colaboración, pero también observándola tantas veces desde su moto y otras conviviendo con el sentir playu que tan atinadamente supo identificar y compartir. El mejor anfitrión para quien quiere imbuirse del sentimiento gijonés capítulo a capítulo.
Una persona pasional. Vibrando con el pálpito frenético de una redacción; con el temple de una buena tarde de toros aquí y allí, incluso cuando se revestía de la sobriedad propia del asesor presidencial de El Bibio; o preso de las sonrisas y disgustos de su Sporting del alma; incluso gozando con Nadal en París. Firme en sus convicciones políticas, taurinas o deportivas, siempre las sostuvo desde su holgado bagaje cultural, aliñado de una socarronería amenizadora por divertida que tan feliz hizo a cuantos le rodeamos, empezando por Maria Teresa y sus hijos, a quien siempre recordaba con tanto cariño como humanidad desprendía. Irrepetible.
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