Vemos, durante este mes de febrero, que las entidades bancarias presentan su cuenta de resultados y los beneficios obtenidos en 2023.
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Diecimuchos mil millones, veintitantos ... mil millones, treinta y pocos mil millones...
Y a mí me alegra. Me alegra que las empresas ganen dinero. Creo que el único modo de crear empleo en el país es que los empresarios crean que se puede crecer y para eso obtengan beneficios.
A mí me gusta que cualquier empresario esté en beneficios. El zapatero de mi barrio y la eléctrica más grande del país. La mercería enfrente de mi portal y el banco de más volumen patrio. Es una cuestión de mentalidad. Yo creo en la empresa y en el trabajo honrado.
Y hacía mucho tiempo que no iba a un banco. Las aplicaciones que ahora utilizamos nos permiten evitar muchos trámites que antes eran obligadamente presenciales. La contrapartida de esto es que una gran parte de nuestra población, mayor, analfabeta digital o sin medios, no puede acceder a esos medios y, actualmente, padecen el más absoluto desamparo.
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Les decía hace poco que la ITV era un territorio hostil. El banco, incluso el banco de uno, ahora también lo es. Uno acude a la hora de la apertura de la oficina principal de una gran entidad bancaria de Oviedo y al entrar una máquina le obliga a coger un ticket con unas quince opciones. A mi lado, una señora mayor no sabía (yo lo hice con dificultad) exactamente qué opción correspondía a su necesidad.
A las 8.30 cogemos nuestro número. La oficina dice disponer de 24 puestos de atención al público. Solo tres de ellos tienen alguien detrás. En una zona próxima, unos empleados departen amigable y relajadamente mientras los demás esperamos.
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Un señor entra, perdido, y se aproxima a una ventanilla vacía buscando una indicación. Un empleado, sin acercarse – no sea que tenga un virus – le indica con el dedo la maquinita de los tickets. Sin una palabra, ni amable ni fea.
La absoluta desatención. Me recordaba la frase que Ugarte le dirige al implacable Humphrey Bogart que encarnaba al Rick de Casablanca: «¿Tú me desprecias, verdad Rick? Si alguna vez pensara en ti, probablemente te despreciaría».
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Nadie nos miró. Nadie nos prestó atención. Éramos seres molestos que íbamos a perturbar. Diez minutos después comenzaron a llamar por números.
En mi presencia cercana, a al menos dos clientes les enviaron al cajero, pese a su insistencia en que no eran capaces de obtener un resultado en el mismo.
Toda operación que puedan no hacer, no la hacen, con independencia de que el cliente esté allí a primera hora, haya esperado diez minutos y pida por favor que alguien le auxilie.
Salí de aquel banco con el sabor agrio de la derrota. De la derrota del sistema que nos convierte en menos humanos cada día. Que premia la indolencia y la inactividad.
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Y, mañana, veré a los sindicatos de ese mismo banco quejándose de que se recorta personal. Y no me extrañará, lo lamento.
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