La próxima semana hará 20 años de la mayor matanza terrorista en España y en Europa. Nos lo ha recordado EL COMERCIO este fin de ... semana cuando volvíamos a ver aquellas portadas de la investigación que se hizo en este periódico, tan importante y tan premiada.
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20 años desde que Asturias cobrase negro protagonismo por la dinamita que salió de nuestras minas para que los yihadistas matasen a 192 personas, hirieran a 1.800 y dejasen varios miles de hogares sin alguno de sus miembros.
Dos decenios en los que hemos recordado cada aniversario de aquella locura que nos sorprendió a todos una mañana en la que no podíamos creer que mientras estudiantes y trabajadores, amas de casa y profesores, ingenieros y madrugadores, acudían a donde estimaren, las estaciones iban a llenarse de humo y sangre.
Y, veinte años después, que se dice pronto, ¿qué recordamos?, ¿qué sabemos?, ¿qué esperamos?
Recordamos una mañana negra en que los medios de comunicación no eran capaces de explicarnos lo inexplicable. A un necio ministro del interior que compareció con la primera información que le dieron sin contrastar y acusó a la banda terrorista ETA cuando, por una vez, no tenía nada que ver en episodios que nos llenaban de sangre. A un partido de la oposición indecente haciendo carrera política de los muertos y llamando la gente a la calle. Y duelo. Y lloros. Y gente que no sabía qué ocurría ni adónde ir ni quién le podía ayudar. Y, como casi siempre, los médicos y sanitarios, los bomberos, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, jugándose la vida sin pensar en nada más que ayudar y salvar vidas.
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Sabemos que un grupo de terroristas yihadistas se empeñaron en teñir de negro la vida de muchos españoles. Que lo hicieron por ningún motivo, porque ningún motivo puede tener nadie para semejante barbarie. Que 20 años después hay muchas cosas que aún no sabemos y que quizá no sabremos nunca, porque en aquel piso de Leganés se fueron muchos de los datos que hubiera sido interesante obtener. Que, como todos los dramas, hay muchos encargados de mantener teorías conspirativas y otros que se preguntan si las decisiones jurídicas fueron correctas, y si están todos los que son en las sentencias condenatorias de un juicio que, no lo duden, es inmaculado.
Y nuestra historia personal se nutre de muchos triunfos y algún fracaso colectivo. Y ese 11-M seguirá siendo el mayor fracaso como sociedad, por poder tener entre nosotros a un grupo de asesinos despiadados sin poder distinguirles. En nuestras calles, en nuestros transportes, en nuestros supermercados.
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Y, dos decenios después, no sé si podemos saber qué esperamos. Solo acaso que las familias que perdieron a uno de los suyos se hayan recuperado.
Y que nunca más tengamos que ver algo así. Nunca.
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