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Medvedev

En este mundo tan polarizado, tan de buenos y malos, sugiero un poco de 'por favor' hacia los perdedores, con su pesado 'casi' a la espalda

En este tiempo de inagotables y merecidos halagos a nuestro héroe tenístico nacional, sirva esta columna para ir a contracorriente y rendir tributo al gran ... perdedor. El todavía joven Daniil fue engullido de nuevo por un sublime recital Nadaliano, en un perfecto 'imposible is nothing' dominical, en una agonía desde que salió el sol hasta casi el ocaso.

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Se dice que todo héroe que se precie necesita de un buen villano para brillar. Nuestra idea del bien se alimenta de talentosos malvados: el Joker, Gollum, Darth Vader, Hannibal Lecter o Caballo Loco, la lista es interminable. Todos ellos personajes excepcionales, convertidos en perfectos 'sparrings' para el héroe de turno, el mocín de la película. En el deporte viene a suceder tres cuartas partes de lo mismo: Cantona, Fignon, Tassotti, Hamilton, Rodman, Foreman o McEnroe; es infinito el elenco de descomunales tipejos con enorme clase que nos sirvieron para elevar a los cielos a nuestros héroes o mártires, que muchas veces vienen a ser lo mismo, en nuestras películas interiores en las que siempre han de ganar los buenos.

En el reciente Open de Australia, una vez desaparecido el villano 'number one' tras su atasco fronterizo y quizás también mental, este incómodo papelón le quedó servido en bandeja a Daniil Medvedev, su sucesor natural por talento, modales y pintas. Medvedev es un ruso que ejerce de ruso, a diferencia de otros y otras compatriotas 'occidentalizados', blandengues ex-bolcheviques con residencia en Miami, Marbella u otros idílicos lugares alejados de la madre patria, ausentes de carámbanos, himnos y vodka. Se trata de un tipo frío, flaco, blancurrio y desgarbado, que me recuerda al atormentado Raskolnikov de 'Crimen y castigo'. Un jovenzuelo de apariencia desmejorada, con una afilada nariz caucásica, flequillo lacio y cuatro pelajos brotando del mentón, al que resulta fácil de imaginar con un abrigo raído y guantes agujereados, intentando robar una manzana a una anciana en un mercado. Para colmo, su actitud en pista es mal encarada, chulesca y deslenguada. «Mírame a la cara, estúpido», le soltó a un juez de silla el otro día, Español por cierto. Todo ello configura al villano 'de manual', a la postre ración de carne fresca para el depredador Nadal, el 'golden boy' que se venda las manos como un boxeador antes de subir a un ring, como hacía Oscar de la Hoya ante su intimidador villano 'mano de piedra' Durán.

Sugiero que, por un momento, hagamos un esfuerzo y nos pongamos en el lugar del perdedor. Cuando un tipo de estos cae después de más de cinco horas, creo que merece un respeto. En el caso de Medvedev, es la segunda vez que le pasa en la última ronda de un 'grande' ante Nadal, tras la agónica final del US Open del 2019, también a cinco sets. En ambos combates se vio ganador, justo antes de verse de nuevo atrapado por la lenta apisonadora. El caso es que el tenis de Medvedev, sin ser el más bonito y elegante, es de un talento descomunal, en muchos momentos imposible de contrarrestar. Tan imposible como el de otros tantos jugadores excepcionales, que ven cómo a pesar de tanto prometer, nunca llegan. Se les pasa el arroz sintiendo como el martillo del 'Big Three' les machaca una y otra vez, les mantienen por el barro bajo la suela de sus gastadas zapatillas. Solo falta que Roger se recupere o que Novac se vacune. 'Ave Caesars, morituri te salutant', deberían imprimir los demás en sus camisetas.

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En este mundo tan polarizado, tan de buenos y de malos, sugiero un poco de 'por favor' hacia los perdedores, con su pesado 'casi' a la espalda. El chico de oro de turno lo es siempre a costa de sus imprescindibles e incomprendidas víctimas, sin las cuales no es nada. La euforia patria no nos ha de hacer perder las buenas costumbres del tenis, y el comportamiento del público en el Rod Laver Arena el otro día dejó mucho que desear en múltiples fases del juego. Sobró tanto abucheo y tanta testosterona; esto no es Maracaná, oigan. Pese a todo, y mira tú por donde, el abatido Daniil estuvo magnífico tras el partido: elegante, deportivo y hasta humano. A pesar de su gran decepción, aguantó el tipo y se esforzó por agradar, incluso sonrió. Reflexionó sobre sí mismo y pareció sincero, lo cual hoy en día es muy de agradecer. Medvedev nos dejó claro que tiene su 'puntito'. Por eso le deseo lo mejor, espero que en el futuro se meta unos cuantos slams más en su bolsa, se haga aún más rico, y con sus merecidas ganancias, se compre un gigante casoplón en Mallorca, alejado de rudos cosacos y desfiles militares, y mirando al sol.

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