Repetimos durante años, durante décadas, que nunca pasaba nada. Que vivíamos en una especie de marasmo donde como mucho las cosas cambiaban un poco para ... permanecer exactamente igual. A veces pensábamos en aquellos momentos gloriosos de la infancia, cuando en una clase particularmente tediosa aparecía la directora y le hablaba al oído a la profesora: algo había sucedido que alteraba el desarrollo de las clases, que quebraba la insoportable repetición de las horas. A veces, si había suerte, se trataba de una avería que obligaba a cambiar de aula, o lo que era mejor, a suspender las clases. Otras veces los asuntos eran de menor calado, pero siempre alteraban aquella sensación que ya habíamos asumido de que nunca pasaba nada.
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Seguimos pensándolo durante mucho tiempo. De vez en cuando había amenazas, las que fueran, pero en el fondo todo permanecía en su sitio. Al menos en nuestro mundo, en el espacio en que nos había tocado vivir.
Nunca pasaba nada, hasta que de pronto el devenir de la temporada correspondiente a los años 20 de este siglo se lo encargaron a un guionista loco. O con mala baba, que no sé qué es peor, y aquí estamos los personajes de esta tragicomedia coral sufriendo sus desmanes creativos, entrando y saliendo de distintas olas de una pandemia, amenazados constantemente por nuevas cepas, sometidos a los infortunios que se derivan de catástrofes naturales. Lo de Filomena, por ejemplo le parecía un poco excesivo al director, eso de que la nieve se hiciera dueña de Madrid durante días, igual no parecía muy creíble, pero nada detiene al perturbado guionista, y tocó nieve. Y tocó un volcán que le hizo la competencia a cualquier superproducción de Hollywood. Y siguieron pasando cosas, gobiernos impensables, golpes de efecto, tramas de corrupción política, una actriz dispuesta a hacerse con un papel estelar como fuera, y una dosis leve, pero impensable, de enredos monárquicos. Como parecía poco, al guionista se le antojó tocar lo bélico, y aunque de momento nos toca de rebote, ya se anuncia en el horizonte una derivación propia del género, pero mezclado con catástrofe nuclear, que siempre resulta muy vistosa. Entre tanto, y para que no baje el interés, los capítulos van aderezándose con incursiones un poco torpes en el cine de la ciencia ficción, con cielos rojos de calima, cine social con lo de los camioneros, que no parece haber dado de sí narrativamente todo lo que parecía prometer, y lo de la escasez y el desabastecimiento no va a alcanzar las cotas de dramatismo esperadas. Pero no importa. La mente del guionista loco no para.
Hace años leí en algún sitio una frase que decía algo así como «ojalá vivas tiempos interesantes», y me pareció un fantástico deseo, acorde con mi necesidad de que sucedieran cosas que sacudieran el hastío del 'nuncapasanada', tal vez porque para alguien que escribe historias resulta imprescindible que los tiempos sean interesantes, que los días se vean zarandeados por acontecimientos que rompan esa temible línea de inacción, el sopor de la placidez, la línea recta del equilibrio.
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Lo que no sabía, y lo he descubierto a la vez que empezaba a decirme que en esta historia igual se le está yendo la mano al autor con tanto sobresalto narrativo, es que eso de «ojalá vivas tiempos interesantes», lejos de mi equivocada percepción, es una maldición, y dicen (qué casualidad), que es china.
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