Me siento dolorido. Frágil. Muy cansado. Como si de pronto me hubieran caído un montón de años encima. Como si la onda expansiva de la ... fatalidad me hubiera alcanzado de lleno. Sabía perfectamente que te quedaba muy poco, pero me obcecaba en negar la evidencia, en borrarlo de mi cabeza. Me negaba a aceptar que estaba a punto de quedarme huérfano.
Publicidad
Orfandad. El término más apropiado para explicar lo que me provoca tu desaparición, querido José Antonio. EL COMERCIO nos reunió hace veinte años y desde entonces no he dado un solo paso en Gijón sin tu dirección espiritual. Me has enseñado a amar a esta ciudad, a saborearla y a respetarla. Y, sobre todo, a reivindicarla. No olvidaré nunca cuando me dejaste meridianamente claro cuál era tu orden jerárquico entre gijonés y asturiano.
Imposible encontrar un gijonés más apasionado que tú. Más militante. Más radicalmente convencido del liderazgo que debe ejercer la ciudad. Me lo has explicado una y otra vez, dentro y fuera del periódico, a palo seco y en sobremesas castristas cuando comíamos y bebíamos de otra manera, entre proclama y proclama. Amigo, Gijón te debe más memoria y reconocimiento.
La verdad es que como propagandista, querido José Antonio, no has tenido precio. Aún recuerdo la cara que puso el entonces Príncipe Felipe cuando le aleccionaste, con pelos y señales, sobre la ventaja sideral de nuestro periódico sobre el resto de diarios, incluidas las cabeceras más prestigiosas del mundo, en los kioscos gijoneses. «Señor, incluso sumando The New York Times, Le Monde y el Frankfurter Allgemeine Zeitung». Ni él salía de su asombro ni yo tampoco, envidiando tu aplomo y tu amor propio. Siempre fiel a la marca, al periódico que tanto has amado y a tus principios. Desde que te conocí te mantuviste firme, muy firme, en lo fundamental: Gijón, el sagrado Sporting, EL COMERCIO, tu familia y los valores que debe atesorar la izquierda. Sin dejarte llevar por modas pasajeras o influencias sospechosas. Ni siquiera cuando tu torrente inundaba territorios tan dispares como la tauromaquia o la operatividad de los buques de la Armada. Cuánto has tronado y predicado contra los infinitos vendedores de humo.
Publicidad
Me dejas un agujero inmenso. Quién me va a guiar ahora por Gijón, quién me volverá a recordar, machaconamente, que casi todo empezó en El Musel, quién me advertirá sobre enemigos y maniobras de distracción, quién me dará doctrina sobre la fórmula para que la ciudad vuelva a ser una roca. La roca. Me dejas huérfano, amigo mío.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión