Hasta acá llegué», decía en una reciente entrevista Pepe Mújica; «Acabó mi ciclo… El guerrero tiene derecho al descanso». La vida regala personas que se ... niegan a ser engullidas por el personaje y pelean su derecho a vivir tal como son, gente fiel a su dignidad, presta a defender su espacio, viajeros de bus común censados en su barrio de siempre. Ni marketing ni populismo, sobria austeridad de quien hizo política como un ciudadano más y vivió con normalidad la tarea al tener por principio (y final) la convicción ética.
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Pepe Mújica vivió una vida convulsa hasta forjarse esa imagen tan griega de anciano venerable que combina vejez y sabiduría a base de leer la realidad y el mundo con la gafa de cristales éticos que trascienden tiempo y lugar; viva imagen del abuelo contador de viejas historias cargadas de esperanzas nuevas, batallitas por librar y sueños que borran pesadillas, altavoz de palabras que conmueven –ojalá muevan– y respingan por su pasión para gritar que la vida ni se compra ni se vende en el mercado. Lo sabe bien quien, atisbando el final de su viaje, mantiene el vigor para defender que la vida se edifica cada instante; hombre sabio y juicioso capaz de distinguir la vida buena de la buena vida y gritarlo con la voz rasgada y cansada de su cuerpo doblado.
Puedes, o no, compartir su opción y posición, pero emociona una música que suena a celestial en este valle de lágrimas, que anima a crear otro mundo en el purgatorio, ondeando la bandera del excluido. Mújica nos deja una lección en días críticos para la democracia: «Fácil respetar a quien piensa como tú, pero el fundamento de la democracia es el respeto a quien piensa distinto»; una obviedad que hoy no lo parece. Ojalá halle, sin prisa, el guerrero su descanso y deje como herencia ese empeño por pelear cada día una democracia que o crece… O se muere.
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