Canta Sabina que «al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver», más la nostalgia, deudas impagables con un tiempo y lugar, gente ... sin la que tu vida no sería, obligan. Vivencias que, tras los años, retornan a la memoria para valorar lo antes no apreciado. Pasa con la vejez: a menos futuro, más pasado; a menos mañana, más ayer, porque aunque no debes vivir de recuerdos, nada eres sin ellos, porque la infancia se reconcilia, al pasar los años, con esa vejez que creías antagónica para cerrar el ciclo de tu vida.
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Trubia es mi lugar en el mundo, tierra donde el paisaje pesa menos que el paisanaje de árbol biográfico, hogar más que sitio donde sentirte en casa, el patio de mi recreo, historia, sirena de la fábrica marcando el ritmo de la vida y el turno del obrero; abuelos que te llevaban literalmente al huerto, abuelas estirando el pan para los suyos, amigos de sangre, juegos a salto de mata, verbenas, economato, casino, plazoleta, teatro… Libertad de niño nativo, veranos de nube y río donde bañarse a 'calzón quitao', praos para correr a pecho descubierto y alzar los ojos al cielo abierto. Paraíso donde el gris oculta los colores de la historia, la niebla cuida un bosque por descubrir, las chimeneas emiten señales de humo y la ruina homenajea el esfuerzo de generaciones que soñaban, sudaron y laboraron por una vida mejor.
«Allí donde se cruzan los caminos (carreteras, trenes, ríos…), donde el mar no se puede concebir», decía Sabina, allí queda Trubia, tierra firme para hacer un alto, mirar atrás y contemplar el camino andado, porque el norte de la vida lo fija la brújula que señala de dónde y de quién vienes, porque es imposible ir a ningún sitio sin saber quién eres, porque sin ayer, no hay futuro.
Caminos diversos, destino común, confluencia de gente distinta escribiendo una historia compartida.
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