Reconozco mi escaso entusiasmo con el asunto de la inmersión lingüística, de la que tanto se viene hablando en Asturias últimamente. Entre otras razones, porque ... creo que no nos hace falta para fortalecer nuestra identidad y tampoco nos serviría para mejorar nuestras competencias y bienestar, por el hecho de empezar las frases con un 'ye'. Me temo que esto de la identidad del habla tan solo nos va a servir para dividir nuestra sociedad una vez más, tal como ya pasó en otras comunidades de España, con la diferencia de que en esas otras son muchos más y pintan algo, mientras que nosotros cada vez somos menos. A este paso, acabaremos hablando en bable pero conociéndonos casi todos, tornados en una comunidad norteña a la que el foráneo llega de vez en cuando a comer unes fabes, antes de volver a cruzar el Negrón, al calor del castellano universal. Por no hablar de pasta y de presupuestos, claro, que parece que nos sobra como para andar malgastándola en cambiar el callejero de toda la región, con operarios encaramados a escaleras afanados en arrancar la obsoleta y complicada palabra 'calle' para que se lea ahora 'cai'. Será por perres, como solemos decir, con lo grandones que somos cuando nos ponemos a ello, cuando entramos en ese modo 'ta-to-pago', tan de aquí.
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En todo caso, y a pesar de lo poco que me convence este asunto inmersivo, hay que admitir que el bable tiene palabras geniales, ingeniosas y llenas de sonoridad, que habrían hecho la boca agua a los Shakespeares, Dostoievskis y Nerudas del mundo mundial. Chiscar, enllombar, babayu, xaréu, entamar… El bable tiene expresiones con difícil traducción a otras lenguas. Otro ejemplo muy 'guapo': prestar, que todo el mundo sabe que no 'ye' igual que gustar, ni gozar, ni disfrutar, y que 'prestoso' tiene un puntín, un giro lingüístico que hay que entender. ¿Te gustó? No, no, me prestó… Además, hay historias que solo se pueden contar bien usando nuestra lengua con viveza y fluidez. Tras más de treinta años rodando por ahí, he vivido momentos de dulce añoranza y risas sin igual a cuenta de anécdotas y avatares que, sin el toque del 'playu' no servirían más que para aburrir al personal.
De entre todas nuestras expresiones hay una, no obstante, que me encanta por lo especialmente ingeniosa, afilada y perspicaz. Se trata de la palabra 'refalfiar'. Es esta una herramienta multiuso, apta para variadas cosas. Viene a indicar hartazgo, e implica también desprecio, y malas costumbres, aunque suene más 'light'. Que el neno solo come lo que le gusta, ye que está refalfiado; que fulanita se queja por todo, es porque está un poco refalfiada; que a menganito nada le sirve y todo le parece poco, también es porque está refalfiado. 'Ye que tien mucho refalfie', suelta alguien allende Pajares y la gente se mira, qué querrá decir éste. Pues quizás te están queriendo decir que a ese rapazo le falta un hervor, una cura de humildad, un salir de casa y ver mundo o, sencillamente, un poco de por favor. Todo ello, concentrado en nueve letras, que son las que tiene nuestra palabrita del día.
En mi opinión, en nuestro magnánimo Estado de Bienestar andamos un tanto refalfiados. Refalfiados de libertades, de derechos, de bienestar, de soberanía, de unidad, de cheques-algo, o simplemente de vida occidental. Refalfiados también de cosas materiales, de marcas (como le regale eso al nene, me lo tira a la cara, me decía el otro día una madre, sin darse cuenta de su propio ridículo), de pantalones nuevos, pero rotos; de ropa cara pero ajada. Refalfiados de apariencias, likes, poses y postureo. Eso sí, otra buena utilidad de la palabra en cuestión es que con ella se evita otra muy fea, una de las odiosas siete: la soberbia. Decir que el nene es un soberbio o que a fulano le ciega la soberbia suena a insulto, pero lo otro, no.
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Los avatares políticos de los últimos días, los ataques a la división de poderes, la contumaz equiparación de jueces con golpistas y demás burradas en boca de personas con escasa formación jurídica, deficiente perspectiva histórica y lengua afilada mas poco sentido común, me hacen temer que andamos un tanto políticamente refalfiados. Refalfiados de democracia, de respeto a instituciones, de méritos, de buenos modales, y ya de paso, de ideas. De nada nos vale ver el mundo que nos rodea, las carencias y el sufrimiento de tantos, para saber valorar lo que tenemos. Apenas parece importar lo que les ha costado a otros, que no somos nosotros, traernos hasta aquí. De poco sirve ver las vidas de migrantes, expatriados, refugiados y demás seres humanos que no son extraterrestres, por mucho que se intente verlos así. Ni siquiera en estas fechas parecemos apreciar lo mucho que se nos ha dado. Jesucristo nació en un pesebre, nos advirtieron, ojito. Creyentes o no, puede que con ello nos quisieran decir algo, a la minoría del mundo que viajamos en 'bussiness-class'. Entretanto, por aquí andamos, ignorando nuestra fortuna, insultándonos, tirándonos los trastos a la cabeza. Refalfiados perdidos, renegando porque, una vez más, no nos ha tocado el Gordo de Navidad.
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