Sueño segmentado
Su recomendación puede que no deje de ser una moda más. O tal vez sea un intento de recuperar un ritmo que nos fue secuestrado en nombre de un progreso que venía con un interruptor que convertía la noche en día
Quienes lidiamos con las dificultades del sueño tenemos en las ventanas nuestros grandes aliados. La ventana que se abre al mundo en forma de pantalla ... y que hace mucho más tolerables esas horas de sueño imposible, a fuerza de ficciones o navegaciones ciberespaciales, y la ventana que se abre a la ciudad y que nos permite contar esas luces tenues, pero delatoras, en las que habita el mismo desasosiego. Ese recuento inconsciente nos acerca a esa hermandad insomne y anónima que constituimos y en la que no podemos evitar pensar cuando nos apuñala la sospecha de estar solos en un mundo en que todos duermen.
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Quienes nos quieren bien pretenden aliviar esa tendencia a que los ojos se nos abran como platos en mitad de la madrugada y ya no haya manera de conciliar el sueño, de retornar a ese mundo blando que se encarga de reparar todas las averías que cada jornada con sus propias desdichas, sus agobios y sus preocupaciones, nos ha hecho en la mente. Desde recomendaciones de consultas con un especialista hasta la sugerencia o prescripción de toda clase de melatoninas, infusiones, hipnóticos, consejos infalibles, técnicas militares, unas con más fortuna que otras, terminamos probando casi de todo con la esperanza de recuperar eso de dormir como un tronco, de despertarnos descansados y felices.
Pero es muy posible que lo estemos haciendo mal todo. Quién sabe si los que padecemos insomnio no tenemos en realidad una mayor permeabilidad para que la información genética, ese amplísimo manual de instrucciones que es el ADN, se imponga. Porque una de las cosas que últimamente se está repitiendo es que eso de dormir las ocho horas es algo más bien reciente. Hasta el siglo XIX el sueño se organizaba de modo segmentado: llegaba la oscuridad y como las gallinas, que ellas sí que siguen sabiendo, nos retirábamos a dormir, nos despertábamos tres o cuatro horas más tarde, y permanecíamos despiertos un tiempo que se utilizaba para fines diversos, algunos bastante divertidos, y nos dejábamos caer en el sueño unas horitas más hasta el amanecer. Eso, según parece, es lo que el cuerpo nos pide aunque hayamos pretendido engañarlo con la luz eléctrica, y con las exigencias laborales que han impuesto la necesidad de agrupar el sueño en un tiempo que, teóricamente, nos permita rendir más y mejor.
A lo mejor los desvelados en lugar de enfadarnos con nuestra suerte, y envidiar a quienes duermen de tirón, deberíamos entender y aprovechar esa organización nocturna que nuestro cuerpo se empeña en imponer, y disfrutar de ese tiempo que, bien mirado, es un regalo para los que nos angustiamos con lo cortos que se nos hacen los días para tantos libros por leer, para tantas cosas por hacer.
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Sueño segmentado lo llaman y su recomendación puede que no deje de ser una moda más. O tal vez sea un intento de recuperar un ritmo que nos fue secuestrado en nombre de un progreso que venía con un interruptor que convertía la noche en día y que parecía hacernos dueños de nuestras horas, mientras por dentro crecía la protesta sorda que ahora se manifiesta en todas esas luces que se cuentan en las ventanas de la ciudad insomne, en todas esas vidas que se enfrentan cada noche a sus fantasmas, solos en su propia vigilia, solos en su propio laberinto.
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