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Vernos bien

La búsqueda de mejorar el aspecto, la obligación de estar siempre lista para un 'selfie', la democratización de una cirugía antes patrimonio de famosas, llena las consultas de una esperanza que se traduce en la necesidad de más, siempre más

Hace unos cuantos días, se supo que el ministerio noruego de Infancia e Igualdad había aprobado una ley destinada a poner freno a esa exaltación ... sin límites de la belleza irreal promovida en las redes sociales, sobre todo, por 'influencers' y por marcas. A partir de ahora unos y otras habrán de hacer constar con detalle qué filtros y qué retoques se han utilizado para conseguir esas fotos. Viene a ser como la lista de ingredientes, sumados a conservantes y colorantes de todo tipo, que los productos han de señalar en sus etiquetas, para que el cliente sepa exactamente qué está comiendo o qué está mirando, es decir, cuánto hay de fruta en una mermelada y cuánto hay de real en el rostro de 'influencers' o modelos.

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La intención es buena y no creo que haya mucha gente con dos dedos de frente que no lo valore positivamente. Si acaso se podría sugerir (y así lo han hecho quienes señalan los peligros de la dismorfia que supone el bombardeo de este tipo de imágenes) que la medida se extienda a todas aquellas fotos que se suban a internet después de aplicar retoques o filtros. No hay más que darse una vuelta por cualquier red social para intuir todo lo que hay detrás de un rostro perfecto, sin la más mínima arruga de expresión, sin poros, con maquillaje impoluto, con cejas de precisión geométrica, naricillas de diseño, labios, pómulos y ojos cuya existencia es imposible. Y eso si solo nos referimos a la cara. Ni los más bendecidos por la naturaleza pueden alcanzar la perfección que otorga cualquier aplicación de móvil con un solo clic.

Más allá de la publicidad engañosa que supone que ninguna crema, ningún maquillaje, ningún champú, ningún anticelulítico va a transformar nuestra cara, nuestro pelo o nuestras piernas en lo que ahí se nos muestra, hay otros aspectos que no son menores.

Ya no voy a mencionar los muchos trastornos de alimentación que trae consigo la persecución de un ideal de belleza que solo existe en los bits con que se corrigen las imperfecciones naturales. Hay algo más: sin llegar a la patología y a su gravedad, hay mucha gente que no es capaz de calibrar hasta qué punto la contemplación de esos rostros 'tan naturales' va calando en su percepción de la vida, generando una profunda insatisfacción. La continua búsqueda de mejorar el aspecto, la obligación permanente de estar siempre lista para un 'selfie' en el que quedar estupenda (y repetir hasta la saciedad hasta dar con el más favorecedor, sin menoscabo de proceder luego a la aplicación de filtros), la democratización (y la banalización) de cualquier cirugía destinada a 'mejorar' lo que menos nos gusta, antes patrimonio de famosas, llena las consultas de una esperanza que casi siempre se traduce en la necesidad de algo más, siempre más.

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Y la respuesta de quienes han sucumbido a esa carrera hacia la nada es siempre la misma, esa cantinela de la autoestima, de la visión positiva: «Se trata solo de sentirme mejor conmigo, se trata solo de verme bien».

Quien eso repite como una cansina letanía, ignora que uno nunca se ve bien hasta que no se mira mejor.

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