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Vivir amarrados al miedo

Tal vez sea posible colocar nuestros miedos en una mesa de disección y analizarlos con frialdad, para quedarnos solo con lo esencial y arrojar a la basura todo eso que nos han ido colando para hacerse con nuestra decisión y nuestra voluntad

Sábado, 20 de noviembre 2021, 01:50

El primero que cayó en la cuenta de que el miedo de los demás era una emoción que se prestaba a ser manejada, hizo uno ... de los grandes descubrimientos de la humanidad. De hecho, nada da más poder que ser capaz de utilizarlo como instrumento de dominación y de control.

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Y aunque lo sabemos, aunque somos capaces de razonar acerca de los resortes que ponen en marcha desde el temor leve hasta el pensamiento irracional, siempre hay una fisura en las defensas que somos capaces de levantar en torno a nosotros para dejar que se cuele la más leve intranquilidad y una vez dentro, rota ya la armadura protectora, se convierta en espanto.

Para manejar a una multitud solo es necesaria la capacidad de generar miedo. Lo han sabido los gobiernos desde siempre, pero sobre todo lo han sabido los auténticos poderes, quienes de verdad controlan el mundo. El miedo es una herramienta de dominación más eficaz que las leyes, más aún que la fuerza porque solo es necesario anunciarla sin llegar a ejercerla. El miedo genera múltiples beneficios en quien lo produce en los demás y deja inermes a quienes lo padecen.

Y poco tenemos que hacer: basta un bombardeo preventivo de noticias que invaden las pantallas, para sentirnos desprotegidos y vulnerables, porque el desastre siempre acecha, en lo individual y en lo colectivo. Porque si no tenemos el aspecto adecuado, la figura perfecta y la actitud que se espera, perderemos el amor, porque si no cumplimos los estándares nuestros hijos (o nuestros padres) dejarán de querernos, porque hay infiernos que aguardan a quienes no cumplen determinados preceptos, y cárceles a donde se puede ir a parar por error, porque si no mantenemos nuestro nivel adquisitivo a fuerza de deslomarnos y cambiar monedas por salud, nos quedaremos en los márgenes de la vida que se nos ha presentado como única, porque aun así, podemos enfermar, y podemos sucumbir a cualquier catástrofe natural, porque todo son amenazas y peligros, cambios climáticos y especies invasoras, virus y tormentas solares, desabastecimientos y terrorismos. Curiosamente, y de forma cada vez menos sutil, quienes nos provocan el miedo nos ofrecen (caras) soluciones. Estamos en su mano. No es casual que los programas matinales de las televisiones estén repletos de reportajes tremebundos acerca de robos en los domicilios de personas vulnerables (quienes ven la tele a esas horas), de okupas pertinaces que se hacen con tu casa mientras vas a comprar el pan, y que en los (amplios) cortes publicitarios los principales anunciantes sean los de alarmas para el hogar hasta el punto de parecer, sospechosamente, espacios patrocinados.

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Tiene que haber un punto intermedio entre que todo nos asuste hasta la paralización y que nos convirtamos en temerarios negacionistas que desprecian los riesgos. Se puede ser precavido sin ser asustadizo, se puede ser prudente sin ser insensato. Tal vez sea posible colocar nuestros miedos como en una mesa de disección y analizarlos con frialdad para quedarnos solo con lo esencial y arrojar a la basura todo eso que nos han ido colando para hacerse con nuestra decisión y nuestra voluntad.

Porque el poder siempre va a alimentar nuestro rentable miedo. Siempre nos dará argumentos para vivir instalados en el temor. No vaya a ser que en una de estas, nos libremos de él y hasta lleguemos a ser un poco felices.

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