Es rápido como una centella y busca la tranquilidad
Inquieto y reflexivo. Es un piloto de tronío que disfruta preparando los coches y que bucea para encontrar bajo el agua el sosiego que siempre busca, sin ruidos y sin teléfono. Con la edad no se le ha quitado la cara de pillo ni las ganas de ver a los rivales sólo por el retrovisor
Tranquilo. No podía ser de otra manera porque llevar un bólido a 300 kilómetros por hora requiere de pulsaciones bajas. Aunque es un tranquilo que busca la tranquilidad que durante muchos años no ha tenido y que reclama para sí detrás de unos pequeños ojos claros y vivarachos, como de niño travieso, y un pelo ensortijado que multiplica la impresión.
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Le gustan los motores, prepararlos, ponerlos a punto. Hacer que el coche corra. «Quizá sea eso lo que más me gusta de mi profesión». Pero es rápido, muy rápido y sólo mira hacia atrás por el retrovisor, bueno, ahora que participa en el Campeonato de Europa de Montaña ni mira por el retrovisor.
Inquieto. «Si no hace muy mal tiempo, lo de quedarnos a ver una película con la manta en casa es muy difícil». Hace trial y bucea. Precisamente debajo del mar es donde encuentra la tan ansiada tranquilidad. «Allí abajo no suena el teléfono ni el Whatsapp, estás enfocado en lo tuyo sin distracciones». Nada como debajo del mar para encontrar sosiego. «Siempre que hay vacaciones es necesario ir a bucear»
Javier Villa García (Loroñe, Colunga, 1987) es piloto. Ha corrido en Fórmula Uno con BMW y también en Fórmula Dos y, más o menos, en todas las categorías automovilísticas imaginables. Es un animal del motor, piloto agresivo y rápido pero tremendamente pausado y reflexivo en las distancias cortas.
Hijo de César, mecánico de maquinaria agrícola, y Macarena, aterrizó en Oviedo con 15 años para vivir en la calle Sacramento y volcarse en su pasión y desde ahí su profesión, las carreras.
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«Salí de un pueblo chiquitito y me gusta la libertad de la ciudad pero a la vez la vida tranquila de Oviedo. Muy diferente a Madrid donde con todo el trajín no se puede».
Es piloto más o menos porque su padre se empeñó. «A los tres años me construyó un kart aunque no me gustó; a los seis años, otro kart y ahí ya me empezó a gustar, a los ocho, cuando hice la Primera Comunión me trajo un carné de competición y a los nueve me sacó mi primera licencia, es decir, el año que viene llevaré 30 años consecutivos corriendo».
En 2018 se unió a Andra y con ella tuvo a Martín, que cumple ahora 10 meses. Una adivinanza, ¿dónde se conocieron Andra y Javi? Claro, en las carreras, dónde iba a ser. «Su padre competía también en Montaña y nos conocíamos de vista. Yo fui el primero en preguntar».
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Javi Villa se ha ganado a pulso los aplausos que le brinda allá donde va y los acepta de buen grado. Con los años ha soltado timidez y ahora camina con paso seguro, físicamente es así, pero con cara de buena gente que sólo le hace granjearse amigos, aunque viva en un mundo extraordinariamente competitivo.
Cuando se va de vacaciones deja el smartphone en casa y lo cambia por un antiguo Nokia «porque ahí sólo llegan llamadas y mensajes de texto, lo que hace que viva mucho más tranquilo». Eso es, una de las dos palabras clave del piloto, tranquilidad; la otra es velocidad y a fe que es rápido, muy muy rápido.
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