Egipto mágico y faraónico: Qué ver y hacer en una semana
El descenso del turismo hace del país árabe un destino asequible. Un plan frecuente es el que combina un crucero por el Nilo con una visita a El Cairo. Pasen y conozcan la tierra del faraón Ramsés II, del tráfico más caótico jamás imaginado y de las hechiceras puestas de sol
Cristina M. Gayo
Jueves, 14 de junio 2018, 16:37
Un viaje cultural y de placer. Dos en uno. Es el futuro cercano que espera al forastero cuando aterriza en Egipto, ese país del Norte de África de imponentes templos milenarios, amables gentes y caos organizativo. Uno siente nada más llegar que está en un lugar de costumbres diferentes, con escasos recursos económicos y en proceso de transformación. Percibe también que quizás dentro de veinte años todo sea muy diferente por esos lares, por lo que la decisión de conocerlo en la actualidad se perfila acertada.
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Seguridad
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La revolución de 2010 aún está muy presente en Egipto. No solo porque trajo consigo una nueva etapa, tras la caída del presidente autócrata Hosni Mubarak, sino porque para lograr aquel merecido paso hacia una transición democrática los egipcios tuvieron que salir a la calle, manifestarse y 'luchar' por su futuro. Las imágenes dieron la vuelta al mundo y, con ello, llegó una de las consecuencias negativas más temidas la caída en picado del turismo. La tierra de los faraones se quedó casí vacía. Y los ataques terroristas que tienen lugar en el país cada cierto tiempo no están ayudando a la recuperación.
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Siendo sinceros Egipto está en una zona de «riesgo», pero el Gobierno se preocupa de la seguridad del turista y siguiendo unas pautas sencillas uno puede conocerlo sin problemas. En palabras del Ministerio de Asuntos Exteriores español, ningún país esta exento de sufrir un ataque terrorista. Por ello, recomiendan viajar al país árabe informados, en grupo y con itinerarios organizados. Además, aconsejan vestir de forma discreta, cubriendo hombros y piernas, especialmente en las zonas de culto, en mercados y durante el mes de Ramadán.
Una de las opciones más frecuentes es la que combina un crucero por el Nilo con una estancia de varios días en la capital, El Cairo. Los barcos que surcan las aguas de este famoso río son buques pequeños, sin grandes lujos, que suelen realizar la ruta Lúxor-Asuán (al sur del país), o viceversa, haciendo escala en las principales ciudades para visitar los templos más conocidos. No es éste precisamente un viaje relajado, pues la agenda de cada día comienza muy temprano para evitar las horas de más calor. Sin embargo, merece la pena despertarse a las seis o siete de la mañana para ver el ya comenzado amanecer desde el camarote y, a continuación, tomar un buen desayuno para coger energías con las que afrontar la jornada.
A partir de ese momento, comienza (en este caso, en Lúxor) el viaje en el tiempo a la época faraónica, aquella en la que cada soberano se erigía en representante de un dios y mandaba construir grandiosas edificaciones que constituyen hoy la gran riqueza de Egipto. Con la ayuda de un buen guía, uno descubre los secretos de los templos de Karnak -cuyas descomunales dimensiones impresionan al recién llegado-; el valle de los Reyes -en donde se alojan la mayoría de las tumbas de los faraones del Imperio Nuevo-; el templo de la reina Hatshepsut -que, a diferencia de otros, no se rodeó de murallas-; y los Colosos de Memnón -que imponen con sus 18 metros de altura pese a la mala conservación.
Cuándo ir
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Es recomendable ir entre octubre y mayo porque aprieta menos el calor. De diciembre a febrero es temporada alta y eso se nota en los precios. En junio, julio y agosto las altas temperaturas pueden hacer que viajar a Egipto se convierta en una pesadilla.
En la siguiente escala llegan el templo de Edfú, famoso por el excelente estado de sus grabados; y el de Kom Ombo, que constituye una de las visitas más bonitas, ya que está a la vera del Nilo y los cruceros suelen llegar al atardecer, con lo que el turista se topa de repente con un juego de luces y sombras que simulan un espectáculo propio de una escena romántica del cine.
No menos especiales son los majestuosos templos de Abu Simbel, que precisan de un viaje de tres horas en autobús -y en convoy escoltado-, con el consiguiente madrugón. Al llegar, el sueño y los mosquitos serán los primeros en recibir al visitante; aunque cualquier incomodidad desaparecerá al observar la magnitud de este complejo arquitectónico, que consiste en dos templos excavados en la roca, uno dedicado a Ramses II, y otro a Nefertari, su primera esposa. Están ubicados en la ribera occidental del lago Nasser -de ahí, la presencia de estos insectos- y en los años 60 tuvieron que ser reubicados, piedra por piedra, para evitar que quedaran anegados por el agua tras la construcción de la presa de Asuán.
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El último templo de este viaje será el de Philae, dedicado a la diosa Isis (que suele asimilarse a otra griega muy conocida, Afrodita). Se encuentra en una isla y el trayecto hasta allí en una embarcación a motor regala otro de esos momentos fascinantes de esta aventura egipcia: el reflejo de la edificación en el agua, el contraste entre el color de la piedra y la vegetación, y el momento en que el templo hace acto de presencia se instalan casi sin querer en esa colección de recuerdos gráficos que todo viajero va acumulando.
Toca despedirse del crucero, de los anocheceres en la cubierta y de las numerosas anécdotas vividas navegando por el Nilo. Entre ellas, merece mención especial la llegada a la esclusa de Esna, en la que decenas de vendedores ambulantes lanzan souvenirs al barco con la esperanza de conseguir alguna libra. Pero no es ésta la escena que marcará este día, sino la que se vive unos veinte minutos antes cuando algunos cruceristas ven cómo una lancha surge de la nada, tira una cuerda al buque, se engancha y ve a dos personas, de pie sobre la barca (como si nada), intentando venderle algo con la técnica ya mencionada, es decir, la del lanzamiento de producto -lo quieras o no-. Unos optan por devolver los objetos y otros, apenas por reconomiento de la hazaña, compran lo que sea sin mirarlo.
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Por cierto, ésta no es la única ocasión del viaje en la que uno se siente presionado por estos insistentes comerciantes. Son una constante en las zonas turísticas por todo el país y el regateo con ellos es obligatorio. Lo comprobará bien en El Cairo, sobre todo en el bazar de Khan el Khalili, en donde las calles más concurridas están repletas de productos que se pueden encontrar en cualquier parte. Por eso, la gracia de este lugar está en apartarse un poco y dejarse caer por las tiendas y negocios por los que se mueven los nativos, en donde se respira el verdadero ambiente de un bazar árabe.
A El Cairo se llega en un vuelo doméstico de apenas una hora desde Asuán. Es entonces cuando llega ese momento: la visita a las Pirámides de Giza. Keops, Kefrén y Micerinos. Después de haberlas visto en películas, libros de texto, en figuritas de recuerdo y en infinidad de documentales, ahí están. El vello se eriza ante lo espectacular de esta obras arquitectónicas que se levantaron hace más de 4.000 años y que, según la fuente informante, se construyeron de una manera u otra. Existen varias teorías al respecto, pero a la que se da más credibilidad hoy en día es la que sostiene que las piedras (algunas, de hasta dos toneladas) se fueron colocando una a una deslizándolas por montañas de arena mojada. Éstas se montaban alrededor de la pirámide y luego se retiraban.
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Y, con el cuerpo aún estremecido, la Gran Esfinge de Giza espera cerca de las pirámides. De nuevo, sus 57 metros de longitud y casi 20 de altura obligan al más inquieto a frenar sus pasos para analizar con calma esta escultura con cabeza de humano y cuerpo de león. La foto con la Esfinge y las pirámides al fondo es obligada.
La agenda del resto de días en El Cairo la completarán el Museo de Arte Egipcio (para el que se está construyendo un nuevo edificio, en el que los obreros trabajan a tres turnos); la Ciudadela de Saladino, que se erige sobre una colina y que alberga la bella Mezquita de Alabastro; y el bar El Fishawy, que no por exceso de fama ha perdido su encanto. En él, y en cualquiera de los miles de cafés que atestan la ciudad, lo suyo es pedir una sisha (una pipa de agua) y un té. Toca relajarse y disfrutar de una buena compañía, del bullicio cairota, del contraste cultural y de las historias de sus gentes.
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Y es que, como ya señala este reportaje al principio, en Egipto uno se empapará de la rica cultura de siglos atrás a la vez que conocerá a un pueblo vivo. Un pueblo lleno de contradicciones en el que la gastronomía no es muy abundante, pero es deliciosa; en el que nadie respeta los carriles ni usa las luces de noche, pero apenas se ven accidentes; en el que la basura se amontona en la calle, pero sus habitantes van a la última moda; en el que todo va a una velocidad lenta, pero en el que nunca falta una sonrisa.
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