La masacre que cambió el rumbo del siglo
EL COMERCIO estuvo allí. Las causas que llevaron al Desastre trataron de silenciarse, sin éxito. Integrado en las tropas, Adeflor lo narró en directo
No pocos factores influyeron en las consecuencias trágicas en torno a Annual. Pudieron ser, por ejemplo, los escasos recursos con los que el sistema político de la Restauración, más preocupado por una estabilidad interior imposible, dotó a la diplomacia exterior. También el aislamiento internacional en que resultó la política de recogimiento -«amistad con todos, intimidad con ninguno», que decía Martínez de la Rosa-; la endogamia y el clientelismo para la selección de los altos cargos o la división de un ejército envalentonado por la reforma de 1918, que perpetuó el exceso de cargos frente a unas dotaciones cada vez más precarias.
EL DESASTRE DE ANNUAL EN CIFRAS
13.000 muertos
hace ahora cien años, más de diez mil soldados españoles perecieron, incluido el Estado Mayor y el propio general
1921, el año de la masacre
Se originó el acontecimiento bélico en Marruecos que cambió para siempre la historia de España
Son complejas, sí, las causas que llevaron a Annual. Tanto como sus consecuencias: el descrédito del gobierno presidido por Allendesalazar y la exigencia de transparencia y de depuración de responsabilidades -las mismas que, según Primo de Rivera, justificarían el golpe de Estado por generar «pasiones tendenciosas»- a una institución, la monárquica, en franco declive, sobremanera tras la publicación del demoledor informe Picasso. Pero, a día de hoy, es fácil conocer unas y a otras en los manuales de Historia. No así lo fue el análisis de la actualidad para los españoles de 1921. Las noticias, llegadas a cuentagotas desde las cuartillas de corresponsales como lo sería un ilustre como Ortega y Gasset, sufrirían la censura: textos con los párrafos tachados o raspados son aún rastreables en nuestras hemerotecas.
En el monte Arruit pudo comprobar la dimensión del desastre
ALFREDO GARCÍA (ADEFLOR)
Director y enviado especial de EL COMERCIO
Así, en noviembre de aquel año, meses después del desastre, se decía aún desde las agencias de información que el caíd Ben-Kadur tenía «en su poder al general Fernández Silvestre». No era tal. Hoy se cree que el comandante, tan intenso su poder en la toma de decisiones en el trasunto de Annual como lo era su amistad personal con el monarca, Alfonso XIII, se había pegado un tiro, para evitar ser capturado por el ejército rifeño que masacraba, en aquel momento, a sus soldados, el día mismo del Desastre. Fue aquella, qué duda cabe, una guerra que no se quiso contar, ya lo ven, pero que aún así EL COMERCIO narró. «Nuestro director, a Melilla», titulabamos en portada el seis de agosto, cuando -aún nadie más que los propios implicados lo sabía- los últimos supervivientes de Annual daban sus últimas bocanadas de vida, asediados por el hambre y la sed, en el monte Arruit. Alfredo García, 'Adeflor', interrumpió sus vacaciones en Ontaneda para llevar a los asturianos la última hora sobre la guerra del Rif, los paisanos muertos en combate y los que sobrevivieron a una masacre que había comenzado a fraguarse en las oficinas ministeriales.
En Melilla, en el primero derecha del 39 de la calle del Padre Lerchundi, establecerá ELCOMERCIO una oficina de información por medio de la cual los lectores podían solicitar información sobre sus familiares en el Rif. Adeflor contestó personalmente, una a una, a todas las cartas, sin ambages, sin medias tintas, sin eufemismos. De forma tan cruda como también lo fue la guerra. «El soldado Gervasio Fernández Gutiérrez», contesta, por ejemplo, a requerimiento de Esteban Valdés, de Sama de Langreo, en noviembre de 1921, «figuraba en Haf cuando el desastre. Se ignora su paradero». Casi todas las noticias serán malas en una contienda que dejó, según escribió Ramón J. Sénder, las llanuras pobladas de muertos.
«Diez mil y dos mil más en Monte Arruit», dijo el oscense, y aún se queda corto: el expediente Picasso habla de 13.363 bajas ocurridas entre el uno de junio y el nueve de agosto de 1921.
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Solo una inmensa minoría de todos ellos reposan hoy en el Panteón de los Héroes del cementerio melillense. Pero Adeflor no solo se dedicó a responder misivas desde el confortable puesto de la ciudad africana. Un rasgo que le distinguirá del resto de los cronistas de guerra que ahora, a principios de los años 20 del siglo XX, comenzarán a dibujarse en el panorama periodístico español. Adeflor viaja con los soldados del batallón Tarragona, visita hospitales de campaña y, como recuerda el historiador Luis Arias, consigue ser una de las primeras personas que entran al reconquistado campamento del monte Arruit, en el mes de octubre. Allí conoce el horror. Y lo describe.
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«El camión, como ante un obstáculo, se para; cesa de resoplar, y el motor, que continúa su marcha más tranquila, le hace retremblar con convulsiones epilépticas. Es que a unos dos metros, más adelante, se hallan algunos cadáveres». Entre ellos, el del teniente gijonés Ernesto B. Valdés. Falta Adeflor, con su sentida crónica (aunque exenta de críticas a un sistema que por sí solo se calificó en Annual), al requerimiento que en agosto le hiciera el marqués de Cavalcanti, a la sazón general. «Tienen ustedes, los cronistas de la guerra, el deber de ayudar a la patria, llevando a España los ecos del entusiasmo con que arriban los soldados a este puerto», alertó el marqués. Y en una frase que hoy, conocidas bien las corruptelas descubiertas por el general Juan Picasso, resulta muy significativa, indicó también a EL COMERCIO que su labor era «infiltrar en el alma española el anhelo brioso de reparar la muerte de tantos hermanos nuestros, sin prisas de averiguar las causas de la catástrofe, y más atentos al presente y al porvenir que al pasado».
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Manuel Fernández Silvestre. General
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El azote de los españoles
ABD EL-KRIM. LIDER DE LOS RIFEÑOS Todos le llamaban Abd el-Krim (Axdir, 1882-El Cairo, 1963), aunque su nombre completo era Muhammad Ibn 'Abd el-Karim El-Jattabi. Fue educado en el Islam y decidió trasladarse a Fez para estudiar derecho islámico en la prestigiosa Universidad de Qarawiyyin. También estudió en la Universidad de Salamanca durante una temporada, antes de ofrecerse a la administración colonial española como traductor y escribiente de árabe en la Oficina Central de Tropas y Asuntos Indígenas en Melilla, donde trabajó asimismo para el periódico 'El Telegrama del Rif'. Siendo aún joven, fue nombrado cadí de Melilla y a la edad de treinta y dos años se convirtió en jefe de los cadíes. Fue en 1915 cuando un expediente abierto contra él durante la I Guerra Mundial, al sospechar los franceses que colaboraba con los alemanes, reveló sus verdaderos sentimientos contra la colonización europea. Fundador y primer Presidente de la República del Rif (oficialmente la República Confederal de las Tribus del Rif), a partir de 1920, Abd el-Krim comenzó la rebelión contra la presencia colonial española, atrayendo a su causa a buena parte de los indígenas que colaboraban con los nuestros. Tras la victoria sobre los Españoles en AnnuaL, logró hacerse con 130 puestos militares españoles y llegar hasta las afueras de Melilla, aunque Abd-el-Krim decidió no asaltar la ciudad. Si el general Silvestre pasó a la historia como responsable del desastre, puede decirse que Abd el-Krim fue quien lideró a los rifeños hacia la victoria. De hecho, sus tácticas guerrilleras se dicen que tuvieron influencia en otros líderes como Hồ Chí Minh, Mao Zedong y el Che Guevara a la hora de preparar sus estrategias. Tras el desembargo de Alhucemas, prefirió entregarse a los franceses que caer en manos españolas.
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El hombre al mando
DÁMASO BERENGUER. ALTO COMISARIO Cuando Adeflor llega a Melilla, el general de división Dámaso Berenguer (1873, 1953) era el Alto Comisario de España en Marruecos, tras una exitosa carrera militar en África. Suyo era el diseño del plan de sometimiento que buscaba la pacificación del Rif, que se vino abajo con el Desastre de Annual. De él venía buena parte de la infomración oficial que el corresponsal de EL COMERCIO trasladaba a sus lectores. La entrevista en exclusiva que Adeflor le hizo el 19 de noviembre de 1921, antes de que viajase a Madrid a dar cuenta de la situación, tuvo una amplia repercusión nacional, y fue una de las causas que derivarían en su destitución. Y es que a pesar de que la opinión pública reclamaba una solución rápida al conflicto y la pronta repatriación de los soldados españoles, Berenguer fue tajante. «Será insensato hablar de repatriación mientras que la conquista completa y la sanción no sean dos hechos consumados». Se refiere al cstigo que, una vez recuperadas todas las posiciones, habrá de infligirse a los responsables del alzamiento y de la masacre de julio y agosto. Las operaciones, explicó, se llevaban despacio porque «operando con seguridad y afianzamiento se evita una mayor efusión de sangre». En su opinión, la presencia militar española debería ser larga para garantizar la consolidación del Protectorado. Un discurso que matizó a su vuelta de Madrid. Cuenta Adeflor que quizás allí vio de primera mano el rechazo popular a la campaña, pero entiende que el Gobierno le instó a avanzar rápido. «Hay que ir deprisa, no hay más remedio», le cuenta a Adeflor. La guerra no acabaría hasta 1927.
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El desaparecido gijonés
ERNESTO VALDÉS. TENIENTE Fue una de las búsquedas más desesperadas a las que se enfrentó Adeflor durante una de las noches que pernoctó en el monte Arruit, donde fue testigo directo del desastre y contempló con sus propios ojos los cadáveres de los soldados españoles esparcidos por el suelo. Se propuso nuestro director saber qué había sido del teniente gijonés Ernesto Valdés, desaparecido en combate. Y, lamentablemente, la historia no tuvo final feliz. El 1 de noviembre de 1921, Adeflor se encuentra con un soldado asturiano que fue le anuncia su muerte. «Yo tuve suerte, dos días antes de lo de Annual fui destinado a las oficinas de la policía de Melilla», le relata Damián Blázquez. Según le cuenta, «tanto el teniente Valdés como Valdibia y otros dos tenientes debieron perecer entre Batel y Testutín. Aquí a monte Arruit no llegaron». El 3 de noviembre, en una de las salidas en busca de fallecidos que efectuaban las tropas españolas, Adeflor presenció el hallazgo de su cuerpo. «Este es Fernando Valdés», le confirmaron. «Yo, que conocía a Ernesto, dije: 'Efectivamente, esta cabellera rubia hacia atrás, estos dientes orificados y otros detalles aseguran la identificación», escribe Adeflor en su crónica. Entre sus pertenencias, una carta de su novia almeriense, en el que le pedía: «¡Ven a España, Ernesto! Te lo pido con todo el alma».Y cierra la crónica: «Vengo del cementerio. Acabamos de enterrar a Ernesto. Fue a las doce de la mañana de este domingo tan henchido de luz, tan radiante como día agosteño y tan triste para los que asistimos a la ceremonia». Y añade, tras la descripción de la ceremonia, «¡Descanse en paz el que en plena juventud pagó su tributo a la tierra y la patria!».
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Un pantano, un conflicto
Juan de la Cierva, Ministro de la Guerra Dos crónicas completas dedica Adeflor a la visita a Melilla en septiembre de 1921 del ministro de la Guerra, Juan de la Cierva y Peñafiel (Mula, 1864-Madrid, 1938). Uno de los más claros ejemplos de la punzante forma de escribir del cronista, que sin decirlo, cuenta mucho. «Don Juan viene de visita cinematográfica. Llegará esta noche, a la hora de las películas. Mañana, domingo, irá al campamento de El Had de Benisicar, revistará las tropas en Rostrogordo, acudirá a los hospitales, echará unos cuantos párrafos con Berenguer y Cavalcanti, hará a los periodistas unas declaraciones que no comprometan, se retratará con ellos y, al amanecer del lunes, zarpará el 'Giralda', llevándose al fantástico señor La Cierva». Luego relata Adeflor la visita, entre el polvo, del ministro, su encuentro con los moros aliados, de su advertencia: «Si os rebeláis como los otros, ¿qué vais a adelantar?», recoge que les dijo . Resalta Adeflor que, durante la visita, todos acabaron cubiertos de polvo, incluso el ministro. «¿Cómo es posible que, en estas condiciones, pueda ver el ministro toda la gravedad del problema marroquí?», se pregunta. Supone también Adeflor que, en su cena con Berenguer en la Alta Comisaría, tras su discurso, «El champán frapé habrá caído sobre las fauces del señor La Cierva como un rocío refrescante y bienhechor... Finaliza Adeflor la segunda crónica con una pregunta al ministro, formulada por un compañero: «¿Nos podría declarar a qué obedece este viaje suyo tan rápido?». Y recoge la respuesta: «Fui ministro de Fomento y salí a inaugurar un pantano. Ahora soy ministro de la guerra (...).
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El negociador fiel
Dris-Ben-Said Colaborador con España En varias ocasiones menciona Adelfor al «moro leal» Dris-Ben-Said, a quien el cronista de EL COMERCIO se encontró en el puerto de Melilla y con quien mantuvo varias conversaciones. Aquel mes de septiembre de 1921, él era el encargado de negociar la liberación de los prisioneros españoles en manos de Abd el-Krim tras la derrota de Annual y la masacre del monte Arruit. Nacido entre 1880 y 1885 en Salé, de familia acomodada, estudió en Fez, donde coincidió con el líder de los rifeños. Relata Adeflor cómo su llegada levantó gran revuelo entre los melillenses, que esperaban noticias de los suyos, desaparecidos en combate, y confiaban que trajese de su visita a Abd el-Krim un listado de prisioneros. Tras reunirse con Berenguer, Adeflor pudo hablar con él. «Sé que te marchas esta tarde», le dijo. «¿Quién te lo ha dicho?». «El humo del cañonero, dispuesto a zarpar», contestó Adeflor. «Yo solo puedo asegurarte que, cuando me vaya, me iré contento», le respondió. Aquel mismo día zarparía de nuevo a reunirse con el líder rifeño. Y cuenta Adeflor que se pudo enterar de que Berenguer había rechazado las condiciones para la vuelta de Navarro y los suyos –no serían liberados hasta 20 meses después, tras el pago de 4 millones de pesetas de rescate y 250.000 pesetas más en concepto de manutención–, que no era otra que reducir el protectorado español a Melilla y sus alrededores. Ante la negativa de Berenguer, no fue posible lograr un acuerdo inmediato. Dris-Ben-Said seguiría colaborando con España hasta que, en una escaramuza, cayó abatido por los tiros de las cábilas contrarias al protectorado español. Ojo por ojo.
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LOS EXPERTOS
Una acción sin los medios suficientes
La tragedia bajo el prisma de la historia militar. Dos expertos en estudios bélicos y profesionales del Ejército analizan los factores estratégicos que condujeron al desastre del Rif de 1921
Pablo Antón Marín Estrada
El Desastre de Annual tuvo importantes consecuencias políticas e históricas, pero resulta difícil de entender sin un enfoque específicamente militar de los hechos que lo desencadenaron. De la mano de la Delegación de Defensa en Asturias, EL COMERCIO recoge la opinión de dos expertos que unen a su condición de profesionales del Ejército la de historiadores para analizar el contexto geoestratégico y las causas de la tragedia.
Ambos coinciden en subrayar la complejidad de la situación existente en el Protectorado Español de Marruecos en 1921 para ofrecer respuestas simples. Hecha la advertencia, el capitán Francisco Díaz de Otazu considera que «tal vez la causa principal fue subestimar al enemigo. Algunos desastres pueden deberse a errores militares, pero en las campañas coloniales a veces se ha actuado sin tener en cuenta las capacidades del rival al que se combate. Los italianos tuvieron 'su Annual' en Adua, los británicos en Isandlwana con los zulúes y todos recordamos por el cine al general Custer. En el ámbito colonial, en ocasiones se ha actuado sin tomar medidas de flanqueo u otras tácticas que pueden hacer más prudente la acción militar. Ese pudo ser el elemento principal del general Fernández Silvestre, a quien en todo caso, si imprudente, no fue en absoluto cobarde», expone. En tal sentido señala que el comandante general de Melilla «en principio contaba con una superioridad de fuerzas que luego hemos comprobado que no era tal». Y a esos factores añade «un servicio militar obligatorio falseado por un sistema de pago en el que los hijos de familias pudientes podían reducirlo a cinco meses en España por 2.000 pesetas. Los soldados de quinta en una guerra menos popular que la de Cuba iban a regañadientes a África. Y como fuerza de choque principal se empleaban unidades indígenas, que a veces respondieron bien, pero en otras se pasaron al enemigo. Otro error era el sistema de blocaos: fortines en alto situados a distancias de hasta 30 kilómetros en lugares sin agua. Dominaban el terreno visualmente, pero había que suministrarlos con recuas de mulas que eran el primer blanco de los rebeldes. Muchos acabaron capitulando por sed, después de luchar hasta el último cartucho. Con el objetivo de evitar esa derrama de sangre se creó un año antes la Legión, muy importante en la evolución de la campaña, pero entonces pequeña y vista con cierta desconfianza», relata.
Es profesor de Historia en el IES Aramo de Oviedo y capitán de Infantería de Marina en la reserva, con destino en la Escuela Naval de Ferrol. Preside la Asociación de Reservistas Españoles
Francisco Díaz de Otazu
Por su parte, el Coronel Fernando Caballero Echevarría, tras remarcar que «los avances y el despliegue del general Silvestre se ajustaron siempre a las directrices del Gobierno, quién aprobaba el plan de avance en cada cabila y proporcionaba los créditos y los medios», destaca «como causas mayores la falta de recursos y efectivos para desarrollar la misión encomendada por el Gobierno, que era ayudar al Sultán de Marruecos a pacificar la zona de Protectorado, ocupar y dar estabilidad a todo el territorio, organizar una administración inexistente e infraestructuras viarias. La otra causa, las limitaciones para el Ejército de una política, que resumía el general Gómez Jordana en 1928 en el lema de 'implementar el protectorado en nuestra zona sin disparar un tiro ni derramar una gota de sangre'. Con ese planteamiento se hacía difícil la acción militar». A esos factores, el historiador añade tres decisiones táctico-operacionales: «La situación de Annual en julio de 1921. Había sido concebida, en enero de ese año, como una base logística eventual. Luego, determinadas decisiones políticas (como la licencia ese mismo mes de enero de los veteranos del tercer año de servicio, que supuso la marcha de unos 4.500 soldados y la no concesión de créditos para abrir las pistas que la conectaban con la línea de abastecimiento logístico), impidieron reorganizar su defensa y desplazarla a la costa y la convirtieron en fácil presa para las harkas rifeñas. También la retirada de Dar Drius, donde, tras el repliegue de Annual y la muerte del general Silvestre, se reunieron más de 4.000 hombres. En una heroica marcha de más de 40 kilómetros hasta Monte Arruit, las fuerzas españolas sufrirían más de 3.000 bajas y, derivada de la anterior, la decisión del Alto Comisario de no socorrer a las guarniciones de Zelúan y Monte Arruit, a menos de 40 kilómetros de Melilla, cuando a finales de julio ya había concentrado en la plaza unos 36.000 hombres y numeroso material de guerra. Ambas posiciones, la primera con algo más de 600 hombres y la segunda con unos 3.000, resultarían asesinadas tras su rendición, los días 3 y 9 de agosto respectivamente. Los efectos de estas dos últimas decisiones, en absoluto imputables al general Silvestre, ya muerto, ocasionaron cerca de 7.000 muertos y desaparecidos, de los 8.000 que se produjeron en aquellas tétricas jornadas, y fueron los que dieron a los hechos de Annual el verdadero carácter de tragedia nacional», explica.
Es coronel de Artillería y diplomado en Estado Mayor. También doctor en Historia por la UCM, con una tesis sobre el desastre de Annual, así como Máster en Paz, Seguridad y Defensa
FERNANDO CABALLERO
Díaz de Otazu cree importante señalar las singularidades de un enfrentamiento en la que las fuerzas de Abd el-Krim «llegaron a contar con 50.000 efectivos, disponían de un armamento no desdeñable en comparación al español y aunque podían fallar en su técnica y manejo, eran buenos tiradores. Fue además un conflicto asimétrico y mientras España desarrollaba una guerra colonial convencional, la de los rifeños tenía más de medieval, donde lo que interesa es el botín, a los prisioneros los matan o si son notables cobran un dinero por ellos, como ocurre en Monte Arruit: tras rendirse la guarnición, los rebeldes no cumplen su palabra y asesinan a la inmensa mayoría de los cercados, dejando solo a un grupo de oficiales para pedir rescate. Los rifeños someten a los prisioneros a todo tipo de crueldades que generarán luego revanchas», apunta. Singularidades aparte y posibles errores sobre el terreno coincide también en que «España estaba intentando frisar como potencia y tenía numerosos efectivos, pero sufría un gran déficit de recursos, en Defensa los presupuestos eran insuficientes para conseguir el objetivo de disuadir e imponer. Cuando esto cambia, la campaña se ganaría airosamente en Alhucemas», una apreciación con lo que está de acuerdo Caballero Echevarría, al recordar que «solo cinco años después, tras el desembarco de Alhucemas, ese mismo Ejército, con una dirección político-estratégica diferente, logró en solo 20 días, durante la campaña de primavera de 1926, la rendición del núcleo principal del ejército rifeño, pacificar gran parte del protectorado y desarmar a las cabilas, sometiéndolas a la autoridad del Sultán, todo ello con escasas bajas». El militar ofrecerá en Asturias en enero de 2022 dos conferencias de la mano de la Delegación de Defensa, sobre el desastre de Annual.
La oposición a la guerra de Marruecos en Asturias
Las quintas se sucedían una tras de otra, las madres estaban de luto en media España; caía sin ninguna gloria la juventud en Marruecos, la guerra era impopular y en todas las casas, particularmente las madres, preferían perder los hijos en el mar, que a la larga siempre se pierden, a que dieran con sus huesos en el desierto africano». Estas reflexiones las hizo Alfonso Camín al rememorar el año 1905 casi medio siglo después. Afirmaba el escritor de Roces que, una vez terminada la guerra de Cuba, «se inventaba la de Marruecos» no solo para explotar las minas del Rif, de las que también se beneficiaba el rey Alfonso XIII, sino «para dar gusto al Ejército», que saciaba allí «sus apetitos de mando y de ascensos». Lo que Camín denominaba el «matadero de Marruecos» desató protestas mayúsculas en 1909, cuando el envío de reservistas provocó la Semana Trágica de Barcelona. El desastre de Annual, justo doce años más tarde, vino a dar la razón a quienes rechazaban aquel conflicto y no entendían la presencia de España allí ni qué se ganaba con ello.
La oposición a la guerra y, en particular, al reclutamiento tenía en Asturias precedentes antiguos. Tanto en Gijón como en Oviedo hubo manifestaciones contra las quintas en 1869 y en 1870 con un protagonismo femenino abrumador, y en aquella época también estalló un motín en Villaviciosa. Un lacerante agravio encendía más si cabe los ánimos: el servicio militar se podía evitar pagando entre 1.500 y 2.000 pesetas, una cifra absolutamente inalcanzable para las clases humildes. La protesta más sonada del XIX ocurrió en Gijón en 1897, cuando, al grito de «¡Abajo la guerra!» –entre otras consignas–, varias decenas de personas se amotinaron en el momento en que un grupo de reclutas esperaba su salida para Cuba.
Así que cuando España se implicó en la zona del Rif el descontento popular no dejaba de ser una continuación de malestares anteriores. Ni la soflama patriótica más hábilmente discurrida iba a cambiar eso. La guerra del Rif era impopular y pocos acudían con vocación y entusiasmo. Las posturas 'abandonistas' calaron en sectores crecientes de la opinión pública, y en Asturias se constatan bastantes actos de rechazo impulsados sobre todo por republicanos, socialistas y anarquistas. Veamos algunos ejemplos de Gijón.
En octubre de 1909 se celebró un mitin en la plaza de toros, con una asistencia que 'La Aurora Social' estimó en 4.000 personas. Se protestaba contra el Gobierno de Maura, una semana y media después de que Francisco Ferrer y Guardia hubiera sido fusilado. Entre otros, ocuparon la tribuna Álvaro de Albornoz (republicano), Eleuterio Quintanilla (anarquista) y Teodomiro Menéndez (socialista). Una de las propuestas que allí se aprobaron por aclamación fue la «terminación de la guerra del Rif».
En febrero de 1910 las izquierdas gijonesas volvieron a protestar contra la política del Gobierno en Marruecos y plantearon varias demandas, incluida la abolición del servicio militar obligatorio. Entre cinco y seis mil personas marcharon hasta el ayuntamiento al son de 'La Marsellesa' y otros cánticos. El soldado de cuota que introdujo la nueva ley de 1912 tampoco igualó el reclutamiento para todo el mundo, pues había quienes, pagando, se reducían bastante la duración del servicio y hasta podían eludir el destino africano.
El goteo de protestas continuó en toda esta segunda década del nuevo siglo. En 1912, por ejemplo, el Centro Instructivo Republicano de Gijón organizó un mitin «para protestar contra la guerra y pedir la derogación de la ley de jurisdicciones». Y en 1913 los jóvenes socialistas promovieron otro en el Centro Obrero de la calle de Anselmo Cifuentes, con el lema «O todos, o ninguno». Se trataba de un acto «contra la guerra y el aumento de los armamentos», y cuando se estaba desarrollando se presentó el delegado de la autoridad con orden de suspenderlo. Los organizadores se quejaron en un comunicado: «La clase trabajadora no está dispuesta a tolerar que se derramen mares de sangre proletaria y se despilfarren ríos de oro sacados del sudor de los trabajadores». Según informó ELCOMERCIO, en este acto ocupó la tribuna por primera vez Wenceslao Carrillo, padre del futuro dirigente comunista.
En el congreso provincial socialista de ese mismo año, los asturianos remitieron al Gobierno un telegrama «protestando […] de la guerra de Marruecos, del aumento de los armamentos, y pidiendo la total derogación de la ley de Jurisdicciones». Las campañas en Oviedo fueron igualmente sonadas. En otro mitin de 1913 convocado en la capital se censuró «la política guerrera del Gobierno» y la nueva ley de reclutamiento: «Es muy imperfecta, ya que dentro de la misma quedan espacios suficientes, por los que pueden escurrirse y se escurren, no vertiendo así su sangre en defensa de la patria, los que pagan 2.000 pesetas».
Aquellos días, no faltaron quienes reprocharan a las mujeres su participación en actos de este tipo. El periódico 'Castropol' publicó en 1913 una colaboración anónima muy reveladora, en la que se las instaba a dedicarse «a la aguja, la calceta y el puchero».
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LA ASTURIAS DE ESE ENTONCES
De Gijón a Villaviciosa, cinco pesetas
M. F. Antuña
La vida discurría a otro ritmo. En la Asturias de 1921 la cotidianidad se mecía entre las tareas rurales, los mercados, las procesiones y el sueño de viajar muy lejos.
Empezaba el año con el fin de una huelga minera. Accedían Hullera Española y la Empresa Comillas a las peticiones sindicales y se volvía al tajo. Parece ser que 1920 había sido un año desastroso, así que el 1 de enero de 1921 había ganas por ver lo que estaba por venir. Nada bueno, ese otro desastre de Annual, en un tiempo en el que la vida era otra, discurría a otro ritmo y con otros modos y maneras. Y para muestra un botón: daba cuenta EL COMERCIO del inicio de la actividad del Banco Gijonés de Crédito con un capital de 12 millones de pesetas, o sea, 72.000 euros. Una cifra hoy de risa y antaño un dineral que pone la economía de esos años veinte efectivamente locos en su lugar en una Asturias aún muy encerrada en sí misma pero que presumía en Madrid del arte expuesto de Darío de Regoyos, el impresionista asturiano que empezaba, años después de su muerte, a adquirir un cierto relumbrón. Tenían mucho relumbrón ya el «inimitable» Sheldon Lewis que estrenaba en Jovellanos 'El guante de la muerte' y la compañía teatral de Enrique Borrás, que andaba girando con 'El alcalde de Zalamea' con escala en el Dindurra, el mismo año en el que Rosario Acuña instalaba su casa mirando al mar de Gijón y observaba lo que ocurría en África con preocupación.
Retrato anónimo en la playa. Fotos: Muséu del Pueblu d'Asturies
Procesión del Santao Entierro el Viernes Santo en Villaviciosa, en una fotografía de Modesto Montoto.
Una escena en el río, en Villaviciosa, tarjeta postal de A. del Fresno.
Faenas de la trilla en Grandas de Salime, tarjeata postal.
Músico ambulante recitandoun romance en Colunga, foto de Celso Gómez.
Procesión por las calles de Pajares fotografiada por Celso Gómez Argüelles.
Fotografía anónima que documenta el desbordamiento del río Martín e inundaciones en la villa de Grado en 1921
Rastro en el Campillín, en Oviedo, captado por Celso Gómez
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Se publicitaban el Anís del Mono y los bálsamos para el reuma y los asturianos reservan pasajes en vapores holandeses que viajaban rumbo a Uruguay o Argentina, Cuba (a Las Habana, en preferente, 846 pesetas) o Estados en busca de una vida mejor, o más cerca, a Europa, pues desde El Musel había servicio regulares a Bélgica y Alemania. Quienes ni soñaban con ir tan lejos, sí podían ir de Gijón a Villaviciosa ida y vuelta por cinco pesetas con Automóviles Cinco Villas. Lo mismo costaba un corsé de señora y una peseta más un paraguas.
Si en agosto las noticias tristes llegaban de Marruecos, en septiembre se desbordaba el río Martín y Grao sufría graves inundaciones. En el medio de todo eso, avatares mil en una vida cotidiana entre lavaderos, fiestas, procesiones, baños de mar, mercados, vidas rurales y urbanas.
Llegaba diciembre con un conflicto en la construcción entre obreros y contratistas mientras el Ayuntamiento de Gijón estudiaba poner en marcha una tasa de venta de pesado en la rula.
Eejemplar del diario EL COMERCIO, con una foto del director Adelfor en su despacho.
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DIRECTOR DE EL COMERCIO
El cronistas que contó el desastre
Miguel Rojo
Lo decía en su primera crónica el propio Alfredo García García, Adeflor, (Gijón, 1876 - 1959). «Vamos a Melilla por servirte». Ante las estremecedoras noticia que llegaban de la guerra en el norte de África, el 6 de agosto de 1921, hacer ahora cien años, EL COMERCIO anunciaba en su portada el viaje de su director como corresponsal, para informar a los lectores asturianos no solo del devenir de los acontecimientos, sino también de las vicisitudes que pudiesen correr los soldados de estas tierras allí destacados. Su estancia en África se alargaría hasta el 6 de diciembre, cuando vuelve apresuradamente a casa desde Tetuán. Por el medio, hizo llegar a este periódico que hoy tienen entre sus manos 113 crónicas, a las que sumaría otras tres, agrupadas bajo el título de 'Recuerdos de campaña'. Alejado de aquellos corresponsales de despacho que esperaban la versión oficial para trasladarla a sus medios, Adeflor muy pronto destacó por su habilidad para contar las pequeñas historias de todos aquellos personajes que se fue encontrando en su recorrido por los escenarios de la guerra.
Sus testimonios eran los que, de primera mano, daban forma a sus crónicas, elegantemente escritas y no carentes de soterrada crítica política. «La labor de reflejar como nos sea dable, aunque apelemos a hacernos entender entre líneas, el estado verdadera de aquella zona africana, ha de constituir nuestra primera preocupación», anunciaba en su primer escrito, de camino a su destino.
De su mano llegaron a Asturias las primeras noticias, fidedignas, de la tragedia acaecida en Annual, a través de supervivientes que le contaron cómo se había desarrollado la batalla. Y además de un atinado análisis de la situación, allí estuvo él para recibir a los soldados asturianos que, en octubre, viajaron a reforzar las posiciones españolas. Con ellos compartió cuartel, cantina y confidencias, pero también asturianía. EL COMERCIO servía en aquellos tiempos de enlace entre los soldados y sus familias, tanto a través de sus crónicas como de las cartas que les hacía llegar en mano a los combatientes.
Fue él quien cubrió la visita del ministro de la Guerra, Juan de la Cierva, y quien entrevistó en exclusiva al general Dámaso Berenguer. Fue quizás esta su pieza de mayor relevancia, pues aquellas declaraciones, que fueron recogidas por otros medios nacionales, desataron una verdadera guerra política y acabaron costándole su puesto al general.
A través del telégrafo y del correo, llegaban a Gijón desde África no solo sus crónicas, sino también las fotografías que las acompañaban, realizadas por el propio Adeflor, y los mapas y croquis que ilustraban las informaciones y el desarrollo de las batallas. Un trabajo periodístico sobresaliente, útil y entregado.