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San Román (Piloña).Adrián Castañedo, ante el hórreo en el que está trabajando estos días. XUAN CUETO

Los cincuenta guardianes de los hórreos

Boom. La construcción y rehabilitación de estas joyas patrimoniales emplean a más de medio centenar de personas que ven crecer los encargos con la pandemia

AZAHARA VILLACORTA

Domingo, 7 de febrero 2021, 01:40

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Hay trabajo para todo este año y parte del que viene. Mogollón», resume mientras cambia un trabe en San Román (Piloña) con el mimo y la precisión de un cirujano, «aguantando la respiración», Adrián Castañedo, natural de Infiesto y que, a sus 34 años, hace ya más de una década que decidió dedicar buena parte de su vida a los hórreos y las paneras. A repararlos y evitar que estos tesoros -la mayoría, con varios siglos de antigüedad sobre sus pegoyos- acaben reducidos a escombros. Exactamente, desde que cogió «el traspasu» de un carpintero de Espinaréu del que aprendió el oficio.

Así que, pese a su juventud y a la pandemia, Adrián Castañedo -que, como si su apellido fuese premonitorio, domina el castaño como pocos y al frente hoy de su propia empresa, en la que emplea a otro chaval- no tiene huecos libres en la agenda hasta 2022. O precisamente también gracias a la crisis, porque este piloñés reconoce que la vuelta a la aldea de muchos «algo influyó» en que ellos no den abasto.

«Ayer fui a ver seis hórreos para darles presupuesto a los dueños, mañana voy a ver otros dos y pasado, otros dos más», hace repaso este profesional de la madera. Y, como él -enumera Paulino García, de la Asociación de Amigos del Hórreo Asturiano-, «son más de medio centenar las personas que se dedican a la construcción y rehabilitación en la región». Un sector «al alza» en plena era covid, coincide García: «Esta crisis está provocando que haya más demanda, porque hay gente que decide volver a la casa del pueblo y, de repente, se acuerda del hórreo».

Un hórreo rehabilitado por Miguel Pozuelo en Gijón.

Pero también está «la gente de fuera que compra aquí», añade Adrián: «Esa gente de fuera mira mucho más pa'l hórreo que los de casa, que lo tenemos delante y muchas veces lo vemos más como un estorbu que como otra cosa».

Así que, cuando comprueba que alguno ha cedido al peso de la desidia, se le cae el alma a los pies: «Pienso: 'Patrimonio a la basura'». Y, por lo mismo, no le parece mal que la Consejería de Cultura haya abierto tímidamente la puerta a la idea de dotar de nuevos usos a estas joyas patrimoniales. Eso sí, con un límite meridiano: «Los anteriores al siglo XVIII deben repararse, pero dejarse como están; mientras que los más modernos sí que podrían tener nuevos usos con un control. Nada de poner 'veluses', ventanas o chimeneas».

Ese 'sí' condicionado y esa preocupación por cómo se hará son compartidos por el sector. Porque ellos ya han visto de todo: «Hay viviendes con les ventanes disimulaes con les colondres y no lo sabe nadie», cuenta Jamín Sánchez, llamado 'Jamín, el fíu Tista', porque fue su padre el que empezó con la carpintería, y que nunca fue más feliz que cuando restauró «uno en Tolivia en el que un chaval de veintisiete años metió todos los ahorros que tenía».

Jamín, ovetense de San Esteban de las Cruces, da empleo a varios autónomos y es de los que defienden que insuflarles nuevas vidas «es la única forma de salvar a los hórreos» ahora que ya casi nadie los usa como graneros.

Jamín Sánchez, junto a un hórreo rehabilitado por él en el Santuario de la Virgen de la Cabeza, en Meres (Siero).

Y, si de desuso y deterioro hablamos, él carga contra las subvenciones para rehabilitarlos como las que acaba de convocar el Principado, con un tope de 7.500 euros por hórreo, panera o cabazo: «¿Tú sabes por qué caen los hórreos en Asturies? Por las subvenciones. Un paisano tien un hórreo y pide una subvención pa' arregalu, pero no se la dan. Espera al añu siguiente y no se la dan. Y, cuando se da cuenta, tien el hórreo en suelu. Ye todo mentira. Solo tienes que dividir los 150.000 euros que saquen ahora entre los 20.000 hórreos que hay en Asturies».

Y de la misma opinión es Julio Zapico, de Piedeloro (Carreño), que, además de licenciarse en Historia, supo desde muy joven que lo suyo era la madera y que forma equipo con otros dos «horreros», aunque de vez en cuando tienen que pedir «ayuda extra» para sacar el trabajo adelante.

«Después del confinamiento, la gente salió deseosa de hacer obras y los que se dedican a las reformas están a tope. Incluidos nosotros», explica Zapico, al que encontramos en Villaviciosa «dando presupuestos», porque es de los que piensa que «un hórreo tien que estar fatal pa no podese reparar». Pero no solo eso, sino que su destreza traspasa fronteras y acaba de llegar a la comunidad vecina: «Terminamos ahora de construir un hórreo montañés por encargo de la Consejería de Cultura de Cantabria en Anievas. Ye un hórreo impresionante que utilizarán para promocionar la comarca y para hacer un centro de interpretación, porque allí hubo muchos y cayeron todos».

Miguel Pozuelo, en su taller de Tamón, donde construye un panera que luego trasladará a Infiesto. marieta

Pero también ofrece otros servicios, como traslados de una finca a otra. ¿Coste estimado? «Depende de cómo esté de tocado, pero pueden ser 24.000 euros uno con corredor y 15.000 sin corredor». ¿Caro? «Depende, porque hay gente que compra un coche de alta gama que cuesta lo mismo y el día que le entregan las llaves ya vale la mitad, mientras que un hórreo es para toda la vida». Una metáfora que utiliza también Alberto Cuervo, de la carpintería Pracar, en Quinzanas (Pravia), que uno de los últimos que levantó fue «por capricho del dueño»: «Me dijo que hay gente que tenía el capricho de un cochazo y él, de un hórreo». Él, que emplea «alrededor de un mes en hacer una reforma integral», es otro de los que piensan que «el confinamiento contribuyó» a esta fiebre por lo que fueron graneros y ahora son casi objetos de lujo. También de los del bando de «las subvenciones son un engañabobos que, como mucho, te pagan el IVA de todo el presupuesto».

Porque la realidad incuestionable -zanja Miguel Pozuelo, de la carpintería que lleva el nombre de su suegro, Manuel Pérez, en el inmenso taller que tiene en Tamón (Carreño)- es que «ya nadie haz un hórreo pa meter patates».

Miguel, que estos días construye una panera que luego encontrará su lugar definitivo en Infiesto para lucir en todo su esplendor, cuenta que «los precios son como los puñetazos: hacer uno puede ir desde los 20.000 hasta los 60.000 euros. Y rehabilitar, desde los 2.000 hasta los 15.000. A veces, cuesta tanto como hacerlo nuevo». Y sabe bien de lo que habla, porque él ha levantado hórreos en León, Tarragona, Valencia, Murcia... «Y ahora tenemos contratado uno en Madrid, encargo de un madrileño que se enamoró de Asturias. Pero aquí a veces damos más valor a tener una chabola de uralita».

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