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1982. El funeral del policía Juan Seronero Sacristán (gijonés, 35 años), asesinado a tiros en una emboscada de ETA junto a dos compañeros.

Estallidos de dolor en el corazón de Asturias

El terror a portada. Una exposición recorrerá 60 años de terrorismo en España a través de la prensa. En ella, los archivos del Grupo Vocento se abren como tributo a las víctimas y antídoto contra el olvido

AZAHARA VILLACORTA

Domingo, 2 de octubre 2022, 01:49

Cada 24 de septiembre, poco antes del amanecer, María José Rama y sus hijos, Cristina y Carlos, emprenden un viaje marcado por el dolor. Ida y vuelta en el día, Gijón-Leitza. Casi 800 kilómetros de carretera en total. A veces con lluvia, a veces con sol. Porque el 24 de septiembre de 2002 -acaban de cumplirse dos décadas- ETA asesinaba en la localidad navarra a Juan Carlos Beiro, cabo de la Guardia Civil langreano que solo tres meses antes había solicitado una plaza vacante en el pueblo. Tenía 32 años.

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1990. Atentado de los GRAPO en la Dirección de Tráfico en Gijón, una de las ciudades donde la banda actuó con más frecuencia.

Quince kilos de explosivo segaron aquel día brutalmente la vida del agente -casado y padre, por aquel entonces, de gemelos de seis años- cuando se disponía retirar una pancarta proetarra. El marido de María José y el padre de Carlos y Cristina, que ya han cumplido los 26. Veinte años de viajes Gijón-Leitza y Leitza-Gijón. Cerca de 15.000 kilómetros que no han borrado el recuerdo de un hombre joven, con vocación de servicio, estudiante de Derecho, comprometido con la sociedad y adorado por los suyos.

2000. La guardia civil Irene Fernández Perera era asesinada en Huesca.

El cabo langreano cerró la lista de asturianos asesinados por ETA aquel día negro de un año negro en el que a Juan Priede, natural de Piloña y concejal socialista en Orio, le descerrajaron un tiro en la nuca cuando se encontraba en un bar de la localidad guipuzcoana. El mismo hombre de una pieza que sabía bien que se había convertido en su diana, pero que se negó a renunciar a la libertad por la que había peleado toda su vida. Dos de las 27 víctimas mortales del rastro de barbarie que dejó a su paso en la región la sanguinaria banda según las cifras de la Fundación Víctimas del Terrorismo (FVT), que ahora se ha aliado con el Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo y el Grupo Vocento para rendirles homenaje. A ellas y a todas las víctimas del terror. También a las que sobrevivieron. Para hablar de su pavor, de las persecuciones, el acoso, las extorsiones y las amenazas que fueron las de todos aunque, a veces, eligiésemos mirar para otro lado.

Y lo hace a través de 'El terror a portada', una exposición itinerante que el próximo 6 de octubre (y hasta el día 30) abrirá sus puertas en el Museo Arqueológico de Asturias para recorrer

60 años de sinrazón a través de la prensa. Porque el periodismo riguroso y exigente -el periodismo, al fin y al cabo- no solo ha sido clave a la hora de deslegitimar cualquier tipo de violencia, sino que se ha convertido en un garantía de veracidad en el relato de lo que ha supuesto el terrorismo en este país. Y porque los medios de comunicación no solo son determinantes para luchar contra el olvido, sino también para combatir la manipulación. Así que el valioso archivo de Vocento, con miles de textos, fotografías y viñetas en sus hemerotecas, se ha puesto a disposición de esta muestra.

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Porque, como explican sus comisarios, «la biografía de miles de personas también se partió en dos el día que se quedaron huérfanas, viudas, perdieron a un hijo o sufrieron heridas que les provocaron secuelas irreversibles». Y muchas «tuvieron que enfrentarse a situaciones que nunca se habían cruzado por su cabeza»: cerrar apresuradamente la casa familiar para huir de un pueblo hostil, lidiar con el hostigamiento diario de viles aprendices de sicarios, crear recuerdos de un padre o una madre que nunca llegarían ya a conocer sus hijos.

Así ha sido posible que esta muestra recoja una colección de páginas publicadas por los diario del grupo, con especial atención a la labor informativa que ha realizado EL COMERCIO desde que Begoña Urroz, una bebé de veintidós meses, resultase mortalmente herida en la estación de Amara (San Sebastián) el 27 de junio de 1960. Deteniéndose en rostros inolvidables como los de Irene Villa o Miguel Ángel Blanco, el concejal del PP asesinado hace 25 años tras ser secuestrado por un comando de ETA y sufrir un calvario que todo un país sufrió en carne viva. El chaval de Ermua que cambió la historia. Un crimen que conmocionó a la ciudadanía y supuso un punto de inflexión en la reacción de la sociedad, que dejó de callar ante la brutalidad de la banda y se echó a las calles para clamar 'Basta ya' ofreciendo su nuca y sus manos desarmadas pintadas de blanco. La respuesta cívica al chantaje que quebró la indiferencia hacia las víctimas y tras la que nada volvió a ser igual.

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En palabras de Florencio Domínguez, director del Memorial de las Víctimas del Terrorismo, estamos ante «una exposición singular, con marcado carácter periodístico, que expresa el compromiso de la prensa en la lucha contra el terrorismo, denunciando y relatando cada atentado en sus portadas, y donde los profesionales de los medios de comunicación fueron testigos privilegiados».

En esos más de sesenta años transcurridos desde entonces, fueron más de 1.400 las víctimas en territorio español. De ellas, 856 fallecieron a manos de ETA y 256 serían asesinadas por células yihadistas. Porque también se recuerda a quienes sufrieron el horror infligido por otros grupos como el FRAP, los GRAPO, Terra Lliure, la Triple A o el Batallón Vasco Español. Un recuerdo que se prolonga hasta el 26 de abril de 2021, fatídica fecha del atentado en Burkina Faso en el que perecieron el periodista David Beriain y el cámara Roberto Fraile, y que vuelve a dejarnos mudos al regresar a la pesadilla de aquel 11 de marzo de 2004, cuando las bombas deslavazaron en Madrid 192 vidas en la mayor masacre terrorista de nuestra historia. Rostros que ahora recuerdan los objetos que cientos de personas depositaron en los escenarios de los atentados, al pie de las vías.

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Para el presidente de la FVT, Tomás Caballero, esta muestra «es nuestro sentido homenaje, nuestra aportación a su verdad, memoria y dignidad».

Víctimas con nombres y apellidos, acompañadas aquí de fotografías familiares y enseres personales rodeados por un espacio dedicado a los ciudadanos -muy pocos al principio- que se atrevieron a romper las cadenas del miedo y se manifestaron públicamente contra la sinrazón. Y, un poco más allá, otro centrado en las Fuerzas de Seguridad, que también han cedido materiales de operaciones antiterroristas como las ampollas con el somnífero Dormicum Roche utilizadas por el miembros de los comandos Bellotxa-Goiherri para sedar al empresario Julio Iglesias Zamora y a José Antonio Ortega Lara e incautadas durante la liberación del funcionario de prisiones en el zulo de Mondragón donde pasó 534 días encerrado.

Un recorrido por los mecanismos del miedo, las secuelas de un atentado, los pequeños grandes relatos personales. Que desafía el olvido de nuestro pasado reciente. Ese en el que, durante décadas, hubo personas en este país que se despertaban con el pánico de que ese día fuese el último. Un tiempo en el que la muerte podía llegar al doblar la esquina, al arrancar el coche, al comprar el periódico, al abrir el buzón o en los escasos segundos que alguien tarda en encontrar la llave en el portal. En el que existía una economía del miedo, un urbanismo del miedo y hasta un vacío del miedo: el de las listas electorales que no se conformaron, los negocios que no se abrieron, los libros que no se publicaron, las películas que no se rodaron, las opiniones que se silenciaron, los niños que no crecieron: 34 menores asesinados y al menos 241 heridos. Entre ellos, nueve bebés de menos de un año.

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Objetivos a los que tampoco escapó la prensa. Redacciones donde el empeño de los periodistas y sus cabeceras por ejercer su derecho no solo a informar, sino a hacerlo sin equidistancia, a eludir las trampas del lenguaje de los asesinos, y, en definitiva, a comprometerse contra la barbarie, no pudo ni podrá jamás ser acallado por el terror.

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