El combate de Cavite fue desfavorable para los españoles.

Por las almas de Cavite

Se celebraron en la ciudad honras fúnebres por los 77 soldados españoles muertos en un enfrentamiento naval en Filipinas

Sábado, 27 de mayo 2023, 01:43

1898. Hace 125 años.

Tristes son las guerras. De todas las del siglo XIX, la de Filipinas fue de las que más. No había llegado aún el episodio de los últimos del fuerte de Baler cuando, el primero de mayo de 1898, se enfrentaron en aguas de Manila los buques españoles con los estadounidenses, enseñoreados tras la ficción del 'Maine' en La Habana. Del resultado final de la que vino en llamarse batalla de Cavite, aquellos polvos: la evidente superioridad militar 'yankee'. Y estos lodos, en conclusión: 77 soldados españoles muertos frente a 13 bajas estadounidenses. La derrota cayó como un jarro de agua fría en la opinión pública española, con tantos hijos derramando su sangre para el sostén de las colonias, y en Gijón se celebraron funerales por las víctimas de Filipinas.

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En la iglesia de San José, concretamente. Contó EL COMERCIO, tal día como hoy, que «el templo ofrecía un aspecto conmovedor e imponente. Ante el altar mayor, en la nave central, se elevaba, cubierto de paños negros, un severo catafalco, decorado con el pabellón nacional, hermosas coronas y los atributos de la marina de guerra, y coronado por un buque en miniatura. En bonitos escudos rodeados de gallardetes y lazos negros y colocados en las columnas del templo, se leían los nombres de los buques españoles que tomaron parte en aquel infausto, aunque glorioso combate, y del frente de la tribuna pendía un artístico escudo de armas, adornado con preciosa corona».

Acordes de orquesta

Habían sido, los barcos mártires, el 'Reina Cristina', 'Castilla, 'Isla de Cuba', 'Isla de Luzón', 'Don Antonio de Ulloa', 'Juan de Austria' y 'Marqués del Duero'. Imagínense lo que debió ser, aquel día en Gijón, el oír resonar en el templo los acordes de la orquesta, que interpretó «el tétrico 'Dies irae'» para traer a la memoria de los presentes «los nombres de los ilustres marinos cuyo corazón palpitaba ayer henchido de entusiasmo y esperanza, y que yacen hoy en el mundo de los que fueron, si la Historia no se encargara de resucitarlos». Bueno, aquí estamos. Pronunció la oración fúnebre Antonio G. Cano, canónigo de la Catedral de Oviedo, y todo el mundo se hizo cruces. Sí: ¡tristes guerras!

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