Recuerdo del doctor Bellmunt
La inclusión de la biografía del avilesino en la Enciclopedia Asturiana llevó a Ignacio Lavilla a contar sus memorias
Jueves, 15 de junio 2023, 00:36
Eran tiempos, a 63 años de la muerte de Octavio Bellmunt (Avilés 1845-Gijón 1910), de «proverbial apatía» hacia «todo análisis ponderativo de nuestros valores regionales», decía, en nuestras páginas, Ignacio Lavilla. Pero con una firme excepción: la Enciclopedia Asturiana que, por entonces, acababa de llegar para engrandecer el conocimiento sobre nosotros mismos. En ella constaba la biografía de Octavio Bellmunt, un hombre maltratado por el recuerdo de sus congéneres pese a haber sido médico, escritor, fotógrafo y violinista. ¿La razón? Según Lavilla, el auto-odio; «la característica pasividad de los asturianos que parece como si nos ruborizáramos pudorosamente cuando sale a colación alguna de las personas de las que tenemos que sentirnos orgullosos por su significación dentro de nuestra vida regional. En esto nos diferenciamos de nuestros vecinos los gallegos».
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En fin: Lavilla recordaba (o más bien recogía del recuerdo de otros, ya que él solo tenía 15 años en 1910) del doctor Bellmunt que en vida había sido «un caballero de noble porte, con una discreta elegancia y una controlada cordialidad. Pasaba por nuestras calles en un coche de caballos frecuentemente sin prisas, pero a veces con la urgencia que reclamaba su intervención en el seno de alguna de nuestras familias. En nuestro medio, por lo menos, fue el doctor Bellmunt quien logró dar a la obstetricia una categoría científica, en empeñada lucha contra las parteras, que no tenían más título que el de la práctica temeraria y casi siempre el de cierta familiaridad con la clientela». Una polémica opinión, sin duda, sobre las comadronas, aunque cierto es que Bellmunt había sido un pionero. En su consulta, en una esquina de la calle de San Bernardo, la música de violín recibía a los pacientes, a veces humildes, y combatió el mal de sobreparto, endémico entonces... como pudo.
«Todo salía bien menos cuando salía mal, porque entonces, las fiebres puerperales, las infecciones todas, sin los antibióticos de que hoy disponemos, segaban muchas vidas en trance de maternidad». «No me tocó nacer con ayuda de sus manos», reconocía Lavilla, pero «lo consideraba yo como un taumaturgo con poder sobrenatural».
1973. Hace 50 años.
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