Tiros en un chigre de Caldones
Aquilino departía con Salustiano cuando sacó una pistola, lo hirió y huyó. Luego negó los hechos, pero le decía: «¿Te lastimé mucho?»
El traqueteo de la charré rompió el silencio de la madrugada gijonesa cuando, hace un siglo, a eso de las cuatro, llegaron a la Casa ... de Socorro, tumbados sobre un colchón, Salustiano A. y Matías M., de Caldones y Baldornón respectivamente. El uno, herido por arma de fuego, «con orificio de entrada en el segundo espacio intercostal derecho y de salida en la axila del mismo lado» y otro tiro en la rótula izquierda, que se le quedó dentro del muslo (pudo ser gorda la cuestión); el otro, con un disparo «en la cara anterior y superior del brazo derecho». Como para no contarlo. Conscientes aunque doloridos, las víctimas del tiroteo nos explicaron qué había sucedido.
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Ocurrió, dijeron, en el chigre de Eusebio Martínez, en Caldones. Allí, mientras «se encontraban sentados a una mesa, departiendo amablemente» Salustiano y un vecino, Aquilino, este, de repente, y «sin haber provocación ninguna, se abalanzó sobre Salustiano, y sacando una pistola le hizo seis o siete disparos, alcanzando uno de los proyectiles a Matías M., que se encontraba en otra mesa. Salustiano pudo, a pesar de hallarse herido, arrebatar la pistola de manos de su agresor, que se dio a la fuga seguidamente». Pero no tardó en aparecer. Lo hizo, acompañado por su padre, a eso de las once de la mañana. Herido, también, y, según su declaración, por una acometida de Salustiano.
El sollozo del agresor
Su versión apuntaba a que la cuestión no había sido tan inesperada, sino que medió «fútil discusión que quiso acabar Salustiano, atizándole con una botella en la cabeza». Negaba haber disparado, y aseguraba que, tras la agresión, «salió de la taberna, y ya fuera, cerraron las puertas para que no entrara; y que oyó varios disparos, que partían del interior del local».
Un testigo ocasional del incidente, Javier M., dirimiría la cuestión, dando mayor validez a la versión de Salustiano y Matías. Fue torpe, también, Aquilino, al descubrirse así mismo: ese día, mientras se consignaban los autos, se acercó a la cama de Salustiano, y le susurró: «Oye, Salustiano, ¿te lastimé mucho? ¿Estás grave?». «Y luego bajaba la cabeza, y sollozaba», contamos. Torpe, pero arrepentido.
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