Las lecciones de la pandemia en Asturias
El coronavirus nos ha enseñado que todas las piezas de la sociedad son importantes y han de combatir juntas, desde la sanidad a la cultura, la industria y la investigación. Doce expertos, cada uno desde su punto de vista, nos cuentan qué han aprendido
AIDA COLLADO
Lunes, 18 de enero 2021, 01:20
Decían que de esta saldríamos mejores. Más conscientes de la vida misma. Más solidarios. Eran los tiempos de asomarse a la ventana para aplaudir a ... los sanitarios, de ponerse el delantal y amasar nuestro propio pan, de reír y llorar de balcón a balcón con ese recién descubierto vecino. Pero pasaron y pesaron los meses. Y llegó el cansancio, la frustración, el 'y para mí quién mira'. Esa tendencia al egoísmo que el ser humano no puede ocultar dejó nuestras vergüenzas al aire. Y los arcoíris en las ventanas dieron paso a las persianas bajadas y las escapadas a la segunda residencia. Y la música de los balcones a la de las fiestas de Nochevieja. Y el despellejarse las manos con gel a quitarse la mascarilla si nadie vigila. Llegó la desesperanza, la segunda ola. Y la tercera. La llegada de la vacuna, lejos de devolvernos a aquella comunión con la naturaleza y con el prójimo, ahondó en nuestras miserias. En los enfrentamientos, en las envidias.
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Lo único bueno de seguir aún inmersos en la crisis sanitaria es que todavía podemos salir, si no mejores, más sabios. Podemos extraer algo de conocimiento de entre las toneladas de dolor y hartazgo. Cada crisis, lo llevamos escuchando toda la vida, es una «oportunidad». Una lección que no queríamos, pero no estamos en condiciones de desperdiciar.
Doce profesionales de doce diferentes ámbitos de la sociedad asturiana repasan lo vivido, lo aprendido -y, en ocasiones, olvidado de nuevo- para dejar constancia de aquello que deberíamos apuntar y tener bien presente en el futuro. Desde la sanidad, la investigación, la cultura, la innovación, la hostelería, las fuerzas de seguridad, el deporte, la sociología, la empresa, la industria. Desde todas y cada una de las piezas que todavía continúan en el tablero con un objetivo común. Vencer a la enfermedad. Superar la crisis. Esta y cuantas vengan a continuación.
Para ello, ponen en común lo que no deberíamos olvidar para construir el futuro de una Asturias mejor.
«El sistema no puede colapsar. Es nuestra responsabilidad como colectivo»
No es un síntoma de debilidad. Si algo tiene claro Maite Antuña, responsable de la UCI del Hospital de Cabueñes, es que los sanitarios han demostrado «que somos realmente fuertes y, ante la adversidad, aún más». Pero la sociedad ha de saber «que no somos héroes ni llevamos capa de supermán». Todos, y los intensivistas no son una excepción, «nos cansamos, enfermamos». Así que, bajo su punto de vista, una de las lecciones más importantes que nos deja la pandemia del coronavirus es que superar una crisis de tal calado «es responsabilidad de todos».
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Y no sirve echar balones fuera. «La sociedad tiene que convencerse de que, efectivamente, estamos en una situación en la que convivimos con un virus que se contagia con muchísima facilidad. Y algunos de los contagiados enferman gravemente. Esto puede colapsar el sistema sanitario. Puede que enfermemos o no de coronavirus, que tengamos un accidente, un infarto, cualquier otra patología que precise ingreso en el hospital». La conclusión está clara: «Necesitamos que en los hospitales haya capacidad. El sistema sanitario no puede colapsar». Y eso solo se conseguirá de un modo: haciendo un ejercicio de reflexión para entender que «es nuestra responsabilidad como colectivo». Que solo podremos superar una crisis como la actual «si somos responsables todos».
«Es urgente inculcar a nuestros jóvenes valores como el civismo y la empatía»
El músico langreano, miembro de Forma Antiqva, destaca, en primer lugar, que el coronavirus ha sido «un yugo que nos democratizó a todos». Padre de dos niñas, considera que «es urgente inculcar a nuestros jóvenes valores fundamentales como el civismo y la empatía, porque estamos viendo en el día a día que no están muy trabajados y eso nos lleva a agravar la situación».
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Pero también son muchas las revelaciones a nivel profesional que está dejando la covid. «La pandemia dejó claro de una manera cruda qué es lo que importa de verdad y a qué estamos vendidos como sociedad», resume. Zapico cree que durante lo más duro del confinamiento la cultura salió al rescate para demostrar que está a la altura de otros sectores, como la hostelería o el turismo, mucho más apreciados «en una sociedad basada prácticamente solo en el consumo».
Alimentar el alma nos liberó durante el encierro: «En todos sus formatos y toda su extensión, la cultura fue la que nos salvó de la locura, gracias a los libros, las músicas, las series, las películas...».
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«Es de sabios conocer nuestra condición de seres finitos, precarios, vulnerables»
«Toda circunstancia vital es una oportunidad para aprender y, como toda oportunidad, algunos saben aprovecharla y otros la desperdician». Lo explica el filósofo y autor de 'Filosofía en la calle' Eduardo Infante, que invita a la reflexión tras vivir unas circunstancias extraordinarias como las de la pandemia: «Platón afirmó que la filosofía es un aprender a morir. Es decir, que es de sabios conocer nuestra condición de seres finitos, precarios, vulnerables e interdependientes. Solo desde esa verdad se puede construir, y gozar, de una vida sensata y humana, tanto a nivel personal como comunitario». Quizá se trate de la lección más importante que podemos aprender.
La filosofía adquiere especial importancia en situaciones de vida o muerte. «Frente a la lucidez del sabio, el estúpido se vive inmortal, estable, invulnerable e independiente», asegura Infante. Ha quedado meridianamente claro con la covid:«El insensato entroniza sus deseos y apetitos». La maduración mental del niño, amplía, «se procede cuando éste modifica sus esquemas al entrar en contradicción con la realidad, cuando es capaz de gobernar sus apetitos». Algo que no todos dominan. «A veces pienso que vivimos en una sociedad de adultos infantilizados que creen que desear algo otorga el derecho de conseguirlo inmediatamente, con escasa tolerancia a la frustración».
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«Los servicios públicos se han revelado esenciales para gestionar algo así»
Algo desesperanzado, el sociólogo de la Universidad de Oviedo Holm-Detlev Köhler se siente «decepcionado, porque parece que no aprendemos». En la primera ola vio brotes de esperanza, cuando las personas «dieron valor a muchas cosas que antes consideraban normales, sobre todo en lo que a las relaciones humanas se refiere». Las acciones de solidaridad espontánea le conmovieron. «Pero en este segundo capítulo, gran parte de estas esperanzas han desaparecido. Hemos vuelto a la actitud individualista en la que cada uno busca su beneficio y no piensa en los demás». Esto, dice, se ve claramente en los enfrentamientos partidistas entre los partidos políticos, pero no solo. «Gran parte de la ciudadanía actúa de igual modo».
Teme que dejemos escapar la que en su opinión es la gran lección de la pandemia: «Debemos valorar los servicios públicos, que se han revelado esenciales para gestionar esta crisis». El sector privado, añade, «con todo lo importante que es, no tiene capacidad por sí mismo para gestionar una crisis social y sanitaria ni para organizar una reactivación económica tras un golpe profundo como este». Por eso el siguiente paso debería ser mejorar notablemente dichos servicios públicos. También deberíamos pulir la tendencia a adoptar esos «dos personajes que tanto gustan a los españoles: el policía y el tramposo, que se complementan en la misma persona».
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«Los sentimientos de solidaridad que han surgido deben mantenerse»
Cristina Abella ya lo sabía, pero para muchos ha sido un auténtico descubrimiento darse cuenta de «lo vulnerables que somos» y de que absolutamente todos, en determinado momento, «podemos vernos abocados a una situación complicada, por mucho que antes nunca se nos hubiese pasado por la mente que algo así pudiese ocurrirnos a nosotros».
Es una de las lecciones tan desagradables como necesarias que deja el coronavirus. Y la hemos aprendido a golpe de ERTE, de ayuda que no llega, de un cúmulo de errores y mala suerte al que pocos podrían escapar. Pero como las monedas, casi todas las situaciones tienen su cara y su cruz. Desde la dirección del gijonés Albergue Covadonga, Abella ha podido ser también testigo de las impresionantes muestras de solidaridad de una ciudadanía más unida que nunca. «La cantidad de ropa que nos llega es desbordante y seguimos recibiendo», festeja. «Esa lección de solidaridad es lo mejor que podemos aprender». Y aunque sabe que la intensidad de estas respuestas tiende a bajar, prefiere pensar que las acciones solidarias «que se generaron con el virus perdurarán». Y, en su opinión, la reacción de los ciudadanos al manto polar de Filomena, lo confirma. «Algo se despertó con la covid y también con el temporal, parece que tenemos un sentimiento latente que confío en que se mantenga».
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«No podemos esperar a que el poder establecido nos lo dé todo hecho»
José Vázquez, también conocido como 'el poli marchoso', cree que los asturianos hemos aprendido «a relacionarnos de otra forma con los demás, a compatibilizar el trabajo con el hogar, a asumir las dificultades laborales surgidas y a intentar reinventarse para subsistir, a cambiar los sistemas tradicionales de formación por otros más individualizados». A muchas más cosas de las que pensamos. Y, entre todas ellas, a «valorar más el trabajo de las personas que velan por la sociedad, tanto el personal de emergencias como el policial, el sanitario y el de recogida de basuras, entre otros».
Pero a esta completa lista de retos superados, de cosas aprendidas, habría que añadir otra de asuntos aún por aprender.
El primero, «valorar más el día a día y a nuestro entorno». Pero hay más: «Asumir los cambios y adaptarnos a ellos sin encerrarnos en nosotros mismos». Entender, y no es moco de pavo, «que no somos el centro del universo, que hay organismos diminutos que pueden acabar con la sociedad tal y como la conocemos». Y, sobre todo, «mantener cierta responsabilidad social y no esperar que el poder establecido nos lo dé todo hecho». La covid debe servir para «reducir la brecha digital» y para «controlar el estrés social que producen estos cambios, asumiendo algunos como provisionales».
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«Nuestra capacidad de adaptación es mayor de lo que creíamos»
Todavía inmersos en la pandemia, «tenemos más presente lo negativo que las lecturas positivas que podamos extraer». Pero para la empresaria de la construcción y vicepresidenta de la Federación Asturiana de Empresarios, María Calvo, «algo sí hemos aprendido: la sociedad, en general, y la empresa, en particular, tenemos una capacidad de adaptación mucho mayor de la que pensábamos». Nuevas medidas de seguridad, horarios, teletrabajo... En los útlimos meses, «hemos tenido que cambiar muchas cosas». Y lo hemos hecho «sorprendentemente rápido».
También se ha perdido el miedo a la digitalización, «dando un importante paso al frente». Un avance para el que no hay ya retroceso:«Ha venido para quedarse».
En casi todos los casos, elogia, empresarios y trabajadores se han esforzado al máximo: «Nunca habríamos dicho que la mayoría de las empresas podría ponerse a teletrabajar en apenas 15 días, pero hemos descubierto nuevas formas de comunicarnos y de trabajar». También insta a valorar «la solidaridad, también empresarial, y el sentimiento de responsabilidad social. Todos hemos intentado responder, en función de nuestras posibilidades».
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«Se aprende más de los fracasos que de los éxitos. El enfoque depende solo de nosotros»
No le gusta a Joaquín Valdés andarse con paños calientes: hasta que la covid no traspasó nuestras fronteras, no nos creímos lo que estaba ocurriendo. Y, ahora, resulta inútil obviar lo grave de la situación. Pero de todo, apunta, «se pueden extraer conclusiones negativas o positivas». «Podemos decidir centrarnos en todo lo malo que esto supone, para lo que no hay que hacer ningún esfuerzo porque nos sale solo, o decidir poner el foco en lo que nos a yuda a rendir y a sobrellevar mejor esta situación». Esta última opción sí conlleva un esfuerzo consciente, que debemos aprender a realizar.
Un ejemplo: las engorrosas medidas de prevención. Mascarillas, distanciamiento social, lavado de manos... son un sinfín de imposiciones que interpretamos como negativas. Pero si pensamos en ellas como «lo que nos ha permitido disfrutar de una calidad de vida mayor a la que tuvimos durante nuestro encierro, quizá consigamos verlas como algo positivo». Todo es cuestión de perspectiva y «la decisión de adoptar este enfoque o el otro depende exclusivamente de nosotros mismos y de nadie más».
Lo ocurrido es, a su juicio, una buena «cura de humildad» para los seres humanos y nos debe «hacer reflexionar sobre cómo se están haciendo las cosas». En un paralelismo con el alto rendimiento deportivo, explica, «si creemos que ya somos los mejores y lo sabemos todo, solo podemos empezar a bajar nuestro rendimiento. No nos podemos relajar».
«Si tomas medidas drásticas pronto, puedes controlarlo»
El biólogo molecular gijonés extrae numerosas conclusiones de lo ocurrido en el último año. «Hemos aprendido que las diferencias culturales importan mucho. Los países que menos han sufrido la pandemia son los asiáticos, donde la sociedad está muy por encima del individuo». Aquí, «todos actuamos en pro de nuestra propia felicidad, economía y privilegios individuales». Además, España ha sufrido una «muy grave» falta de previsión, más justificada en unas ocasiones que en otras. Esto tampoco ha ocurrido en los países asiáticos, donde ya habían superado en los últimos años otras dos enfermedades de coronavirus, el SARS y el MERS. «Afortunadamente para todos, aquellas, que fueron mucho más letales que la covid-19, fueron también de mucha peor transmisión». El caso es que en dichas zonas ya se habían enfrentado a esta amenaza. En esta última crisis sanitaria hicieron lo aprendido en las anteriores. Tenían batas, mascarillas, respiradores y experiencia. Quizá por eso no dudaron cuando surgió la crisis en Wuhan. «Si tomas medidas muy drásticas pronto puedes controlar el virus. Cuando se vuelve pandémico ya es imposible», resume Jorcano. Aparecen, si no se ataja pronto, otros intereses a conciliar. «Entran los factores económicos, porque no puedes tener Europa confinada durante muchísimo tiempo, así que acabas desarrollando un modelo mixto que trata de coordinar la parte sanitaria con la económica». Pero ni uno ni otro. La economía se resiente y los contagios no paran de subir.
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La realidad no se puede obviar: «Entre que los chinos tardaron mucho en decir lo que ocurría y que no les hicimos demasiado caso, perdimos el tren». Pero el mundo ya nos había avisado. «Teníamos que ser muy conscientes de que en el momento en el que hubiera un virus más transmisible no lo íbamos a poder parar, salvo que fuésemos muy rápidos y eficaces». Ahora, toca elegir qué buscamos como país, porque resultó que nuestro sistema sanitario, «desasistido durante años», no era tan bueno como pensábamos.
«Es fundamental estar preparados para dar respuestas tecnológicas rápidas y poner en valor la industria local»
El director gerente de Idonial –fusión de los centros ITMA y Prodintec– solo podía salir en defensa de una I+D+i que ha demostrado ser indispensable en esta y en casi todas las crisis para dar respuesta a problemas de máxima gravedad. «Desde el desarrollo de vacunas a las nuevas tecnologías, a las que hubo que dar forma deprisa y corriendo tras la que se nos vino encima en marzo», fueron vitales. Por eso, hay algo que tras la vorágine no podemos permitirnos olvidar:«Tenemos que estar preparados para dar respuestas rápidas y la tecnología juega un papel fundamental». Ese ritmo es algo, piensa, «que ha venido para quedarse».
Y no ha venido solo. Porque «otro pilar importantísimo es la industria». Ante una situación excepcional como la vivida, en el que un cierre de fronteras nunca imaginado se convirtió en realidad e interrumpió cadenas logísticas y de suministros, «todos vimos la importancia de una industria propia y cercana con capacidad para responder a cualquier reto y fabricar».
Así las cosas, Felgueroso reconoce que la globalización ha tenido ventajas. Y no pocas. Pero el tejido empresarial y tecnológico local «es más que necesario» para poder salir de cualquier atolladero. «Se hizo un inventario de qué empresas hay en España con capacidad de ponerse a fabricar y ojalá hubiésemos tenido más, aunque soy consciente de que es algo muy fácil de decir y muy difícil de hacer», concede. En resumen: innovación, tecnología e industria son la combinación ganadora. Apuesta segura.
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«Ahora podríamos redescubrir la tierra, aprender a respetar el entorno. Entender que el problema del otro es el nuestro»
La artista Carmen Castillo vive en el campo. Y quizá eso sea lo que le ha otorgado una sensibilidad especial para entender que esta «es una oportundidad única para situar a las personas y al planeta como prioridad». Es el momento idóneo, insiste, para «redescubrir la tierra, aprender a respetar el entorno y entender que el problema del otro es el nuestro».
El futuro, está convencida, «debería ser del mundo natural, que es el que manda –tal y como nos ha demostrado– y el que estaba primero». La fórmula que ofrece parece, a priori, tan sencilla como poco explorada hasta el momento:«Sentido común, trabajo y empleo verde para superar la pandemia y el cambio climático». Dos elementos que, advierte, van de la mano.
Apela a la economía circular, las renovables, la investigación, la educación, el desarrollo rural, la comunión –o, al menos, un pacto de no agresión– con la naturaleza. Todo, al alcance de la mano.
«Hemos descubierto que el encierro nos atrofia. Necesitamos relacionarnos»
Lo primero es lo primero. Y para Óscar Gavino, de la plataforma de hosteleros Gijón Reacciona, lo primero es «estar más preparados en el tema sanitario, porque pensábamos que estamos mucho más avanzados de lo que hemos demostrado estar».
Dicho esto, le cuesta extraer muchas más lecciones constructivas del infierno de la covid. «Lo veo tan negro que me cuesta pensar en qué vamos a aprender», confiesa. Sabe, eso sí, que para su sector «es indispensable conciliar los intereses sanitario y económico. Tienen que ir de la mano porque, además, sin uno dificilmente saldrá bien parado el otro». Y sabe, también, que «no existen fórmulas mágicas». Pero la vida de la que disfrutábamos antes de la crisis sanitaria merece la pena y el esfuerzo. «Nuestra cultura es salir, vernos, brindar. Al final, un bar es una gran familia, un grupo de personas –generalmente el mismo– con las que te relacionas», cuenta.
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Cree que en el futuro «habrá que controlar más las grandes masificaciones, las aglomeraciones de gente, pero controlar y mejorar no es cerrar». Y más, ahora, que «hemos descubierto que el encierro nos atrofia, que necesitamos relacionarnos con los demás».
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