La construcción del edificio, obra de Luis Moya dirigida por el gijonés José Díez Canteli, se prolongó entre los años 1948 y 1957. La inauguración se produjo sin actos oficiales.

El lugar que nació para reinventarse

La historia ·

Los avatares de la Universidad Laboral han sido numerosos desde su origen, tanto que no tuvo ni inauguración oficial. Su pasado vuelve ahora convertido en un problema, pero tampoco lo tuvo fácil Girón en su día. La obra no era del gusto del régimen

arantxa margolles

Martes, 18 de febrero 2020, 02:37

Es difícil rastrear los orígenes de la Laboral. Empezando por el primero: parece controvertido el hecho de que la idea surgiera de un accidente minero en octubre de 1946. Para abundar en la leyenda, lo cierto es que fue a principios de abril del 45, año y medio antes, cuando el Consejo de Ministros dio de paso la construcción de un Orfelinato Minero entre Cabueñes y Somió. La iniciativa, según Joaquín Alonso Bonet, había partido del Ministro de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco, y del subsecretario, Carlos Pinilla. Alentados por José María Fernández, 'El Ponticu', los dos 'camisas viejas' pensaron en el orfanato como salida para los «hijos de los obreros de Asturias muertos en accidente del trabajo, principalmente mineros», abocados, de otro modo, a la exclusión social. El de Gijón iba a ser un experimento único en España. Pero no sin piedras en el camino.

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Difícil sería entender, si no mencionásemos el credo falangista de sus impulsores, que el proyecto bebiera de las ideas de Paul Pastur, socialista utópico que, a principios de siglo, ideara en Charleroi lo que fue la base de las universidades laborales para dar cobijo a los hijos de los mineros del Hainaut. Esa fue la premisa sobre la que se asentó el Patronato José Antonio Girón, creado en octubre del 45 para gestionar las obras. Claro que aquí, con el 'totum revolutum' de una dictadura bajo palio conformada por todas las ideologías que pudieran caer bajo el paraguas de la derecha, a la enseñanza laica de Pastur se le añadió una religiosa, proyectada primero por los salesianos –solo sobre el papel– y finalmente por jesuitas.

Las monjas clarisas, cuyo convento alberga ahora la sede de la RTPA, serían las encargadas de la intendencia en una educación diferenciada estrictamente por géneros –solo varones– y centrada en una formación técnica. «Se aspira», se decía, «a forjar un hombre nuevo, que la Patria renacida necesitaba, humano en su sentir y técnico en su hacer». En otras palabras, a obtener «un obrero como arcilla, como mecano, como niño». En 1948, los primeros ochenta millones de pesetas del proyecto fueron invertidos en la expropiación de las fincas, cedidas en su mayoría por familias bien situadas de la sociedad gijonesa, del proyecto que acababa de nacer.

Una inauguración silente

Los primeros alumnos llegaron en octubre de 1955. No medió inauguración previa y el complejo, cuya construcción se había demorado no pocos años por el aumento progresivo de los costes –en 1952 superaban ya los 250 millones de pesetas y finalmente se rondaron los 300–, estaba sin terminar. Aún más, las flamantes buenas relaciones de España con Estados Unidos, la llegada del 'amigo americano', chocaba de frente con las ideas falangistas que, en 1957, acabarían por ser desplazadas por el ascenso de los tecnócratas. Girón de Velasco, el promotor de la Laboral, cayó en desgracia; ya años antes la fundación había cedido el proyecto a la Caja de Seguros de Mutualidades Laborales, incapaz de asumir los crecientes gastos. Si en 1947 EL COMERCIO aseguraba que el orfelinato habría «de constituir un verdadero Escorial a las puertas de Gijón», ahora el entusiasmo parecía rebajarse. De hecho, Franco no llegó jamás a pisar su suelo y lo más cerca que estuvo de hacerlo fue en una visita de Carmen Polo en su primer año de funcionamiento.

Tampoco el proyecto era, una década después, lo que se propusiera en un inicio. Los pagos a la construcción de las Mutualidades asignaron un número de becas fijo para los hijos de los trabajadores de las mismas y, desde 1952, también se reservaban plazas para hijos de otros profesionales, atraídos por la innovación educativa que ofrecía la Laboral en un país que solo ahora comenzaba a despegarse, muy poco a poco, del más clásico catolicismo en las aulas de la posguerra.

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El modelo que nació en Gijón

La vorágine se extendió por toda España. A partir de 1950, el modelo gijonés cruzó Pajares y así nacieron las universidades laborales de Sevilla, Córdoba y Tarragona, solo para empezar (llegaría a haber 21 centros hasta 1976). Deporte, técnica, religión y convivencia se daban la mano en un complejo que, para albergar todo eso, tuvo que ser gigante. Había alumnos desde los diez años de edad; talleres de todo tipo de disciplinas (ajuste y montaje, torno, fresa, rectificadoras, afilado, soldadura...) y formación destinada puramente al ministerio para el que dependía: el de Trabajo. Solo a partir de los años 70 asumió las competencias el de Educación e, irónicamente, eso y la partida de los jesuitas, que rescindieron voluntariamente su contrato a finales de la década, fue el principio del fin. La Laboral, que había formado a muchos alumnos que la sentían como propia hasta el punto de haberse resignificado a sí misma, olvidando cualquier matiz ideológico de su pasado, se estaba muriendo.

Pero la Laboral siempre se ha reinventado. O se ha dejado reinventar. Al abandono paulatino de la mayoría de las instalaciones a lo largo de los 80 y los 90 se le puso freno, precisamente, por la mano del Gobierno del Principado liderado por el socialista Vicente Álvarez Areces, allá por 2001. Ese año, el Principado asumió las competencias del edificio y preparó una intervención integral cuyas obras, iniciadas en 2005, han dado, de momento, sus frutos: la inauguración, en marzo de 2007, precisamente a medio siglo de la caída de su impulsor que obligó a aquella resignificación primera, abundó en la renovación total del complejo. El nacimiento de Laboral, Ciudad de la Cultura, no estuvo exento de polémica, tampoco: nada, en la compleja vida de lo que en su día fuera Orfelinato Minero, ha sido fácil. Tampoco hoy.

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