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Así lo contó EL COMERCIO.

Necrópolis hallada en El Bibio

Unas obras dejaron al descubierto varios restos humanos en los antiguos terrenos de la fábrica de sidra Vereterra y Cangas

Viernes, 17 de noviembre 2023, 01:10

Para los obreros fue un 'shock'. A mediados de noviembre de 1948, mientras se llevaban a cabo obras en la calle Ezcurdia (en unos terrenos pertenecientes antaño a Vereterra y Cangas, y entonces ya propiedad de la Compañía de Tranvías), aparecieron restos humanos. No era la primera vez. Durante el verano de aquel año, otro boquete había dejado al descubierto varios huesecillos, pero el hallazgo, en aquella ocasión, no fue notificado públicamente. Supuestamente por haberse creído «que se trataba de animales allí enterrados, como los caballos de los toros, que solían enterrárseles por los alrededores de la plaza». Parece raro que se confundan huesos humanos con otros de équido, pero eso se dijo. Ahora, la 'humanidad' era indudable: habían aparecido cráneos y, además, bien ordenados, «compuestos en forma de tumba» y hasta con lápidas.

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La antigüedad parecía evidente. Los restos se hacían polvo «a una simple presión que se haga con la mano». Y estaban cubiertos por losas muy toscas. Lógicamente, el suceso dio que hablar, cuanto más con una guerra reciente, y desde EL COMERCIO hubo que tranquilizar al personal: Gijón contaba con una historia tan rica que estos hallazgos no debían verse como algo excepcional. El 21 de noviembre, Fabricio enmendó la plana a los especuladores: había que esperar. «No imitaremos, en la presente ocasión, a los periodistas de marras y esperaremos el dictamen de los técnicos arqueólogos que visitarán las tumbas del Bibio», decía nuestro colaborador.

Altomedieval

En los días sucesivos, siguieron descubriéndose sepulcros. Prevaleció en un primer momento la hipótesis de que perteneciesen a época romana, al estar asociadas con «cierta cantidad de ladrillos redondos parecidos a los que rodean las columnas de las termas romanas, sitas en el Campo Valdés». No era así, pero lo supimos muchas décadas más tarde. A criterio de Carmen Fernández Ochoa, responsable de las excavaciones en Cimavilla a finales del siglo XX, aquellos restos descubiertos en 1948 pertenecían, más bien, a una necrópolis altomedieval. He ahí el misterio resuelto: ni caballos, ni romanos, ni crímenes de lesa humanidad.

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