«Perdimos un país que se llamaba Siria»
Hanna y Samer. Cristiana ella y musulmán él, son dos de los refugiados que han llegado a Asturias huyendo de una guerra que acaba de cumplir diez años. Ella cree que acabará; él no ve el fin
M. F. ANTUÑA
Domingo, 9 de mayo 2021, 02:08
Samer llegó hace nueve años a España; su padre, Jamal, desde un pueblo cercano a Alepo, hace siete que se le unió y ahora está en Gijón, enfermo y sabiendo que posiblemente no volverá a pisar Siria. No tiene nada allí Jamal, de 78 años. Un buen día salió de su piso y cuando volvió ya no estaba. Una bomba se lo había llevado por delante. «Siria ya no existe», clama Samer Mohamed Razouk, su hijo de 44 años, casado con una libanesa y padre de una niña preciosa de cinco años que es española. Como él, que ya tiene la ciudadanía desde hace dos años, que ya se ha resignado a vivir lejos de un país al que mira con una mezcla de amor, rabia, indignación y dolor. Cierto es que cuando la guerra comenzó él ya estaba fuera de Siria, que aquello que parecía otra primavera árabe y en marzo cumplió diez años de contienda sin cuartel y con bandos dispares, le pilló en Emiratos Árabes, trabajando como diseñador gráfico, pero los tentáculos de Bachar Al Assad son tan alargados que su posicionamiento político en su contra le hizo quedarse sin empleo. Tuvo que abandonar el país, consiguió una visa para España, primero se fue a Suecia, luego a Madrid y acabó recalando en Gijón, donde está contento, pero lamenta no tener trabajo. En un país con una lista del paro kilómetrica hacerse un hueco para trabajar siendo extranjero y sin un dominio total del idioma no es fácil. Él es musulmán y sigue estos días el ayuno del Ramadán.
Hanan Albotros, cristiana de madre armenia, tiene 57 años y llegó en enero 2019 a Asturias previo paso por Alemania. Vivía en Jaramana, una localidad cercana a Damasco que en 2012 bautizaron como «la madre de todas las bombas» porque cayeron «más de 30.000». Ella sí conserva su casa allí, pero no tiene prácticamente familia. Todos los suyos han abandonado el país. Yara, Jamil y Tamara son sus tres hijos. Los dos primeros están e EE UU, la última, la pequeña, en Oviedo. Sus hermanos se reparten por el mundo. De hecho, ella aguantó en Damasco hasta que pudo sacar a su madre de Siria rumbo a Australia. Lo sabe todo de bombardeos, de milicias, de ver cómo la ciudad se desmorona. Y añora el barrio cristiano de Bab Touma donde antes de que comenzara la guerra «se estaba mejor que en Europa». Pero llegó aquella revolución «que no fue de paz sino de sangre», llegó el fuego cruzado y la vida se complicó, sostiene que de forma más grave para los cristianos. «Nosotros antes vivíamos muy tranquilos, pero ahora quieren a los cristianos fuera de Siria». Espera que pronto pueda haber una salida, cree que Bachar Al Assad debe abandonar el país, que no deja de ser un «juguete internacional». Y no entiende por qué si otros presidentes cayeron en Egipto, Túnez o Libia, él no. Pero, desde Lugones, donde se ha establecido, ve luz. O quiere verla.
Samer tiene una visión más negativa. Retrata un mundo de corrupción que todo lo salpica y contamina, dibuja un lugar herido para el que ya no hay cura. «Hemos perdimos un país que se llamaba Siria, ya no existe, ya no va a volver», afirma, y explica después que las huellas de la contienda están en todas partes: «Muchos familiares han muerto, toda la familia de mi prima, siete personas murieron por un cohete que cayó en su piso en Alepo; el marido de otra prima, que era afín a Assad, también lo mataron».
Narra que antes de la guerra reinaba la ley del silencio, que nadie podía hablar mal del gobierno, que todo pasaba por el control de la familia Assad, que ahora manda el caos y la corrupción está en todas las facciones enfrentadas. «No se puede vivir en Siria, porque no hay paz, hay mucha inflación, la electricidad se corta seis horas y funciona una, no hay gas para cocinar...». Le queda allí una tía, hermana de su madre, con la que habla una vez al mes, y poco más, puesto que sus hermanos están en Emiratos.
La única solución: «Assad tiene que dejar el poder, no es solo una persona, es un régimen». No sabe si algún día volverá. Ni siquiera sabe si quiere: «Algún día, si todo está bien... pero ahora no veo salida. Es muy duro».
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