El delito y la culpa
Dice el ministro de la Presidencia que se vigilará el cumplimiento de la ley. El peligro de Bildu no está en sus excesos, que serán medidos, sino en nuestra apreciación, en que consideremos normalizada su presencia en la vida política
REYES MATE
Martes, 5 de julio 2011, 04:38
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Bildu no ha decepcionado a los suyos. Más allá de su capacidad de llevar a la práctica muchas de sus declaraciones, ahí están sus gestos que remiten a la ilegalizada Batasuna. La diferencia es que Bildu es legal aunque se trata de una legalización cogida con alfileres que espera confirmación. Su rechazo de la violencia terrorista, defendida hasta antes de ayer, admite dudas. No está claro, en efecto, si tal rechazo es sólo oportunismo político o, por el contrario, está impregnado del espíritu de la ley, de eso que Aranguren llamaba el talante democrático.
Hay una diferencia entre legalidad y legitimidad, entre derecho y justicia. Es una diferencia notable pero que no cabe exagerar pues debe haber una remisión constante de la letra al espíritu, del derecho a la justicia, conscientes de que la letra sólo cubre una parte del daño producido por la acción inmoral. Hay un ejemplo histórico que sigue siendo ilustrativo. En el año 1946 tuvo lugar el Juicio de Nürenberg para juzgar a los grandes responsables de los crímenes perpetrados por el Tercer Reich. Ese mismo año publicó el filósofo alemán Karl Jaspers un libro titulado 'La cuestión de la culpa', destinado a valorar moralmente aquellos daños que causó el mismo crimen, aunque no fueran delitos. Según Jaspers, los crímenes nazis envilecieron a todos aquellos que miraron hacia otro lado, por eso fueron moralmente culpables. Y también hablaba de un culpa política refiriéndose a los ciudadanos alemanes que se aprovecharon de las 'conquistas' de un Estado criminal. Lo que entonces se puso de manifiesto es que el daño que causa el crimen convierte al agente en delincuente porque vulnera un artículo del código penal. Pero hay algo más: el crimen de los delincuentes hizo de cuantos miraron hacia otro lado culpables moralmente; y de los ciudadanos alemanes que se aprovecharon de un Estado criminal, culpables políticamente. Ni la culpa moral ni la culpa política eran tipificados como delitos, pero eran dimensiones inmorales de un acto, que no podían escapar a la mirada de la virtud de la justicia.
La historia viene a cuento a propósito de Bildu porque la violencia terrorista no se substancia sólo en las leyes. El Tribunal Constitucional, negándose a su ilegalización, daba una posibilidad a Bildu de impregnar el cumplimiento de la ley con la moralidad del espíritu de la culpa. Esperábamos gestos que dieran a entender que eran sensibles, más allá de la legalidad, a las responsabilidades morales que arrastran consigo por su pasado violento. Ha habido, sí, gestos, pero en dirección contraria: la prohibición a los escoltas de acceder a los ayuntamientos, confundir el dolor de las víctimas con el de los victimarios, reivindicar la negociación con la banda terrorista, insinuar que ETA acabará cuando ellos digan, etcétera, todo esto evoca a la vieja Batasuna que vuelve sin haber aprendido nada ni nada olvidado.
A Bildu solo le interesa el aspecto legal y, como están limpios, entienden que los demás deben verles como ciudadanos normales. Esa normalización es la forma que ahora toma el olvido, el pasar página. Están a punto de conseguirlo. Es desde luego lo que piensan sus votantes y también muchos comentaristas bienintencionados que todo lo cifran en si cumplen o no la letra de ley. Este enmascaramiento de la culpa bajo la figura de la normalización no escapa, sin embargo, a la mirada de las víctimas. Ellas sí que ven en ellos la señal de Caín. Cuenta la Biblia que Dios castigó a Caín, tras el asesinato de su hermano Abel, poniendo una señal en su frente «para que nadie que le encontrase le matara» (Gn 4,15). El sentido de la señal no era para ser expuesto al maltrato general. Si eso ocurriera se podría pensar que el castigo lavaría la maldad del crimen. La señal estaba pensada para que todos entendieran el alcance social del mal. Caín había vulnerado una ley, por eso era delincuente, pero sobre todo había atentado a la convivencia y eso le comprometía de por vida a trabajar para suturar la fractura social.
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Dice el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, que se vigilará escrupulosamente el cumplimiento de la ley. Claro, lo que digan los jueces es importante, pero más lo que diga la sociedad civil. El peligro de Bildu no está en sus excesos, que serán medidos, sino en nuestra apreciación, en que consideramos normalizada su presencia en la vida política, más aún, en que nos sintamos agradecidos porque de momento ellos ya rechazan la violencia y conseguirán que ETA también lo haga. Ahora, sin la hipoteca de los terroristas, pueden todos los nacionalistas dedicarse a lo suyo que es avanzar en el soberanismo por la vía democrática. Naturalmente que se puede defender el soberanismo democráticamente. Lo que no se debe es olvidar las deudas contraídas. Han causado tanto sufrimiento y tantas injusticias que no pueden lavarse la señal de Caín. El Estado de derecho, al habilitarles políticamente, les ha dado la oportunidad de alcanzar la credibilidad que su historial les niega. De momento, no parece que la estén aprovechando. A los demás nos toca en este delicado momento mirarles con la miradas de las víctimas, que ellas sí que ven lo que Bildu trata de ocultar.
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