Asturias acabará este año con los mismos habitantes que en 1960, pero con un grave desequilibrio
Las tres principales ciudades doblaron su población, mientras las cuencas sufren ahora las consecuencias de un crecimiento acelerado
A principio de junio, EL COMERCIO anunció que, de facto, Asturias perderá el nivel del millón de habitantes en las primeras semanas de este verano, y que acabará 2022 rondando los 995.000 habitantes. Es la misma cifra que la del censo de 1960, cuando la región contabilizaba 994.670 vecinos. Pero ahí se acaban las similitudes.
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Como ya se publicó entonces, la población de hace 60 años era demográficamente sana, con una amplia base de menores de edad (339.175), un número razonable de personas en edad de jubilación (76.505) y una cantidad suficiente de personas en edad de trabajar (569.378). Con más de cinco trabajadores por cada jubilado, las pensiones parecían garantizadas y el relevo generacional, también.
Hoy, los mayores de 64 años son casi cuatro veces más que hace 60 años (268.839), los que están en edad de trabajar son incluso algunos más que entonces (596.300), y el gran problema es que los menores de edad son menos de la mitad que hace seis décadas (146.653), con una tasa de natalidad, además, catastrófica. No hay relevo y, además, cunde el desánimo.
Pero hay otro gran desequilibrio que también diferencia muy sensiblemente la estructura poblacional de Asturias de ambas fechas. En 1960, la región estaba concentrando población en el centro, al calor de la minería del carbón y del nacimiento de la gran siderurgia, detrayendo a marchas forzadas habitantes del entorno rural, a los que se sumaban inmigrantes interiores, fundamentalmente de León, Galicia y Extremadura.
El campo comenzaba a vaciarse. De hecho, entre 1960 y el último padrón, el de 2021 (los datos por municipios aún no son oficiales para 2022) solo ocho concejos ganaron población: Gijón, Noreña, Oviedo, Castrillón, Avilés, Corvera, Siero y Llanera. El resto se han ido vaciando, con algunos casos de derrumbe poblacional manifiesto, dividiendo su población entre cinco en apenas medio siglo.
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¿Dónde está la tragedia? Por una parte, en el vaciamiento numérico, fundamentalmente en el occidente y en los concejos de alta montaña. Cualitativamente, en que además ese vaciamiento se llevó a una parte muy importante de las personas en edad laboral y sus hijos, dejando envejecidos los concejos rurales y haciendo desplomarse allí la natalidad durante décadas. Pongámosle números.
La montaña, la mitad
Este es un proceso que se venía larvando ya no con la revolución minerosiderúrgica de mediados del siglo XX, sino ya desde el siglo XIX. De 1900 a 2021, los concejos de la linde con León (de Ibias a Peñamellera Baja) pasaron de tener 106.933 habitantes (para una población regional de 637.801, es decir, el 16,8% vivía en la alta montaña) a apenas 52.090 (Asturias tenía 1.011.792, así que la tasa había bajado al 5,1%).
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Y ello, teniendo en cuenta que concejos mineros como Lena y Aller subieron en población sensiblemente con la minería y, pese a estar en descenso, aún conservan un nivel de población razonable.
Algo similar le ha ocurrido a las cabeceras de las cuencas mineras. No en Cangas del Narcea, era el cuarto concejo por población en 1900 y al que la minería no le hizo ganar población, pero sí en Langreo y Mieres (también en San Martín y Laviana, que de 1900 a 1960 casi cuadruplicaron sus respectivos habitantes, para bajar ahora a casi la mitad, aunque fondos mineros, prejubilaciones y otras medidas han evitado que el descalabro demográfico fuese total. Otra cosa es la actitud vital que ha creado esa dependencia de las jubilaciones y los fondos en buena parte de los pocos jóvenes que se han quedado en las zonas mineras.
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Esa dependencia es uno de los aspectos más comunmente señalados por demógrafos y sociólogos como un riesgo adicional a medio plazo en dichas comarcas, porque para cuando los titulares de esas jubilaciones vayan desapareciendo –y con ellos, esas rentas– se habrá consolidado una generación con pocos o ningún incentivo para emprender o para trabajar por cuenta ajena.
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Lo peor, con todo, está en los concejos más eminentemente rurales. Es uno casi costero, pero con intensas pendientes en casi todo su territorio, Illano, el que más proporción de población perdió desde 1960, un 85,38% de los 2.189 habitantes que tenía, quedándose en apenas 320. Como Illano, han visto su población dividirse por cuatro o más Allande, Pesoz, San Martín de Oscos, Belmonte, Grandas, Ibias, Ponga, Quirós, Villayón y Yernes y Tameza. Mucho en común en todos ellos.
Y de ese diagnóstico común lo más preocupante no es ya que la población se haya dividido por cinco, sino que, si ya de por sí la pirámide demográfica de la región está invertida, en los concejos rurales se ha pasado de extensas bases de pirámide, con familias medias de cuatro hijos, a pueblos de jubilados, sin apenas niños. Y los niños son el futuro.
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