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«Esto va a parecerse al desierto»

Extrabajadores de los dos pozos cerrados por Hunosa el año pasado reflexionan sobre el futuro

Ruth Arias

Miércoles, 21 de enero 2015, 17:34

Hace no tantos años que había 1.500 mineros subiendo y bajando por el pozo Sotón, uno de los emblemas de San Martín del Rey Aurelio y del Nalón. Hoy, toda Hunosa tiene una cantidad muy similar de personas en nómina. A la firma del último plan, el pasado mayo, la Hullera pública tenía 1.642 trabajadores, de los que algunas decenas ya han ido saliendo, acogidos al programa de prejubilaciones.

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De esos 1.500 se ha pasado a cero. El Sotón ha sido uno de los pozos que ha echado el cierre en 2014, justo en el año en el que celebraba su centenario. Consiguió resistir un siglo. El plan de Hunosa no le concedió más tregua ni más futuro, y con él se llevó a su último medio centenar de trabajadores, quienes fueron integrándose paulatinamente en el pozo María Luisa. Ambos pozos están unidos bajo tierra y han pasado a formar una sola unidad administrativa, el Área Modesta, aunque la verja del Sotón ha quedado cerrada y las taquillas vacías. Si uno quiere ver mineros, tiene que recorrer unos cuantos kilómetros a lo largo del Nalón.

Solo cuatro pozos para las dos cuencas mineras

  • El cierre de los pozos de San Martín del Rey Aurelio y de Morcín reduce aún más el ya escaso número de instalaciones mineras abiertas. Un paseo por la ribera de los ríos de las Cuencas deja ver castilletes abandonados y explotaciones en desuso o convertidas en museos o frustrados centros empresariales. De la minería ya solo quedan migajas.

  • El María Luisa, en Ciaño; el Carrio, en Laviana; el San Nicolás, en Mieres; y el Santiago, enAller, son los últimos supervivientes de una industria extractiva que dio un nombre y una personalidad singular a las cuencas del Caudal y del Nalón. El María Luisa está sentenciado y cerrará a finales de 2016. En dos años quedará únicamente un pozo en el Nalón.

  • En el Caudal la situación no es muy diferente. El cierre del Monsacro deja únicamente dos pozos en funcionamiento aunque ambos, como el Carrio, podrían continuar con la actividad extractiva más allá de ese 2018 que se avecina tan negro.

  • Cuando comenzó a negociarse el plan de Hunosa, la pretensión de la empresa era cerrar todos los pozos ese año aunque, sin embargo, los sindicatos consiguieron arrancar el compromiso de llegar a esa fecha con la posibilidad de mantener algunos de ellos a cambio de adelantar el cierre de otros.

  • Lo que ocurrirá después todavía habrá que debatirlo, aunque depende de múltiples factores, entre ellos la voluntad política de quienes estén gobernando para entonces o el propio mercado energético.

  • Sin los pozos, a Hunosa solo le quedan el lavadero del Batán y la térmica de La Pereda, además de un proyecto de diversificación que aún debe concretarse.

Jairo García apenas estuvo tres años en el Sotón, pero algo tienen los pozos que extienden lazos sobre quienes se sumergen en ellos cada día. «Cuando me dijeron en febrero que tenía que bajar al María Luisa, me apetecía echarme a llorar», reconoce. Luego uno se adapta, pero sigue echando la mirada atrás y sintiendo añoranza cada vez que pasa ante la puerta de un centro de trabajo que es mucho más que eso, es un hogar.

Así lo ha sentido también Catalino Fernández después de pasar más de una década en el pozo entreguín. Jairo es de Sotrondio y había vivido la mina toda su vida. De hecho, su padre había trabajado en el María Luisa y reconoce que «siempre» quiso entrar en la mina. Catalino, sin embargo, llegaba desde Soto del Barco, de familia ganadera y después de pasar por múltiples empleos, desde la construcción a la informática. Entró en el Sotón en 2003, cuando allí había medio millar de trabajadores. Aún recuerda el día, un 1 de octubre que cambió su vida.

«Mi madre llevó un disgusto que lloraba cuando le dije que entraba en la mina», cuenta. Y es que Catalino se había casado con una huérfana de minero que había fallecido en un accidente precisamente en el Sotón.

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Sin embargo, él asegura que nunca tuvo miedo. «Nunca me impresionó bajar en la jaula y saltar a la galería», asegura. Su mujer tampoco sentía ese temor y, de hecho, fue una de las primeras que echó la solicitud de empleo en Hunosa cuando se permitió la entrada de mujeres. Ella se quedó a las puertas.

A lo largo de este tiempo Catalino se llevó algunos «sustos» que no le hicieron echarse atrás. «Un día, barrenando, se pinchó una bolsa de gas y se llenó todo de carbón en polvo. Tuvimos que salir corriendo y dejamos allí todo: chaquetas, bocadillos...», cuenta. En otra ocasión, reparando una galería, una piedra enorme«que parecía estar sujeta», le pasó justo por encima de la cabeza. Pero aunque el Sotón ha estado a punto de quitarle la vida en dos ocasiones, le ha dado algo muy importante: una identidad.

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«La mina engancha», asegura. Y lo dice quien no lo ha respirado desde la cuna, sino que se ha empapado de esta cultura de las Cuencas ya de mayor. «Aquí lo maman, y yo todo eso lo he absorbido», dice. Se confiesa «orgulloso» de ser minero, y de haber podido vivir un ambiente de solidaridad y camaradería como ya quedan pocos. «Es penoso, peligroso y muy físico y siempre necesitas a un compañero. Y eso une mucho», explica Catalino hoy secretario general del Soma-Fitag-UGT en el Nalón quien reconoce haber ido a echar un vistazo a su taquilla vacía en el Sotón. «Tengo otra en el María Luisa, pero no es lo mismo. Me duele que cierren mi pozo», lamenta.

El María Luisa también tiene fecha de defunción: el 31 de diciembre de 2016. Después de eso, en el Nalón quedará un solo pozo activo, el Carrio, y muchos de los trabajadores que aún permanezcan en la empresa tendrán que ser desplazados al Caudal.

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Allí también acaba de vivirse otro drama, el del cierre delMonsacro. Si el Sotón era emblemático por haber sido, hasta hace unos días, el pozo en activo más antiguo de Europa y por sus dos castilletes gemelos, el Monsacro lo significaba todo para el valle del Riosa.

Sin él, tanto Riosa como Morcín se quedan huérfanos. «Está el polígono de Argame, pero tiene poca actividad. Aquí sólo quedaba esto», expone Andrés Vallina quien, pesar de su juventud tiene 31 años ya llevaba nueve en el Monsacro, el mismo sitio en el que había trabajado su abuelo.

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Acostumbrado a ver el pozo desde casa, ahora tiene que coger el coche para desplazarse hasta el Nicolasa, donde se han concentrado todos los trabajadores que operaban en Morcín. «Ahora la plazoleta está sin coches y pronto esto va a parecer el desierto», teme. Es consciente de que, sin los trabajadores del Monsacro yendo y viniendo, el valle tiene poco futuro. Pronto comenzarán a notarlo los comercios y los bares de la zona y Andrés cree incluso que habrá mudanzas a Oviedo o Mieres. «El pozo te sujetaba aquí», apunta.

En su voz se nota un hilo de desesperanza. Dice que «hay que pensar que sigue habiendo trabajo», pero en el fondo reconoce que nada volverá a ser lo mismo. «Yo entré en 2006 con toda la ilusión del mundo y de aquella tenía la idea de retirarme en la empresa». Hoy el futuro se ve con mucha menos claridad, porque varios de los pozos que aún siguen abiertos tienen fecha de cierre y nadie sabe lo que ocurrirá más allá de 2018, un año que está más cerca de lo que parece.

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«Fue el pozo en el que empecé y me hubiera gustado seguir, allí me encontré muy bien», dice José García, otro de los que acaba de abandonar el Monsacro para incorporarse al Nicolasa. Es como si cerraran un capítulo de sus vidas, una parte de su historia, con unas verjas cerradas para siempre que se lo recuerdan diariamente. Sin embargo, en el subsuelo, de esos pozos aún se extrae carbón, sólo que no sale ni del Sotón ni del Monsacro, que han pasado a ser reliquias.

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