«Echamos mucho de menos los besos y abrazos, ha sido un año catastrófico»
Supervivientes del cáncer lamentan que la covid haya reducido sus reuniones y actos de apoyo a las enfermas
YAGO GONZÁLEZ
GIJÓN.
Lunes, 19 de octubre 2020, 01:46
«Cuando me dijeron que tenía cáncer de mama, lo primero que pensé fue que cuántos días de vida me quedaban. No meses, no: días». A Lupe Vega, de 72 años, se le humedecen los ojos al decir esto. La emoción brota al recordar el momento en que le encontraron dos bultos en un pecho y uno en el otro. Pero aquí está hoy, «encantada de la vida», tomándose un café en el Paseo de Begoña, en Gijón. «Me da una gran felicidad ayudar a personas que han pasado lo mismo que yo y ver cómo mejoran», asegura.
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Lupe es una de las impulsoras de La Casa de la Vida Bruno Salvadori, un piso en la calle Covadonga abierto en 2008 en el que supervivientes del cáncer de mama ofrecen información y apoyo a enfermos (no solo mujeres, también hay algún hombre) que padecen esta dolencia, cuyo Día Internacional se celebra hoy.
Cada año, más de 33.000 españolas sufren este tipo de tumor, según la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC). Lo bueno es que los avances médicos de los últimos treinta años han hecho posible que más del 90% de las enfermas lo superen. Es el caso de las mujeres que están al frente de La Casa de la Vida, que lleva el nombre del cirujano italiano que impulsó la cirugía conservadora, un método que permite extraer los bultos sin necesidad de amputar el pecho.
Hasta la irrupción de la covid, la treintena de participantes de la asociación gijonesa se reunía tres veces por semana. «Lo que más necesitan estas personas es que se las escuche, porque no todo lo que están sufriendo lo cuentan en casa», explica la presidenta, Carmen de Gaínza, que no ha padecido el cáncer pero que está bien informada de todas las vicisitudes médicas y personales que trae esta patología, de la que cada año se diagnostica a 860 personas en Asturias, según el Servicio de Salud.
Desde su apertura, La Casa de la Vida ha organizado actos de todo tipo: desfiles, conferencias, mercadillos, lotería... «Este año ha sido catastrófico para nosotras, casi todas las actividades se han cancelado por la pandemia», lamenta Carmen. Desde septiembre, solo se reúnen una vez a la semana, aunque están muy pendientes unas de otras con el Whatsapp. «Echamos mucho de menos el contacto; lo que más añoramos son los abrazos y los besos», dice la presidenta. Maribel López, otras de las cooperadoras, recuerda las palabras que suele decirles la psicóloga que las asiste: «Las terapias de grupo las podemos hacer nosotras mismas en la cocina tomando un café y unos pasteles».
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Hasta hace poco, el cáncer de mama se veía también como una especie de virus. «A algunas ni las abrazaban, pensaban que era contagioso», señala Mila González. «Hace 20 años no estábamos habituados a escuchar la palabra 'cáncer', porque para muchos significaba directamente 'muerte', la tasa de mortalidad era muy alta», remarca Tina Alonso, una histórica activista de los movimientos vecinales, que fue operada hace 18 años. «Es muy importante saber gestionar la enfermedad, porque la enfermedad es la misma ahora que antes, el susto lo llevas igual», asegura.
Contárselo a la familia
Para ahorrar ese susto a la familia, algunas lo mantienen oculto. Así lo hizo Tina: tardó dos años en contárselo a su madre. El padre de Lupe falleció sin saber del calvario de su hija. Mila se encontró ella misma su «avellana» hace seis años, cuando tenía 47, es decir, tres años antes de la edad en que la Seguridad Social hace mamografías preventivas. «Estaba sola en el ambulatorio de Pumarín. La médico me dijo que saliera de la consulta y esperara a que estuviera alguien conmigo. Yo tenía mucho pecho y creía que era grasa. No esperé a nadie y entré». Las palabras de la doctora eran claras: «Es malo. Tienes un cáncer». La respuesta de Mila fue: «¿Cómo se lo digo a mis padres?». Su voz se quiebra al recordarlo. Decidió no darles la noticia. Cuando entró en el quirófano, ya sabía que le iban a quitar un pecho. Ellos no. «Pasé tres meses con ellos mientras duró la quimio, y escondía las cicatrices. Yo me mostraba muy optimista, comentaba con mi madre los pañuelos y las pelucas», relata. Mila rompe en lágrimas: su madre murió hace tres años y su padre, en marzo. Pero recupera pronto la sonrisa: «Me alegro de que lo mío fuera un cáncer de mama y lo detectaran a tiempo, porque hay cánceres mucho peores». Pero, sobre todo, se alegra de haber dado con luchadoras como ella: «Al principio me sentía muy rara allí. Ahora son como mi familia».
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