Ramón A. A. T., con chaqueta, la cara enrojecida y el pómulo izquierdo ostensiblemente hinchado, entra a declarar ante el juez.

El homicida de Castrillón estuvo en prisión hasta junio por haber matado a otro hombre en 2008

Ramón A. A. T. había cumplido seis años en Villabona por quitar la vida a puñaladas a Santiago Dacal en un piso de Valgranda

José Fernando Galán

Martes, 19 de agosto 2014, 08:59

Ramón A. A. T., el homicida de José Antonio Leiva, salió de la cárcel el pasado mes de junio tras cumplir seis años de condena como autor de la muerte de Santiago Dacal López, un hombre 50 años al que apuñaló en un piso de Valgranda en mayo de 2008. Ayer regresó a Villabona. El titular del Juzgado de Instrucción Número 2 de Avilés decretó su ingreso en prisión comunicada y sin fianza, atendiendo el criterio del Ministerio Fiscal, que solicitó tal medida ante la gravedad de los hechos y la existencia de riesgo de fuga.

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La defensa, por su parte, mantuvo silencio. Ni siquiera dijo si alegó defensa propia, atenuante que sí utilizó el abogado que defendió a Ramón A. A. T. por el homicidio de Santiago Dacal, que falleció poco después de llegar al hospital como consecuencias de las puñaladas (al menos dos) que le asestó Ramón A. A. T. en el transcurso de una pelea.

En esta ocasión el crimen se produjo a primeras horas de la noche del pasado sábado en el interior de la chabola, situada en un apartado paraje forestal de Castrillón próximo a la carretera de La Plata que el homicida y el fallecido compartían desde que Ramón A. A. T. abandonó el centro penitenciario en libertad condicional.

Tras consumar el crimen se dirigió a la carretera, distante a unos 200 metros de la chabola, y solicitó ayuda al primer vecino que encontró. Le dijo que el fallecido le estaba dando una paliza y que para defenderse le clavó un palo, que resultó ser un bastón de punta afilada, en el abdomen. Tras ofrecer su versión de los hechos, regresó a la chabola, donde poco tiempo después era detenido por la Guardia Civil, alertada por el vecino.

Una vez realizadas las investigaciones oportunas sobre el terreno los agentes lo llevaron alCentro de Salud de Piedras Blancas para que fuera atendido de las heridas producto de la pelea que, según manifestó el propio homicida, mantuvo con la víctima, y posteriormente al cuartel de la Guardia Civil, donde guardó silencio. Se negó a declarar, y fue recluido en los calabozos a la espera de ser llevado ante el juez.

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Ramón A. A. T. , que cumplió 65 años en julio, llegó a los Juzgados de Avilés poco después de las diez y media de la mañana. Tenía un ojo notablemente hinchado, con un gran moretón bajo el párpado, y diversas erosiones en la cara, lesiones que, según afirma, son producto de la pelea que habría mantenido con José Antonio Leiva, la víctima, de 69 años. Según fuentes oficiales de la Guardia Civil, también presentaba contusiones en cabeza y tronco, en ningún caso de gravedad. Ayer, en el Juzgado, fue examinado por un forense.

José Antonio Leiva era una persona bastante conocida en Piedras Blancas, tanto por frecuentar los ambientes hosteleros como por ser el padre de los cuatro niños cuya madre, María Jesús Jiménez, entonces su esposa, arrojó al mar el 26 de noviembre de 1991, desde la Peñona de Salinas.

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La Peñona

Tenían 11 meses, 5, 7 y 8 años, y los cuatro fallecieron ahogados. Uno de los cuerpos fue rescatado aquella fatídica madrugada, y el mar fue devolviendo los otros tres en los días sucesivos. Leiva, apodado El Rata, fue detenido por su presunta implicación y posteriormente absuelto. Con todo, el juez, Julio García Lagares, lo señaló como una de las personas que llevaron a María Jesús Jiménez a una situación límite, hasta el extremo de que fue capaz de tirar a sus hijos al mar, un cuádruple parricidio que nunca confesó.

La madre declaró que tres de ellos se habían caído al agua mientras jugaban y que el cuarto, el bebé, se le había escapado de los brazos cuando intentaba ayudarlos, y exculpó a su marido. Años después, cuando aún permanecía en prisión fue condenada a 25 años, reducidos a 18 al admitir el juez el atenuante de enajenación mental, de los que únicamente cumplió 10 acusó directamente a Leiva, del que ya se había divorciado. Dijo que la maltrataba continuamente y que aquella fatítidica noche de noviembre estaba en La Peñona y les tiraba piedras.

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La madre fue puesta en libertad en 2001. Quedó bajo tutela de unas monjas y de una asociación benéfica, completó un programa de reinserción de excelsos y fue incapacitada por un tribunal.

Aquel fue uno de los casos que más frescos se mantienen en la memoria del juez García Lagares, ya jubilado. «Aquella mujer no estaba psíquicamente bien», manifestó en una entrevista publicada por este periódico en marzo de 2013, impresión que percibió «nada más interrogarla» pero que no fue compartida por los psiquiatras. Sí por los funcionarios de la cárcel de Villabona, desde donde ella le dibujaba cada año una postal de Navidad, costumbre que mantuvo hasta no hace muchos años.

Una hora

La declaración ayer de Ramón A. A. T. en sede judicial se prolongó más de una hora. Después, en torno a la una y media de la tarde, una vez el juez Badás firmó el necesario auto, salió en un furgón de la Guardia Civil rumbo a la prisión de Villabona, donde en un principio permanecerá hasta que se celebre el juicio por la muerte de José Antonio Leiva.

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La herida que presentaba la víctima era mortal de necesidad, ocasionada por un bastón clavado en la parte superior del abdomen. Cuando los agentes llegaron a la chabola escenario del crimen ya estaba muerto. Se levanta en un paraje conocido como El Ventorrillo, entre la senda que paralela al cauce del río Raíces une Piedras Blancas y Salinas y las vías del tren. El camino que llega hasta ella parte desde las inmediaciones del túnel de la carretera de La Plata. Estrecho y semioculto por la hierba, solo se puede recorrer a pie, en bicicleta o en motocicleta, y termina justo a las puertas de la chabola, a poco más de 200 metros de la carretera. Un tramo antes de llegar, un precinto instalado por la Guardia Civil advierte de que el paso está prohibido.

Fue el camino que completamente a oscuras recorrió Ramón A. A. T. después de acabar con la vida de José Antonio Leiva. Desemboca ante dos viviendas, en una de las cuales estaba el vecino al que comunicó que «había clavado un palo» a una persona que, aseguró, le estaba dando una paliza que calificó de «brutal». Según el vecino, Ramón A. A. T. estaba muy alterado y solicitaba ayuda, por lo que llamó rápidamente a la Guardia Civil.

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El resto de la historia ya se conoce. Los agentes hallaron el cadáver en la chabola y detuvieron al homicida. En ese momento ya se había serenado, incluso se mostró colaborador. Admitió que había sido él quien había clavado el bastón en el abdomen de Leiva, cosa que, siempre según su versión, hizo en defensa propia. Después, ya en el cuartel de la Guardia Civil de Piedras Blancas, cambió de actitud, quizá siguiendo los consejos de su abogado. El caso es que se negó a declarar, cosa que sí hizo ayer ante el juez Badás, al que no terminó de convencer. Decretó su ingreso en prisión como presunto autor de un delito de homicidio, decisión en la que con casi toda seguridad pesó mucho el crimen que había cometido hace poco más de seis años en la persona de Santiago Dacal. Entonces Ramón A. A. T. tenía 58 años y ya acumulaba un amplio historial delictivo

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