Del Bartók, Brahms y Asturias como fondo poético
El pianista Igor Levit con el director Alan Gilbert al frente de la Filarmónica del Elba, protagonizan uno de los memorables conciertos de las Jornadas del Piano
RAMÓN AVELLO
OVIEDO.
Viernes, 16 de febrero 2024, 01:04
Cuando una orquesta alemana lleva en sus siglas la R, es que posee una referencia o un origen radiofónico. La Orquesta NDR de la Filarmónica ... del Elba se fundó en 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial, en Hamburgo, la ciudad a orillas del Elba, en el norte (N) de Alemania (D), ligada a las actividades radiofónicas -aquí la R- promovidas por los británicos con músicos alemanes. La NDR Elbphilarmonie tuvo desde sus inicios grandes directores, entre los que están Eliot Gardiner, habitual de los ciclos de Conciertos del Auditorio, e intérpretes como Jehudi Menuhin que hicieron de una orquesta regional y radiofónica, uno de los pilares más sólidos de la música sinfónica en Alemania y Europa. Ayer, en el Auditorio Príncipe Felipe, la NDR de la Filarmónica del Elba dirigida por su titular, el músico americano Alan Gilbert, lo hemos comprobado fehacientemente en un gran concierto. Una entrada del 80% del aforo para escuchar a una orquesta con una de las mejores cuerdas del mundo. Su colocación sigue los estándares de la colocación vienesa, con los contrabajos a la izquierda del director.
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Igor Levit es un pianista de origen ruso, pero de formación y nacionalidad alemana. Levit es un intérprete vigoroso en las ideas y versátil en los estilos, aunque centrado en Beethoven y la música romántica. Por eso, traer un concierto, de una expresión tan variada como el poco frecuentada 'Concierto N. º3 para piano y orquesta', obra tardía de Béla Bartók, es una sorprendente y afortunada rareza. Frente a la agresividad expresionista de otras obras de Bartók, en este último concierto del compositor reina la claridad formal y una luminosidad íntima, proyectada especialmente en el 'Adagio religioso' central. La versión de Levit fue de una serena introspección. Delicada en los matices y gravitando los tres movimientos del concierto en torno al tiempo lento, 'adagio religioso'. Una página contemplativa e intemporal.
La segunda parte estuvo dedicada a un paisano de los músicos de la Filarmónica de las orillas del Elba: el hamburgués Johannes Brahms y su 'Sinfonía N.º 1 en do menor'. Está claro que una orquesta hamburguesa tiene que haber el mejor Brahms y así fue.
Parecía que los músicos se ponían a vivir juntos de acuerdo, respirando al unísono, mientras el director Alan Gilbert, dirigiendo de memoria, proyectaba una sonoridad compacta, frases muy ligadas y esa cualidad tan brahmsiana en la que parece que todo va conduciendo hacia un clímax final. Ese clímax llegó con el portentoso cuarto movimiento, un prodigio sinfónico desde todos los puntos de vista.
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Con los bravos, el director hizo un gesto señalando con el dedo índice, dar un bis. Empezó el bis como con un rumor de pájaros, una sonoridad nebulosa, sobre la que se iba desplegando muy tenuamente el 'Asturias patria querida'. Un Asturias que iba cogiendo crecidumbre, fuerza pero también lirismo en los sucesivos compases. La versión es una maravilla. Para mi gusto, más evocativa que la que normalmente se toca, la de Leoncio Díeguez y también más poética y entrañable. «¿Quién es el autor de esta bellísima versión?». El director señaló al trombonista principal, Simone Condotto. Por supuesto, el público en pie. Y al final se escuchó un 'bravo' homogéneo salido de las 900 gargantas del auditorio.
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