La belleza de los escenarios imposibles
Atalaya Teatro dio vida ayer en el Campoamor a una de las obras menos representadas de García Lorca | 'Así que pasen cinco años' fue escrita por Lorca en 1931 y pertenece a la trilogía que completan 'El público' y 'Comedia sin título'
ALBERTO PIQUERO
OVIEDO.
Miércoles, 2 de mayo 2018, 00:11
El director de Atalaya Teatro, Ricardo Iniesta, declaraba en diciembre del año pasado a EL COMERCIO, en vísperas de recibir el Premio Serondaya de Innovación Cultural, que «en el sector privado somos unos 'quijotes' del teatro que se hace en España». Aludía al empeño de su compañía en apostar por proyectos de hondo alcance, antes que doblegarse a la comercialidad. Benditos 'quijotes', capaces de edificar la arquitectura deliciosa que en la tarde de ayer llevaron al Campoamor, poniendo en pie la obra de Federico García Lorca, 'Así que pasen cinco años', que siguió en la carrera del escritor a 'El público' y antecedió a la inconclusa 'Comedia sin título', interrumpida por la guerra civil, en la idea de llegar a la trilogía.
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En realidad, lo que ha hecho Atalaya Teatro es recuperar una obra que llevaron a las tablas en el Círculo de Bellas Artes, de Madrid, en 1986, poco después de la fundación de la compañía sevillana.
'Así que pasen cinco años', según consideró el propio García Lorca, debe encuadrarse en el 'teatro imposible', nacido en la etapa surrealista que también dio origen a los versos de 'Poeta en Nueva York', distante de los elementos populares que otorgaron mayor repercusión y presencia permanente a 'La casa de Bernarda Alba' o 'Bodas de sangre'. Lorca anunció que sería entendida mucho mejor cincuenta años después, aunque ayer lo fue por un limitado número de espectadores que acudieron al Campoamor. Sea como fuere, la simbología que abarca el espíritu y el cuerpo de esta obra lorquiana, bajo la inspiración de Atalaya Teatro se convierte en pura belleza. Si se quiere, belleza trágica al tiempo que poética, la belleza de los escenarios imposibles. O de la vida y el amor imposible, que encarna el personaje del Joven, protagonista de la función(Raúl Sirio Iniesta), una personalidad que se humaniza entre la fragilidad y la fortaleza, envuelto por los sueños donde se proyectan el resto de habitantes de la historia, reales a fuer de metafóricos, desde la Novia (Elena Amada Aliaga), rebelde; el Jugador de Rugby (Raúl Vera, que también hace de Payaso y Amigo 1); el Maniquí que cobra vida e imparte lecciones existenciales (Silvia Garzón) o la Criada que nos aligera tensiones con su comicidad (Carmen Gallardo). Todos ellos acuden a las tablas por el patio de butacas, casi como si salieran de la imaginación de los espectadores. El tiempo es otro personaje, invisible, salvo acaso en el juego de cartas final, que es la condena a la muerte, cuando el tiempo se hace ostensible porque deja de ser y el amor ya no tiene prórrogas. La escenografía de Pepe Távora con sus escaleras ingrávidas y sus ventanas espejos proporcionaron las sensaciones oníricas que demanda el texto. Admirable. El público, escaso, cumplió el anuncio de Lorca y aplaudió fervorosamente.
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