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Alejandro Sánchez durante las excavaciones que van arrojando luz sobre la realidad del Castillón de Antrialgo. ADRIÁN PIÑÁN

El castro de Antrialgo estaba sectorizado y la zona norte era la dedicada al trabajo

Los hallazgos en el yacimiento piloñés demuestran que la fundición estaba alejada de las cabañas para protegerse de posibles incendios

Ana Ranera

Gijón

Miércoles, 28 de agosto 2024, 02:00

Las incógnitas que existen alrededor del Castillón de Antrialgo van despejándose, según pasan los años y avanzan los trabajos arqueológicos en la zona. En el ... año 2018, bajo la dirección de Juan Ramón Muñiz, comenzaron las excavaciones en este castro piloñés, donde se acaba de concluir la séptima campaña arqueológica, que estuvo centrada en la ladera norte. En los años anteriores, los profesionales habían estado explorando «la parte oriental» y por allí habían encontrado «plantas de construcciones de carácter doméstico, muchas piezas de cerámica y restos de huesos de animales que habían servido como alimento».

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Nada tienen que ver esos hallazgos con lo que salió a la luz al norte, donde dieron con una muralla aterrazada, es decir, una muralla «que no sobresalía por arriba, sino que tenía la finalidad de contener el terreno y de hacer superficies llanas porque la tendencia natural en Antrialgo es que la tierra caiga», explica Muñiz y aclara que «estos aterrazamientos artificiales estaban rematados con una empalizada». Lo saben porque, durante la campaña arqueológica, encontraron «los hoyos de la empalizada. Vimos tres agujeros muy claros y un cuarto que podría ser».

Es todo un logro que los hayan localizado, ya que «es una forma de cierre muy difícil de documentar porque son estructuras efímeras de madera y los hoyos no suelen verse fácilmente. Nosotros tuvimos la suerte de que se conservaban en el tramo que abrimos».

«Hay espacios abiertos dentro del recinto amurallado que estarían dedicados a la agricultura y la ganadería»

Y no acaban ahí sus descubrimientos, ya que sacaron a la luz también «dos construcciones cuya finalidad no sería doméstica porque no hay el repertorio cerámico que había en la zona oriental ni tampoco la presencia masiva de huesos de animales». Lo que encontraron allí son, sin embargo, «restos de útiles de trabajo», tales como fusayolas, «relacionadas con el trabajo de los telares», y fragmentos de crisoles, «que son los recipientes en los que se metía el metal fundido antes de volcarlo sobre el molde».

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Estos recipientes «duraban poco, ya que se rompían con frecuencia» y los arqueólogos encontraron restos «de cuatro diferentes». Esto hace ver que esta ladera norte «era una zona con hornos en la que se fundía metal» y de la que procuraban distanciarse los habitantes del castro. «No hay ámbito doméstico cercano porque estos lugares solían incendiarse con cierta facilidad, entonces los alejaban de las cabañas donde vivían y los ubicaban en sitios más bien marginales».

Esta decisión es de sentido común y les sirve a los arqueólogos para alcanzar una de las metas de su proyecto, la de «entender la distribución del poblado», señala Muñiz. «Saber que el poblado estaba sectorizado te dice que había una organización, que no eran improvisaciones».

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Había una planificación en este Castillón, cuyas cabañas están fechadas entre los siglos I y II a. C., con lo cual se trataba «de una cultural local de final de la Edad de Hierro, que todavía no había tenido contacto con la romanidad». Además, los arqueólogos tienen sondeadas «partes del castro en las que no hay poblado», pero que tenían «espacios abiertos dentro del recinto amurallado que entendemos que estaban dedicados a la agricultura o a la ganadería», concluye.

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