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Rapsodia napolitana

La primera parte de 'Napátrida', de Erri de Luca, está escrita con una intensidad y una verdad que lo vuelve inagotableMiguel Barrero construye en 'La otra orilla' una historia en torno a las relaciones entre la realidad y la ficción

Viernes, 15 de septiembre 2023, 16:24

Hay ciudades que constituyen por sí mismas un género literario. Venecia, París, Nueva York son quizá los ejemplos más característicos. Nápoles, 'paraíso habitado por demonios', ... según tituló Benedetto Croce uno de sus libros, se puede añadir a esa serie. Y la primera parte de 'Napátrida' -un neologismo poco afortunado que no reproduce el acierto del Napolide original-, que da título al conjunto, es una de las piezas más singulares de la literatura napolitana. Se trata de un texto breve -solo abarca unas cuarenta páginas-, pero está escrito con una intensidad y una verdad que lo vuelve inagotable.

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«Me fui de casa en 1968, a mis dieciocho años, tras una infancia soportada como una cuarentena». Erri de Luca marchó de Nápoles con la intención de no volver, pero a Nápoles lo llevaba dentro. No conoció el famoso mayo del 68 francés, pero sí los poco posteriores disturbios romanos: «En los parques, el otoño del sesenta y ocho era pródigo en paz, en tibiezas, en muchachas de paseo. En las plazas, el otoño estaba teñido del gris de las unidades antidisturbios. Yo venía de una ciudad que me había enseñado la densidad de las multitudes, la destreza para deslizarme en medio de ellas a fuerza de regateos y salto. Me adaptaba fácilmente a otra que incitaba a correr, a cargar, a huir hacia un espacio vacío. Se abría de par en par la nada, el abismo entre las tropas irregulares y las oficiales».

'Napátrida', de Erri de Luca

Traducción de Carlos Gumpert. Ed. Periférica. Cáceres, 2023.

144 páginas. 12 euros.

Los avatares de una vida escasamente convencional, que lleva al autor de la militancia izquierdista a trabajar como albañil o camionero, de conductor de vehículos humanitarios durante la guerra de los Balcanes a los estudios bíblicos, se entremezclan en estas páginas con la descripción de una ciudad amada y odiada, que le ha moldeado para siempre. A Nápoles, a pesar de sus intenciones, volvería en 1980, para ayudar a la reconstrucción tras un terremoto.

Como en el poema de Cavafis, la ciudad iba con él donde quiera que fuera: «He leído a Nápoles a la luz de Jerusalén y la he visto en Mostar entre las casas acribilladas, en las magníficas y miserables caras de los musulmanes eslavos de la orilla este, señores de otra época en medio de irreparables escombros y de muertos enterrados en los jardines. En los enjambres de chiquillos he vuelto a ver a los de mi infancia. Durante la incierta tregua de mayo de 1994, los niños de Mostar oriental salían a las calles a buscar nuestras furgonetas. Correteaban al sol de una guerra que, a lo largo de los meses, los había obligado a estar a oscuras en gélidos sótanos».

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Como variaciones sobre temas napolitanos pueden considerarse las páginas que completan el volumen, que no siempre tienen la fuerza y la intimidad de la pieza inicial.

'Nervios' es un relato costumbrista que vuelve del revés las anécdotas escolares de 'Corazón', el libro famoso de Edmondo de Amicis; 'Comedias', al igual que 'Totò' y 'Eduardo', nos remite al teatro napolitanos; 'Muelle de Mergellina' nos habla del aprendizaje de la soledad frente al mar y el viento: «Es preciso haber vivido el ábrego para poder arrancarse de allí sin dejar nada atrás. Había que llegar a la punta del muelle de Mergellina con la sal en la garganta, de espaldas a la ciudad, con los brazos abiertos y vacíos en forma de cometa, .pero sin cordel. A un muchacho le hace falta estar empapado, no tener nada seco encima. Pocos jóvenes tienen la suerte de poder contar con el extremo de un muelle para que los instruya en el arte de desnortarse».

No podía faltar el capítulo dedicado al fútbol ni, por supuesto, a Maradona, recibido «como un regalo de América del Sur, cual contrapartida de los millones de emigrantes que zarparon desde el muelle de Beverello hacia el Río de la Plata». Tampoco podía faltar el homenaje a un periodista asesinado por la camorra, Giancarlo Siani. Ni el capítulo dedicado al Vesubio: «El volcán es para nosotros más cierto que la estrella polar. Estando dentro de sus casas, no todos los napolitanos saben indicar a través del techo dónde está el carro de la Osa Mayor. Pero todos, en cualquier habitación en la que se encuentren, saben con certeza dónde está el Vesubio. El resto de la orientación desciende de ahí, pues el volcán es un faro plantado en el sistema nervioso».

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'Habladurías' remite a la literatura sobre Nápoles, ejemplificada con un relato de Conrad y unas páginas de Jünger, escritas cuando se alojaba como huésped del Acuario en la Villa Comunale, que representan los dos extremos de la visión de la ciudad: violencia y deslumbramiento, suciedad y barroca maravilla.

Algunas de estas páginas descuidan la intensidad expresiva para convertirse en simples artículos periodísticos. El tono se recupera en el capítulo final, 'Pasta', que contiene una receta para preparar la pasta, como no podía ser de otra manera,,y un escueto autorretrato de hombre solo, y es a la vez un nada convencional cuento de Navidad.

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Si amas Nápoles, no puedes perderte este libro; si lo detestas, tampoco.

Miguel Barrero (1980) siempre acierta a la hora de elegir los temas para sus novelas. En esta ocasión el escritor asturiano ha decidido construir su historia en torno a las relaciones (como él dice, «a menudo confusas») que se establecen entre la realidad y la ficción. Para sostener esta propuesta el autor utiliza un motivo principal, que gira alrededor de Dante Alighieri y su Comedia, y un motivo menor referido a los cuatro años que su abuelo permaneció emigrado en Buenos Aires y de los que ninguna referencia tiene la familia, más que un nombre de mujer susurrado en la confusión de la demencia. El protagonista y narrador es un joven escritor español que ha sido invitado a Buenos Aires para impartir una conferencia y unos talleres precisamente sobre este asunto de realidades y de ficciones. El escritor recorre la ciudad pantagruélica y arisca de Buenos Aires y nos da cuenta de su vértigo cotidiano, de sus ruidos, de su carácter imprevisible o de su Palacio Barolo (edificio emblemático que nació de una ficción y cuya existencia alimenta el misterio de esta historia). A través de los nueve círculos el protagonista descubre, al igual que le ocurriera a Dante, un aquelarre de personas que nunca son lo que parecen ser, que enmascaran su realidad con ficciones diversas, que desprecian la verdad en un juego desmedido de espejos sin reglas. Por la mente del protagonista pasan muchas cosas: conjeturas, suposiciones, argumentaciones, temores, sospechas, dudas, aspiraciones, extravíos, hipótesis desaforadas o divagaciones sin término. Y todo ese diálogo interior conforma el cuerpo principal de la novela, que discurre por los caminos de la confusión y el enredo manteniendo sin desfallecimientos la intriga y tributándole al lector una emoción contenida en un «encadenamiento de trampantojos» por el que el joven escritor se deja llevar como «un insecto que se ve atrapado en una tela de araña» en una pretendida búsqueda sin sentido que parece derivar por momentos en una especie de baile de disfraces. Por momentos es como si la vida se hubiera convertido en un purgatorio y sin posibilidad de redención. Hubo quienes buscaron la fuente de la edad, incluso el arca de Noé o el becerro de oro, y los personajes de esta historia buscan la puerta del purgatorio redentor alumbrados por la obra de Dante, en la que, según ellos, se contienen los códigos o las señales para desvelar el secreto o el misterio de ese tránsito. Barrero trata el lenguaje con delicadeza, pericia y respeto, a la manera que lo hacían los mejores escritores de antes. Evita la adjetivación inútil y sus frases son largas y envolventes y utiliza esta circunstancia de manera inteligente como herramienta efectiva de persuasión. Tal vez la otra orilla no sea Buenos Aires, ni siquiera el Purgatorio de Dante, tal vez la otra orilla sea aquella en la que cada uno es lo que parece ser, no una orilla de realidad, tampoco de ficción, sino la orilla de la verdad.

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