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Xana y Carmen Álvarez Margaride, con la escultura que creó la primera en homenaje a su padre y que se ubica en La Providencia, en Gijón. Arnaldo

José Luis Álvarez Margaride, el gran empresario que sobre todo quería ser buena persona

Se cumplen 15 años de la muerte de José Luis Álvarez Margaride, el que fuera presidente de ThyssenKrupp España. Sus hijas recuerdan a un hombre «que representaba los valores que tiene Asturias»

Sábado, 21 de junio 2025, 23:48

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«Trabajar con tenacidad, vivir con integridad y, sobre todo, ser buena persona». Este fue uno de los últimos consejos que transmitió José Luis Álvarez Margaride a su hija Carmen antes de fallecer, hace ahora quince años. Asturiano de pro y orgulloso gijonés de El Natahoyo, el que fuera presidente de ThyssenKrupp España, y cuyo empeño consiguió la implantación de la multinacional germana en el Principado, combinaba en su persona al directivo riguroso, al amigo fiel, al amante del deporte, del arte y de los animales y también al padre a la vez exigente y orgulloso de sus hijos, a los que quiso transmitir a través de sus logros la importancia del esfuerzo.

Tres lustros después de su pérdida, dos de ellos, Xana y Carmen Álvarez Margaride, se reúnen en La Providencia, al pie de la escultura que diseñó la primera en recuerdo de su padre, un homenaje de muchos, entre los que también destacan la calle que lleva su nombre o el Premio José Luis Álvarez Margaride, que se ha convertido en la gran cita empresarial del año en Asturias. El pasado viernes se entregó por decimocuarta vez, en este caso a Luis Rodríguez-Ovejero, presidente de Satec.

Este galardón fue impulsado en su memoria por Asturias Patria Querida, la asociación que el propio presidente de ThyssenKrupp fundó junto a destacados empresarios, directivos y personas vinculadas al mundo de las finanzas residentes en Madrid, pero con gran vinculación con el Principado. El galardón que se instauró tras su fallecimiento pone de relieve el peso y el carisma que tenía Álvarez Margaride.

«Era un auténtico vividor», en el mejor sentido de la palabra, recuerda Xana, un apasionado «tanto de la vida como del trabajo, ambas cosas las disfrutaba por igual, se comía la vida a bocados».

Cada junio, la asociación Asturias Patria Querida, que él mismo fundó, le recuerda con la entrega de un premio empresarial

Nadie le regaló nada. De familia humilde, combinó trabajo con formación durante prácticamente toda su trayectoria vital. Con solo doce años ya estaba inscrito en la Escuela de Comercio. «Quizás en aquella época fuera más habitual, pero a mí esto me parece increíble», rememora Xana, como también los relatos que le contaba de los animales que tenía en un Gijón mucho más rural que el actual, desde una burrita a gallinas, y también un caballo con el que galopaba a pelo por la playa. «Creo que esa imagen describe perfectamente en lo que se convertiría después, alguien totalmente apasionado, con esas ganas de vivir y de sentir la libertad», con gran vitalidad y espíritu de lucha, hasta el punto de remangarse para construir la primera piscina de lo que luego fue el Club Natación Santa Olaya. De hecho, estaba orgulloso de las fotografías en las que se le ve casi en plena faena con algunos de los amigos que conservaría de por vida y con su hermano, por el que sentía verdadera devoción, al igual que por su madre.

Álvarez Margaride, de pie, segundo por la derecha, con algunos de los jóvenes que participaron en la construcción de la piscina en El Natahoyo.
Homenajde de Amigos de El Natahoyo a José Luis Álvarez Margaride, en octubre de 2009, pocos meses antes de su fallecimiento.
José Luis Álvarez Margaride, en junio de 2008.
Álvarez Margaride, con su hija Carmen, convertida en 'Xanina' del Centro Asturiano de Madrid.
José Luis Álvarez Margaride, con su hermano Roberto; sus hijas Carmen y Xana y el hijo de esta, Coke Pereira Álvarez Margaride, en la ruta del Cares.

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«Creo que representa los valores que tiene Asturias: el trabajo duro, la humildad, la solidaridad y el amor por la tierra. Es algo que siempre tuvo presente y que intentaba reflejar en todos los ámbitos de su vida», explica Carmen, que destaca el papel de su padre por atraer a ThyssenKrupp a Asturias. Ella era solo una niña y se acuerda de cómo le atribuyó la tarea de entregar un ramo de flores a la Reina Sofía en la inauguración de una de las plantas mierenses.

A pesar de nacer y vivir en Madrid, Carmen recuerda su vida aquí. Sus veranos asturianos o cómo su padre traía, de alguna forma, el Principado a Madrid. Con la organización de espichas, gaiteros incluidos, su relación con el Centro Asturiano de Madrid – «tendría cinco años o así, me proclamaron Xanina y me llevaron al escenario a cantar el himno»– o la propia creación de la asociación Asturias Patria Querida. «Era un abanderado de Asturias, allí donde fuera lo que hacía era vender su tierra», rememoran ambas. Y muy de El Natahoyo, orgulloso de los pesos pesados que salieron, al igual que él, de las mismas calles, como Aurelio Menéndez y Pedro Sabando. «Se admiraban mutuamente». Fue especialmente emotivo el homenaje que le hicieron desde el barrio pocos meses antes de su muerte.

Su carisma, su don de gentes, le convirtieron en un puntal en muchos aspectos. Y, cuando nadie hablaba aún de responsabilidad social, él ya estaba comprometido con ella. «Me enseñaba que si puedes ayudar a otras personas, es importante hacerlo». De hecho, Carmen decidió aparcar por un tiempo su trayectoria profesional, más enfocada en la empresa, para montar en Kenia una organización sin ánimo de lucro, Kibera Creative Arts, desde la que promueven talentos locales a través del arte. «Sigue funcionando y este año hemos montado un edificio entero en el que apoyamos a bailarines, artistas, cómicos...».

Separadas por 23 años, Xana y Carmen hacen memoria. A la segunda, la menor, la muerte de su padre le cogió con apenas veinte años, en una etapa más difícil, reconoce, «yo necesitaba mucho su apoyo, era mi pilar y me aferré a sus valores». La mayor suele decirle lo orgulloso que estaría de ella y también de la familia que ha formado. Porque en sus hijos, los nietos de Álvarez Margaride, ven de alguna forma a su padre. Uno tiene su barbilla partida, otro sus ojos... «Me parece que sería un gran abuelo que se fue demasiado pronto, tenía mucho que dar», apunta Xana.

Cada una ha heredado distintas facetas del gran directivo asturiano. La primera, nacida aún en Gijón, la artística. Se ha labrado una carrera que, en parte, explica, es homenaje a su padre. Aquel que la llevaba a visitar galerías, «que no quería decir ver exposiciones», sino ir a la trastienda, donde se dejaba aconsejar y donde se fraguó su pasión artística, que iba desde Orlando Pelayo, Marola y Díaz de Orosia a Evaristo Valle. «Me preguntaba, ¿y este qué te parece? Si eso puedo hacerlo yo», le contestaba. Sin embargo, confiesa que a su padre le costó asumir su elección de estudiar Bellas Artes. «Pensaba, ¡madre mía!, ¿qué va a hacer mi hija con esto?».

Pero le ha ido bien, aunque le entristece pensar que las exposiciones más importantes llegaron después de su muerte. «Sentía que había absorbido toda esa energía y las hacía, de alguna forma, para que volviese. Todas tienen relación con él, pero una en concreto es un homenaje a su persona», señala.

Mientras, Carmen se da cuenta de que le gusta más el ámbito empresarial. En la actualidad, colabora en el desarrollo de una 'startup', Calea, especializada en la optimización de procesos y el diseño de mecanismos de 'blockchain' a través de la inteligencia artificial y gemelos digitales. Una frase de su padre sobre el emprendimiento, publicada por EL COMERCIO en 2005, resulta ahora una especie de consejo de padre a hija. Hablaba entonces de un escenario económico de «incertidumbre» y avisaba de la necesidad de una «búsqueda incansable de competitividad en todos los días de nuestra vida empresarial». «Es el momento en el que me encuentro yo, emprendiendo, innovando, intentando reescribir las reglas de la empresa como él hizo», explica con cierta emoción su hija menor.

Amante del deporte, el arte y la música

Evocan otros aspectos más anecdóticos de su padre: le gustaban las películas del oeste, los libros de historia, la ópera, la música clásica, el golf –afición que no ha calado en sus hijas–, la natación –enseñó a nadar a la mayoría de niños de la urbanización en la que vivía– y las manzanas rojas. También que era «muy sensible», una faceta que escondía. «Se calificaba como un gran tímido, algo que conectaba conmigo, pero con los años desarrolló otras herramientas», asegura Xana. Una concepción de sí mismo que Carmen nunca escuchó de un padre al que consideraba extrovertido.

Y era también un bromista. Siendo Carmen pequeña, en el taller de Xana, que ya exploraba su faceta artística, realizó a modo de manualidad una pequeña figura, «una cabecita muy preshistórica, con muy pocos rasgos definidos», y la hermana mayor decidió llevarla a fundición, pasarla a bronce y regalársela a su padre. Aquella escultura ocupó un lugar privilegiado en su despacho, incluso cuando los Reyes visitaron la planta de Mieres, y enseñaba con orgullo «el Picasso que había comprado», hasta el punto de que más de uno creyó que realmente era una pieza del artista malagueño.

«Tuvo una trayectoria absolutamente asombrosa y todo lo hizo divirtiéndose»

También se retrotraen ambas a sus últimos días, un mes del que «aprendí mucho de él», explica Xana sobre sus conversaciones, la actitud ante la enfermedad, las llamadas a los amigos «que no se dieron cuenta de que se estaba despidiendo». «Se podrían extraer auténticas sentencias de cada párrafo».

Y, entre esas últimas, una que también resulta clave para entender quién fue Álvarez Margaride: «Lo importante en esta vida es dedicarte a lo que te divierte, a lo que te motiva. Nos pidió que nos divirtiéramos», señala también la mayor de las hermanas, que reconoce que no todo el mundo tiene esa oportunidad, pero si existe, hay que aprovecharla, también en el trabajo. Porque esa era su máxima, «tuvo una trayectoria absolutamente asombrosa y todo lo hizo divirtiéndose».

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