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El pecio del 'Maine', en aguas de La Habana.
1898. Hace 125 años.

El asunto del 'Maine'

Cinco días después del hundimiento del buque en La Habana, EL COMERCIO negó que -este hubiera sido producido por España

No tenía ni pies de cabeza, por más que los 'yankis' asegurasen que al acorazado 'Maine' lo habían hundido los españoles, pensar que así había ... sido. Se sabe hoy, como se supo siempre, más allá de los titulares sensacionalistas de aquel «yo pondré la guerra» dizque pronunciado por el magnate de la prensa W.R. Hearst ante la desazón del cronista gráfico que le aseguraba que allí, en Cuba, no había ya casi enfrentamiento militar. Pero si hoy sabemos gracias a la Historia que aquella no fue sino una artimaña para que los americanos tomasen las riendas del conflicto hispano cubano, EL COMERCIO, hace 125 años, y a cinco días de la famosa explosión, lo suponía por muy diferentes causas.

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La principal: la «proverbial hidalguía española» de la que nunca nadie había dudado «hasta ahora que los 'yankees', por conducto del 'New York Journal' » -ese era, desde 1895, el periódico de Hearst- «ofrecen 50.000 'dollars' al que descubra a los autores de la explosión. Porque a ellos les conviene presumir que fue intencionada, aunque la realidad de los hechos proteste contra suposición tan fementida». Ocurría que, y así lo contábamos, tanto la policía como la marina de guerra y mercante o los mismos bomberos habían ido a prestar sus auxilios al lugar del siniestro, un absurdo de ser la metrópoli española la causante del tinglado.

«No 50.000 'dollars', sino triple o cuádruple cantidad nos atreviéramos a contraofrecer nosotros si pudiéramos imitar su conducta», decíamos, «y suponer que existiese un ser humano que por ponernos en inmediato conflicto pudiese ser el cobarde asesino de sus compatriotas». Apuntaba así nuestro diario a la teoría de la operación de bandera falsa, por medio de la cual habrían sido los propios Estados Unidos los causantes de la explosión, en la que hubo que lamentar cerca de 250 muertos. Todos marineros, salvo dos oficiales, «de la coincidencia de que en aquella infausta hora estuviese en un banquete el resto de la oficialidad», apuntamos con malicia. Todo aquello solo buscaba, decía EL COMERCIO, «la toma de posesión de nuestra gran Antilla». Ahí sí que hilábamos fino.

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