Así lo contaba EL COMERCIO.
1947. Hace 75 años.

Un asunto ministerial

La canalización de varios ríos para el saneamiento de la ciudad llegó a altas instancias de la mano de Fernández Ladreda

Uno de los nombres más mentados en la posguerra gijonesa fue, irónicamente, el de un ovetense. José María Fernández Ladreda, a la sazón ya nombrado ... Hijo Adoptivo de Gijón y con avenida propia tras llegar al Ministerio de Obras Públicas, era día sí y día también alabado por todos los medios posibles en una ciudad en reconstrucción. Tocaba, ahora, la labor de canalización del río Cutis, que, según contamos hace 75 años, fue llevada por Ladreda al Consejo de Ministros en pos de «llevar la seguridad al vecindario de una importante parte de la población, y que de tal modo contribuirá a la limpieza y mejoramiento de la ciudad».

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Pero, eso sí, con matices. Porque era necesaria, sí, la obra del Cutis, pero no la única que necesitaba la ciudad. Había, dijimos, «otra necesaria, y aún hemos de decir, más urgente. Es la de las obras de continuación y arreglo de la canalización de Piles». Se había iniciado, pero no terminado, en ese mal endémico que es la eternización de las obras en nuestra piel de toro, y lo poco avanzado amenazaba, ahora, con venirse abajo. «Cada día que pase habrá de representar un avance en el desmoronamiento de lo que costó mucho dinero y mucho esfuerzo, y que contribuye al embellecimiento de una zona que hay que cuidar».

No eran pocos los riesgos. «En el Piles está nuestra ciudad jardín, ahí también está el gran parque de Isabel la Católica que ha de ser justo motivo de orgullo para la ciudad». De modo que, recomendábamos, no cabía dejar «que se abandone y que se pierda la obra que tanto costó y que tanto vale. Estamos segur de que si nuestros elementos municipales llevan este ruego al señor Ladreda, ese de tal comprensivo y lleno de cordialidad por las cosas de Gijón» -donde, al parecer, había veraneado alguna vez- «nos atenderá y se convertirá en el defensor de la necesidad y urgencia de dicha obra». No por menos, en otra parte del suelto, se llegaba a decir de Fernández Ladreda que era «nuestro gran valedor y un hombre que por su gran comprensión e incluso por sus costumbres austeras, de espíritu verdaderamente cristiano y por su gran laboriosidad, siente también la llamada de ese Gijón emprendedor». Ahí quedaba.

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