«Gijón ha perdido casi toda su industria y temo una marcha de Arcelor»
«El 'Petromocho' me olió mal al primer instante. González le decía a Vigil 'solo le pagamos una fabada, no dimitas', pero él fue elegante y marchó»
Nació en Cimavilla en medio de una gran nevada el 19 de febrero de 1944. Con 17 años hacía recados para EL COMERCIO en la ... sede de la calle Corrida. Enseguida dominó el intrincado mundo laboral y sindical de la región. Y su firma destapó el escándalo del contrabando de palanquilla en Ensidesa, el 'Petromocho' que derrocó un presidente, los cierres de astilleros, las soflamas de Villa y las consignas de Rodiezmo. Decano del periodismo escrito gijonés, Chema Fernández Allongo ve el presente, preocupado, con demasiados bares y el futuro, acaso, sin Arcelor.
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–Saludamos al decano de la prensa gijonesa. ¿Pesa el cargo?
–No pesa, porque es un galardón sin retribución.
–¿Cómo se ve el periodismo desde la barrera con 80 cumplidos?
–La veo muy complejo. Hay un exceso de competitividad y los periodistas, con los digitales, hacen noticias a contrarreloj. Hay demasiada velocidad.
–Empezó en tiempos de Carantoña en la calle Corrida. ¿Cómo era aquella redacción?
–Empecé en 1961 con 17 años. Recogía la crónica de Avilés de Ovies en el Alsa de las 10.30 de la noche. Mi hermano Genaro cortaba el teletipo. Yo estaba muy relacionado y empecé a llevar noticias. Trabajaba también para los Sindicatos Verticales haciendo repartos en bici. Un día se retrasó el Alsa y estalló un incendio en las oficinas centrales del Ferrocarril de Langreo. Se cortó la línea de teléfono, hubo que ir en taxi a avisar a los bomberos, los guardias andaban en bici... Di el aviso. Al final, quemó todo.
–EL COMERCIO de Corrida tenía la rotativa a la vista de la calle.
–La gente veía la rotativa y leía las noticias que se ponían con tiza en una pizarra. La redacción estaba en el primer piso, donde había una gran mesa con cuatro máquinas de escribir a cada lado. En esa planta Carantoña tenía su despacho. Y luego el segundo piso, vivienda del anterior director, Adeflor, era el archivo. Entonces la calle Corrida era el gran vivero de la ciudad.
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–¿Cómo recuerda a Carantoña?
–Era un gran paisano, muy humano, pero cuando había un error pegaba unas broncas de la hostia, como cuando en Talleres no entendían su letra y escribían cosas mal. Recuerdo su frase «¿Está entendido? Sí, director». Fumaba como un carretero y la redacción olía a humo. Era buen paisano, serio y friolero.
–EL COMERCIO fue pionero en dar noticias laborales, dando voz a los conflictos obreros.
–Sí, fuimos pioneros y esto supuso un auge importante del periódico porque había mucha conflictividad y los obreros querían leer las noticias. Yo di una de las primeras en 1963: el cierre Astilleros Ojeda. Había seis astilleros en Gijón y este fue el primer expediente de crisis.
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El prestamismo laboral
–Conflictos que trajeron a Gijón a Felipe González.
–Fue en 1976. Había un follón enorme con los astilleros por el prestamismo laboral. Pequeñas empresas les cedían trabajadores sin contrato. Los sindicatos conectan con Felipe, que ya era secretario general del PSOE y ejercía de abogado laboralista. En el juicio el magistrado llama a Felipe y promueve un acuerdo. «¿En qué condiciones?», pregunta Felipe. «Dígamelas usted», contesta el juez. Pide hacerlos fijos y pagar lo adeudado. Ponen fin al prestamismo, pero esto genera una sobredimensión de las empresas y cuando llega la crisis en 1984 explotan. Había plantillas de tres mil y pico, hubo expedientes, protestas, huelgas, cierres...
–La información laboral era pura dinamita.
–Yo tuve tres problemas judiciales a cuenta mis noticias. En una me pedían 168 millones de pesetas porque había denunciado contrabando de palanquilla en Ensidesa. Unos empleados estaban comprando hierro en Polonia y vendiéndolo en Marruecos con albaranes de Ensidesa. Lo publiqué con nombres y apellidos. Me demandan, vamos a juicio y me condenan a pagar 168 millones. Me dice Carantoña: «Tranquilo muchacho, si hace falta vamos a Estrasburgo». La Audiencia me dio la razón.
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–Descubrir el 'Petromocho' en 1993 junto a Ángel González (actual director) y Marco Menéndez fue el gran pelotazo informativo. ¿Por qué sospecharon?
–Una semana antes me avisan del gabinete de Vigil de que va a haber una noticia bomba. Un día nos llaman a Presidencia. Voy. Aparece el francés Maurice Jean Lauze y Vigil y hablan de crear un petroquímica en Aboño con una inversión de 100.000 millones pesetas. Yo había leído por casualidad que Banesto iba a hacer una ampliación capital por 130.000. Pregunté quiénes eran los accionistas y él dijo que el Saudi International Bank. ¡Qué raro! «Tengo la mosca detrás de la oreja director», le dije a Carantoña. Marco mandó un fax al Banco Saudí en Londres y este contestó que no sabía nada de la inversión. Empezó el tomate. El francés había aportado unos documentos con sello suizo y el padre de Marco trabajaba en el Registro, se los mandamos, habló también con Aznárez y dijo que era un burdo falsificado. Al día siguiente mientras todos daban la noticia de la inversión nosotros dábamos el intento de estafa, con las palabras del consejero de Industria, Víctor Zapico, incluidas: 'Os vais a columpiar'.
–¿Qué se siente al cargarse a un presidente del Principado?
–A él lo engañaron y se marchó. Felipe le decía a Vigil «solo le pagamos una fabada, no dimitas». Pero fue un caballero y se fue.
–Dicen que acabó por trabar amistad con el estafador. ¿Síndrome de Estocolmo?
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–Fue expulsado del Ejército por sublevarse contra De Gaulle en Argelia y tuvo que buscarse la vida. Chapurreaba español, porque estaba casado con una alicantina y me daba pena. La vida le había tratado mal.
–En aquellos años jugó un papel crucial José Ángel Fernández Villa, con el que llegó a haber... ¿otro síndrome de Estocolmo?
–Villa hizo una guardia de corps. Hunosa celebraba elecciones para 200 cargos sindicales en sus 17 pozos y los pone todos él, pero no se fía de nadie. Un tío mío fue alto dirigente socialista en la República. El lo sabía y me decía «dile a tu tío que no soy tan malo como dicen». Yo tenía hilo directo.
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–Compaginó ser funcionario en el juzgado de lo social y periodista. ¿Cómo podía con todo?
–En 1974 saco la oposición de oficial del Juzgado de lo Social 1 de Gijón, me gustaba ese mundo. Pero cuando naufragó el 'Castillo de Salas' en 1987 hubo mucha tensión y me dio una angina de pecho. Me operaron en Madrid y me di cuenta de que quería abarcar demasiado, así que dejé el juzgado.
–Tenía, dicen, gran relación con las secretarias, carnés sindicales y una agenda de oro.
–(risas) Las secretarias eran las que me iban contando quién estaba y con quién, así cuando se ponían al teléfono ya sabía algo. A la última de Hunosa, Marisol, le preguntaba: ¿De qué humor está el jefe? Y ella me decía. También estaba afiliado a USO y tenía agenda y buenas relaciones, fundamental para conseguir noticias.
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–En la cita de Rodiezmo se lanzaban soflamas que parecían marcar los destinos de la región.
–El primer año que fui a Rodiezmo a Villa se le cayó una caja de sidra en la cabeza, le llevaron al HUCA y a veces decíamos que igual todo lo que pasó después fue por aquella caja. Rodiezmo marcaba ideología. Aquella cita la pagaba la Caja de Ahorros, donde mandaba el SOMA. Se marcaba una línea política. Si iba a haber elecciones venía Guerra.
–Y la política nacional, ¿cómo se ve ahora?
–Muy mal, tanto la izquierda como la derecha. El más listo ye mentiroso, al que dice una verdad le cae un ojo. No hay por dónde cogerlo.
–¿A dónde va Gijón?
–Pues hay más bares que bancos para sentarse y el turismo son cuatro meses. Siempre se vivió de la industria. Aquí en 1974 había seis astilleros que daban trabajo a 4.000 personas y ahora tenemos Armón, que da trabajo a 200. Así no se puede. En Gijón está desmontándose la industria y salvo Arcelor hay cuatro talleres. Desde 1974 han cerrado 510 empresas en la comarca que ofrecían 8.000 puestos de trabajo. Queda la sidra y cuatro cosas.
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Una sociedad «muy vieja»
–Y Asturias, ¿igual, mejor, peor?
–Tenemos una sociedad muy vieja, nueve hospitales para una región de un millón de habitantes. Hablamos de la hostelería, pero no se habla de Arcelor. El ministro de Industria dijo la payasada de que si quiere marchar que marche. No sabe lo que costó que entrasen multinacionales cuando Ensidesa tenía unas pérdidas de la madre que lo parió. Se perdieron los astilleros, se perdió la capacidad siderúrgica. Yo ahora veo un riesgo grande de que marche Arcelor. Nunca hubo tantas averías porque no hacen inversiones. El futuro para Gijón y Avilés sin Arcelor es la muerte. Si no ven rentabilidad, los indios harán un plan de fuga paulatina.
–Sus 'memorias' rebasan los 5.000 folios...
–Tendré casi 6.000. Estoy haciendo monografías. De Cimavilla, Somió, Tabacalera, la reconversión naval, de EL COMERCIO. Cuento por ejemplo cuando hacen los altos hornos de Avilés en suelo pantanoso, muere gente y el párroco de Llaranes en la homilía pone al Gobierno a caer de un burro. Franco llama a capítulo a José María Fernández Ladreda al Pardo, le echa una bronca de mil demonios y en el expreso de vuelta muere. Al hacer la reconversión traen los hornos para Gijón porque en Avilés se hunden.
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–De publicarse el dossier, ¿habría otro 'Petromocho' o directamente un 'Watergate'?
–Hombre, tengo cosas que no se contaron. No sé qué va a pasar… A ver si salen criptomonedas (risas).
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