Horror en Paredes de Nava

Había ocurrido que, a eso de las dos y media de la madrugada del 11 de julio, el retraso acumulado de dos horas que llevaba el tren correo que se dirigía a Gijón generó la suficiente confusión como para que el maquinista reparase que, a esa hora, debía dar paso al tren rápido de Galicia, que iba rumbo a Madrid. La catástrofe ocurrió en cuestión de segundos, dándose escenas de enorme tensión que hoy conocemos gracias a la hemeroteca. Por ejemplo, la que incumbió a toda la familia del ingeniero de las Obras de El Musel, el señor Luiña, y de su cuñado Fernando. Entre las ocupantes del tren correo se encontraban la madre, dos hermanas, tres sobrinas y la criada del mismo, que se dirigían a Gijón a veranear. «Horrible desgracia. Fallecieron todos», rezó, al día siguiente, un fatal telegrama.

Morirían también en la catástrofe la «esposa del conocido miembro de la colonia americana en Gijón, y opulento capitalista, don Manuel Fernández García», María Costa, de 28 años, que viajaba con su hija de seis años, dada por viva en las primeras noticias pero que en realidad tampoco sobrevivió. En Oviedo se funeraron, con presencia de los miembros de la Cruz Roja, a la familia de Enrique Costa; a Blas Gallardo y a su esposa; a Francisco Villar con su hijo de 13 años y a Felpe y Sixto Armán, padre e hijo. El espacio se queda corto para poder incluir a todos los demás. La tragedia nos sobrepasó.