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Foto de Valentín Vega (1947).
1898. Hace 125 años.

Incómodas realidades

La exigua asistencia sanitaria para los más pequeños generó las críticas de EL COMERCIO al sistema hospitalario local

Lunes, 6 de febrero 2023, 00:46

Lo hicimos a raíz de que, y a trece años de su muerte, Madrid honrase al pediatra Mariano Benavente con una estatua «por el amor ... de las madres y el agradecimiento de miles de enfermitos que le deben la vida». Caía el año 1898 cuando en EL COMERCIO hablamos de tal manera de aquel hombre bueno, que obró «con heroísmo científico contra la muerte que tantas veces amenazó a los desgraciados niños encomendados al cuidado y a la paternal asistencia del cariñoso médico», y que a buen seguro, se hubiera llevado las manos a la cabeza con la situación de la infancia en Gijón. Porque ocurría que en nuestro Hospital de Caridad no existía, para empezar, una sala específica para los infantes: los que ingresaban al cuidado de sus madres más que de los médicos. «El Hospital», denunciamos al tiempo de la loa a Benavente, «no cuenta con recursos para pagar la asistencia especial que exigen los enfermos de corta edad, ni con habitaciones bastante separadas para que el llanto de los niños no turbe la tranquilidad».

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Que la mujer asumiera toda responsabilidad de cuidado sobre el pequeño enfermo tampoco parecía de recibo. Tendría, decíamos, otros hijos a los que atender, «tendrá padres ancianos, tendrá marido (!), o quizás tendrá que ganarse la vida fuera de su casa, en la fábrica de cigarros, en cualquier otra fábrica local, cosiendo o pidiendo una limosna». Siendo como era la clase menesterosa la que por entonces acudía a la sanidad pública -que ahora se preparaba, por cierto, para ser asistida por las monjas de la Caridad-, la única solución para los niños pobres que tuvieran la mala suerte de contraer alguna enfermedad grave era desplazarse... a Oviedo. Con el riesgo, claro está, de morirse por el camino. «Llevar al enfermito a Oviedo no puede ser por falta de tiempo y por falta de recursos. Ingresarlo en el Asilo gijonés, tampoco puede ser. ¿Tenerlo en casa, muchas veces sin manera posible de separarle de sus hermanos (...)? ¿Qué hacer entonces? ¿Dejar que se muera?». Por crudo que sonase, aquella era muchas veces la única salida para los humildes. Cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor.

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