La pública opinión
Una columna en EL COMERCIO sobre los distintos criterios políticos de Gijón afirmaba que aquí había mayoría republicana
Fue aquella una metaopinión, si se quiere. Es decir, una opinión... sobre las opiniones. Se mencionaba mucho, en las tertulias de la villa, eso de ' ... la pública opinión', que venía a ser como cuando hoy aseguramos que algo 'lo dice todo el mundo'. Y en EL COMERCIO vinimos a criticar la generalización. «¡Cuánto se manosea y se parafrasea eso de la 'opinión pública', 'la opinión general' y 'la opinión sensata'! Y sacamos en limpio que no hay más opinión que la de los que se imponen porque mandan, o la de los que mandan porque se imponen; y que la verdadera opinión no toca pito ni flauta en los tiempos que corremos».
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Resulta interesante, para el conocimiento histórico de Gijón, lo que sigue después de esta crítica. Se preguntaba el opinador cuál, entonces, sería el decir de la ciudad. «¿El de los republicanos, que son muchos?», afirma primero. «¿El de los socialistas, que son más?». Solodiecinueve años llevaba, por entonces, el PSOE de trayectoria, pero aún menos la recién nacida Fusión Republicana, que en 1898 aunó a algunas de las muchas tendencias dadas dentro de este seno: blasquistas, de los de Blasco Ibáñez, Partido Republicano Nacional, viejos posibilistas y centralistas se aunarían para las elecciones con un pensamiento también compartido en Gijón: eran, según el crítico, «unas cuantas apreciables personas» en la villa.
Estaban también, por supuesto, los «conservadores de abolengo», «que serán una docena de respetables señores, pero que no van a ninguna parte, ni lo pretenden»; y los conservadores de circunstancias, «que los hay a montones». Carlistas, a 23 años del fin de la última guerra, menos. «Apenas se llaman Pedro», decíamos. Neutros había dos tipos:« por cuquería, que se dejan ir por donde les conviene para que se lo den todo hecho, con tal de que no les anden con la bolsa», o los convencidos, pero no prevalecían. Ganaba la partida, en nuestra opinión, la ideología «de los republicanos o la de los socialistas; eso no tiene duda», pero no mandaba. «Para ser de esa opinión», de la de mandar, asegurábamos con sorna, «lo primero que se necesita es no tener ninguna».
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