Rosario de Acuña, agradecida
La excepcional escritora remitió unas líneas de loa a EL COMERCIO por su gestión informativa en el naufragio de la goleta en el Cervigón
Viernes, 20 de enero 2023, 00:33
Casi tres lustros había vivido doña Rosario de Acuña en Gijón cuando la goleta 'Nuestra Señora del Carmen' se hundió, como comentamos ayer, en aguas ... próximas a El Cervigón. Allí tenía su casa la pensadora, que cedió las instalaciones para el socorro de los náufragos. Creadora pero también lectora, Acuña devoró las crónicas que esos días publicó EL COMERCIO, y le gustaron tanto que decidió comentarlo públicamente. Hace hoy cien años los gijoneses pudieron leer aquellas líneas en nuestra portada. «Le dirijo la presente», se dirigía Acuña a 'Adeflor', director del diario, «para que tenga usted la bondad de dar las gracias más expresivas, en mi nombre, al señor redactor informador de su periódico que en la noche del 16 de enero estuvo en esta casa para tomar noticias del naufragio de la goleta».
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En la crónica, recordará el lector, se daba cuenta de la participación en la tragedia de unos valerosos muchachos, y de la propia de Acuña, que se quitó importancia: su actuación, decía, había sido «insignificante (...) Casi es vergonzoso que se mencione como excepcional caso lo que no puede menos de cumplir cualquier persona de conciencia medianamente racional». La escritora, que también fue periodista, definió la del redactor como «una pluma avezada al periodismo, bien guiada por inteligencia clara y sentimientos delicados», y agradeció al colega -que firmaba anónimo, pero ese día, tras las loas de Acuña, se reveló como Manuel Fernández- haberse puesto «al lado de los que solo son desgraciados y víctimas por el abandono y el egoísmo de los afortunados y vencedores».
Terminaba la madrileña pidiendo la Cruz de Beneficencia, y una suscripción popular acompañándola, para Primitivo Tomás y Arturo Pérez, «que fueron los primeros que en la más absoluta oscuridad, casi sin elementos, y sin conocer el sitio, bajaron por el acantilado dando ejemplo y estímulo para el fin de la obra». Genio y figura, siempre consecuente con sus ideas, terminaba así nuestra más insigne inquilina uno de sus últimos textos: murió cuatro meses después. Su nombre ya era indisociable a la historia de Gijón.
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