Se jubila el domingo
Ataúlfo: «Si no hubiera sidrerías, Gijón sería Alemania»Ataúlfo Blanco y Rosi Vitienes se jubilan poniendo un brillante punto y seguido a 41 años de la sidrería de la calle Cabrales
Ataúlfo Blanco (La Riera, Colunga, 1950) no para de llorar. Cada pregunta abre en él mil recuerdos, coge aire y se quiebra. Luego sonríe y ... contesta. Le cuesta asimilar que el domingo vaya a ser su último día, y el de su mujer, Rosario Vitienes, al frente de la Sidrería Ataúlfo, que abrieron en 1983 y llevaron durante 41 años a lo más alto. «Siempre tuve fama de caro, eso lo pensamos todos, pero también sabes que es una sidrería donde vas a comer bien», se sincera. El lunes, además, cumplirá 74. Si no llega a ser por la presión de las hijas seguro que ahí seguiría.
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–El domingo, último día. ¿Qué siente aquí sentado junto a la entrada?
–Bueno sentado no, porque estoy hablando contigo ahora, pero si no sentado no puedo. Lo mío es movimiento.
–Pues enseguida podrá estar más tranquilo.
–Ahora lo que voy a hacer es leer EL COMERCIO tranquilamente pero ya como cliente. Vivo en el portal de al lado y por cierto los que vienen van a abrir en seguida. Estará cerrado tres días nada más. El jueves vienen a limpiar y preparar todo y el viernes ya abre el nuevo dueño.
–Que es...
–Juan, de Sidra JR, del Alto del Infanzón. Él es nuestro proveedor, muy conocido, una gran persona. Le vendo el local y le traspaso el negocio, que seguirá llamándose Ataúlfo y seguirá con todo el personal que hay ahora salvo mi mujer y yo, claro.
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–Parece un acierto mantener el nombre y el personal.
–Sí porque es un nombre que está muy acuñado. Mi nombre está incluido en el trato (risas).
–Así podrá jubilarse del todo, porque se jubila, ¿o no?
–(Hace un gesto de duda). Cumplo 74 años el lunes y hasta esa edad estaré trabajando. He cotizado hasta el último día. De hecho, fui ayer a la Seguridad Social para ver qué debo hacer.
–¿Qué siente en este instante?
–(Silencio y llanto seco). Un poco de nostalgia, un poco de pena.
–¿Alegría por las cosas bien hechas?
–Bueno y alegría también, pues sí porque para aguantar 41 años...
–¿A qué atribuye el éxito?
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–Esto ha funcionado muy bien. ¿Por qué? Pues con mucho sacrificio, con el buen trato que le hemos dado a los clientes, con respeto, la buena calidad del género y nada más. También estamos en una excelente ubicación.
–Y eso que Ataúlfo no ha sido nunca una sidrería barata.
–(Risas). Siempre tuve la fama de caro. Sí, ha sido una sidrería cara, eso lo pensamos todos, pero es una sidrería donde sabes que vas a comer bien y la calidad hay que cobrarla.
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–Calidad y producto de la mar.
–Sí, mucho pescado y mucho marisco, y luego la sidra. Tuve Mangada, Castañón, Zapatero; ahora llevaré veinte años o más con JR, que es muy buena sidra.
–Al final se ha entendido con su llagarero.
–Sí, exacto. No ha sido una mala solución.
–Gijón es una ciudad totalmente sidrera. ¿Qué ofrece una sidrería que no dé un bar o un restaurante al uso?
–Bueno, que es un poco informal, si quieres tertulia, la confianza que te dan... Cuando entras en una sidrería ya estás casi como en tu casa.
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–¿Imagina Gijón sin sidrerías?
–No. Sería aburrido, muy aburrido, ¿no? Gijón sin sidrerías sería como una ciudad de Alemania, un lugar aburrido, muy aburrido. Nunca estuve allí pero me lo imagino así. (Risas)
–Vamos al principio. Usted nació en Colunga.
–Sí, nací en La Riera. Viví allí hasta los 8 años con mi madre, mi hermano y mis abuelos. Ella iba a comprar pescado a Lastres, caminando, y lo vendía por los pueblos, lo llevaba en el barcal sobre su cabeza.
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–¿Por qué vienen a Gijón?
–(Llora de nuevo). Porque allí había mucha miseria. Cuando vinimos nació mi otro hermano y yo estuve interno unos años en el Hogar San José, donde me cuidaron maravillosamente. Mi madre vendía pescado con un carrín delante del Mercado del Sur.
–Antes de Ataúlfo, tuvo una intensa experiencia hostelera.
–Mis inicios fueron trabajando en el bar Villa, en el Muelle. Era un bar de sardinas y poco más. Se vendían toneladas de sardinas. Estuve detrás de la barra cuatro o cinco años. Luego pasé a Caballito, en Begoña, una freiduría. Luego voy al Mesón de Miqueletos, en Aguado, que era de dos futbolistas, Montes y Alonso. Había un encargado buenísimo, Martín. Con él aprendí mucho.
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–Y entonces se independizó.
–Puse una cafetería con platos combinados, La Criolla, en la calle Uría. Funcionó bien pero queríamos una sidrería y en 1983 nos vinimos aquí mi mujer y yo.
–¿Cómo fue la elección?
–Conocía a los dueños. Era una sidrería que se llamaba Hermanos Ruano. Me la traspasaron y le hice un arreglo bastante grande. Encargué el diseño a Jorge Currás, que es un decorador buenísimo, y quedó muy bien la verdad. De maravilla.
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–¿Empezó como lo conocemos ahora? ¿Con su caché actual?
–Poco a poco. Bueno, fui subiendo poquitín a poquitín.
–Ha pasado mucho famoso. ¿Con quién se ha reído más?
–Pues igual con Juanito Navarro y Ozores. Actuaban en el Jovellanos y vinieron a cenar todos los días. Me reí mucho con ellos.
–¿Con Arturo Fernández también intimó?
–Sí, pero era más serio al principio, muy agradable y acabó habiendo una gran confianza. Pero yo siempre me cuidé de estar con los clientes. No he sido de esos que te avasallan.
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–¿Algún otro que destacar?
–Víctor Manuel, otro señor... Y los políticos, el mejor Areces. Era buenísimo, prudente, muy cercano. Era excelente.
–Ahora hay alguno que parece tener aquí su sede...
–Hombre, ¡Pepín Braña! Tomó el el mando del ambientuco.
–Alguna anécdota...
–Pasaron tantas. Pero estoy bloqueado.
–Y en todo este tiempo, ¿qué papel ha jugado Rosi?
–(Vuelve a llorar). Ha trabajado más que yo.
–¿Tiene ella el secreto de los buenos pescados?
–El pescado no tiene más receta que estar muy fresco y ser de calidad. Es muy agradecido. Si es fresco como si lo pones al vapor. Pero ella ha estado siempre detrás de todo. Cogió muchas cosas de mi madre, que cocinaba de maravilla.
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–Con tres hijas, ¿nadie ha pedido el relevo?
–Ni las hijas ni los yernos. Nadie.
Ellas me animaron a jubilarme porque hace cuatro años me caí y me rompí un hombro, no quedé bien, y luego tuve el ictus, que me dejó un poquito tocado...
–¿Cómo era hasta ahora un día de Ataúlfo?
–Pues me levanto a las siete de la mañana, a las diez estoy aquí, recibo a proveedores y paso aquí todo el día: desayuno, como y ceno aquí. Antes jugaba al mus y al tute por la tarde, hasta que murieron un par de ellos. Así hasta la una o las dos de la mañana. A veces hasta he echado una cabezada.
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–¿Siempre así?
–Hasta que me dio el ictus. Ahora cerramos de cinco a siete y voy un poco hasta casa. Pero sigo comiendo aquí.
–¿A cuerpo de rey o menú?
–Más bien menú del día. Hoy arroz con pollo y callos. Me gustaba todo. Tomo bastante merluza porque es más suave. Pero me gusta todo.
–¿No ha tenido tentación de abusar con tanto vicio en los expositores?
–Abusé un tiempo de las ostras. Un médico que venía aquí me dijo que eran muy buenas y ¡hala! Hasta que me dio un ataque de gota tremendo. Casi me muero de comer ostras.
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