El precio del pan corriente ascendía ya a 1,60 pesetas la pieza de 2,5 kilos.
1897. Hace 125 años.

Subidas inexplicables

No se comprendía el aumento del precio del pan en una época del año en la que solían abaratarse las harinas. Pero así era

Jueves, 17 de noviembre 2022, 00:55

Surgió una gran campaña, en Oviedo, y la secunda EL COMERCIO, para intentar evitar el cierre de la Fábrica de Armas de Oviedo, un centro « ... tradicional en Asturias, y (que) además constituye una verdadera honra de la producción regional».

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«Fue detenido el que dijo llamarse Juan Vega Placer, el cual se confesó autor de un robo de raíles de la Compañía de Tranvías que estaban depositados a lo largo del tendido».

«La soprano Matilde Pérez Berlanga [actuará] en el teatro de la Casa Sindical hoy, a las ocho de la noche». Es parte de la programación de conciertos de AGAI.

Se aceptó, con los votos de PSOE e IU y la abstención del PP, «que Gijón se adhiera a la red de ciudades refugio» para escritores perseguidos o exiliados, como Salman Rushdie.

Era el alimento más básico y necesario para la clase trabajadora: el pan. Y, sin embargo, su precio no hacía más que subir y subir. Para detrimento de las condiciones vitales de los más pobres; para aumento de la carestía, ya hinchada, del país. Y, además, de forma absolutamente incomprensible. Al menos para EL COMERCIO, que hace 125 años esta semana abría una de sus portadas con esta reflexión. No se entendía, decíamos, «cómo en esta época del año, en que por regla se abaratan las harinas, hoy venga sucediendo todo lo contrario, pues de día en día van subiendo tanto de precio, que se hace ya imposible a un bracero que tenga familia pueda alcanzarle el jornal para comprar pan».

Tal era la situación. Hacía años, cuando «la plaza escaseaba en granos, los comerciantes de nuestra villa pedían grandes cargamentos de trigo y maíz al extranjero; en nuestros muelles se observaba gran movimiento y se ocupaban en estas faenas de carga y descarga cientos de obreros, y más tarde se exportaba para la provincia (...) maíz para la de León». Pero todo eso se había acabado y no tendría remedio hasta que los gobernantes no rebajasen los derechos de introducción de cereales extranjeros para su importación a España. Mientras tanto, los obreros pasaban hambre y pintaban bastos para el labrador, quien «en cuanto agote los pocos recursos de la cosecha del maíz tendrá por precisión que deshacerse del ganado de cría por la carestía de su alimentación».

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Llegaba el precio del pan, aquellos días, a 1,60 pesetas en Gijón. Eso costaba el más corriente, el básico; el «que consume la clase jornalera, cuyo peso es de 2,50 kilos», y que no hacía tanto costaba 1,35. «Por las trazas que lleva» (el asunto), «ha de subir más si nuestro Gobierno no acude al remedio», advertíamos, ante la previsible catarsis. «Esto pudiera acarrear consecuencias funestas», si es que no las estaba acarreando ya, y «por eso unimos hoy nuestros ruegos a los de la prensa que nos ha precedido en este asunto, en la seguridad de que nuestros ruegos han de encontrar eco en las regiones oficiales». Ojalá.

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