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Tabacalera afronta la recta final de la obra de urgencia con el plan de usos aún por definir
El equipo de gobierno apuesta por un museo «abierto a otros fines culturales», aunque ve «difícil» concretarlo antes de las elecciones
ÓSCAR PANDIELLO
GIJÓN.
Domingo, 1 de julio 2018, 01:07
Los encargados de darle una nueva vida afirman que ha sido una operación «silenciosa», sin apenas visibilidad pública. Así, mientras el foco político y social se situaba sobre los usos y el futuro de Tabacalera, el equipo técnico se encargaba de tallar y afianzar su esqueleto para que, al final, este edificio histórico pueda convertirse «en lo que la ciudad demande».
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Con 26 meses de trabajos a sus espaldas, lo que antes era un edificio endeble y al borde del desahucio ya ha hundido sus raíces en Cimavilla. Así lo explica el arquitecto responsable de las obras, Román Villasana. «En esta fase se ha estabilizado el edificio en materia de cimentación y estructura, que estaba en un estado muy precario. Y además, se han consolidado todas las estructuras y todos los cerramientos que tenían problemas constantes con el agua. Va a quedar un elemento estable estructuralmente y cerrado a los agentes atmosféricos. A partir de allí, lo que se decida, se decidirá», comenta mientras revisa los trabajos de la planta baja.
Pese a los retrasos en la obras, causados por los descubrimientos arqueológicos, el equipo técnico de la intervención -encabezado por el propio Villasana y la directora general de Coordinación de Infraestructuras, María López Castro- califica el resultado como «tremendamente positivo». «Para consolidarlo, el edificio se mantuvo en el aire durante meses. No se han puesto en valor los méritos técnicos, pero haciendo un repaso la obra ha sido una referencia para muchos, incluso para los investigadores de la Universidad, que han revisado su protocolo de actuación tras su trabajo aquí», añade López.
Los elementos identificativos del edificio son numerosos y variados: desde el aljibe y el pozo de la época romana hasta el antiguo convento de las Agustinas Recoletas. Sin embargo, en estos momentos, la cuestión más debatida pasa por su futuro. ¿Qué uso se dará a los 8.000 metros cuadrados útiles que quedarán tras las obras? «Hay que darle continuidad al proyecto que ya se planteó para convertirlo en museo. Es la gran oportunidad de Gijón. El resultado, eso sí, tiene que compaginarse con otros fines culturales», afirma la concejala de Cultura, Montserrat López Moro.
El debate sobre el plan de usos, sin embargo, hará «difícil» definir el futuro del edificio, al menos, antes de las elecciones. «Patrimonio y la comisión de expertos apuntan al uso museístico como lo más adecuado. De todas formas, cada partido llevará su propuesta a las elecciones y el consenso parece complicado», lamenta la concejala.
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Trabajos de consolidación
En lo que atañe a la estructura del edificio, las novedades respecto a 2016 son notables. A primera vista, desde lo que será la entrada principal del edificio -situada en la cara este y con acceso desde María Bandujo-, ya se pueden apreciar los huecos de los ascensores, que conectarán la planta baja con las dos superiores. El claustro, al que todavía le falta la cubierta de cristal, mantiene las piezas romanas fuertemente protegidas de los tajos con una estructura metálica, lana de roca y una impermeabilización adicional. En el deambulatorio, situado detrás del claustro, ya se ha eliminado la primera planta para dotar al espacio de techos altos y crear la holgura suficiente como para «acoger exposiciones de todo tipo».
Una de las joyas de la obra, sin embargo, es invisible a ojos del paseante. El sótano, creado desde cero tras una excavación que duró varios meses, es ahora un cinturón que recorre el perímetro del edificio histórico a ocho metros de profundidad. En él se albergarán estancias auxiliares, almacenes y «todas las estancias que se necesiten». Asimismo, a través de un montacargas en la zona de la vicaría se podrán introducir mercancías. En la segunda planta, construida en la primera época de la fábrica de tabacos, ya se ha sustituido la antigua cubierta -que contaba con fibrocemento con amianto- por una nueva estructura metálica.
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Pese a la satisfacción por los tajos, la pregunta resulta obligada para el responsable de la obra. ¿Teme que el edificio termine siendo un cascarón sin contenido? «Yo no tengo ningún miedo, la ciudad es quien decide», reconoce Villasana. ¿Y sobre sus futuros usos? «Para mí debería tener una clara vocación pedagógica. El edificio debe explicar su propia historia». El tiempo lo dirá.
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