La vivienda de los obreros

No era moco de pavo hace un siglo. Todo lo demás se había abaratado para que, por primera vez, la clase obrera de Gijón pudiera disfrutar de aquellos últimos adelantos «en sanidad e higiene». Una problemática que en todos repercutiría (para bien). A cambio, la construcción de la 'casa barata' se haría «a base de cemento armado y fábrica de ladrillo», reduciéndose así el espesor de los muros «y recubriendo de losa en toda su superficie de una capa de asfalto para lograr su completa impermeabilización». Los pavimentos de cocina y baño serían de baldosa o baldosín, «y en el resto del edificio de tabla machihembrada de pino tea; de esta misma madera será la escalera que da acceso a la terraza partiendo de la cocina».

En los baños, un zócalo de un metro de azulejo blanco y pavimento de madera sobre empontonado de castaño permitiría, a su vez, aislar la vivienda «del terreno, en evitación de humedades». Todas las estancias gozarían de ventanas -se acabaron los oscuros zaquizamíes interiores- y existía la posibilidad de convertir la terraza superior en un segundo piso. ¿Y el precio? Inmejorable: el grupo de dos viviendas, 17.943,14 pesetas; resultando, así, la casita individual a 8.971,57, que podría liquidarse tras pagar una entrada por el 30% del importe y, a partir de entonces, con pequeñas cuotas a abonar durante 30 años y un mes. Nunca se había visto cosa igual.