«Tendremos que aprender a vivir sin miedo»
Se muestran horrorizados por la masacre perpetrada en lugares que, habitualmente, ellos también frecuentan
A. MORIYÓN / I. ÁLVAREZ / O. VILLA / Y. DE LUIS / S. GONZÁLEZ / J. L. GONZÁLEZ
Domingo, 15 de noviembre 2015, 00:45
Los atentados sorprendieron a muchos de los asturianos residentes en París descansando en sus casas, otros disfrutaban de su tiempo libre en algún bar de la capital parisina y algunos veían el partido de la selección española rodeados de compatriotas. La mayoría, eso sí, no fueron conscientes de la magnitud de lo ocurrido hasta que recibieron las primeras llamadas por parte de sus familiares y amigos, preocupados por su suerte. Y, una vez conocida la envergadura de los hechos, todos se muestran horrorizados por la masacre perpetrada en la sala de fiesta, los restaurantes y las terrazas en las que, quien más y quien menos, había estado en alguna ocasión.
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en contexto
«Había sangre por todas partes»
Uno de los que más de cerca vivió lo ocurrido fue el gijonés Pablo Longoria. Se encontraba en el estadio de Sant Denis por motivos laborales, como miembro de la secretaría técnica de la Juventus, y como todos allí escuchó una de las tres explosiones sin ser consciente de lo que se estaba produciendo a escasos metros. Acostumbrado a los frecuentes lanzamientos de petardos en el fútbol italiano, creyó que se trataba de algo parecido. Muy pocos eran conscientes de lo que estaba sucediendo. «Por suerte, no funcionaba internet ni podías recibir llamadas, porque de lo contrario se hubiese montado un buen follón», reflexiona Longoria, que estaba cerca del palco principal y no reparó en la evacuación del presidente Hollande. El joven asturiano abandonó el recinto antes de que el encuentro finalizase y, por ello, no se enteró de lo sucedido hasta que llegó a su hotel en París.
Carlos García sigue en estado de shock. Avilesino de 37 años, vive desde hace tres a escasos metros de la sala Bataclan, donde ayer murieron más de ochenta personas, y fue testigo del atentado sin saberlo. «Estaba en las proximidades de la sala cuando escuché una explosión y vi luces de la Policía, pero pensé que era una manifestación. Luego vi a la gente correr y una persona gritando: ¡Es horrible, es horrible!. Pero no entendía qué estaba pasando», rememora. En ese momento comenzó a recibir llamadas en su teléfono móvil de amigos y familiares que estaban preocupados por lo ocurrido. Luego, un policía le cortó el paso. «Fue así como me enteré», relata. Se muestra consternado y admite que, aunque existe sensación de seguridad por el gran despliegue policial, tiene «miedo».
En una hamburguesería lejos de la zona de los atentados se encontraba Hugo López, natural de Pravia, cuando los terroristas cometieron la barbarie. «Escuchamos que había habido unos tiroteos y unas explosiones, pero pensamos que había sido algo puntual», recuerda. Fue cuando salió del local y recuperó la cobertura en su móvil, «que echaba humo», cuando tomó conciencia de la gravedad de los hechos. «Han atacado una zona en la que yo he estado más de una vez. Esta vez, por suerte, no cuadró».
También frecuenta esta zona Juan Carlos González, hijo de parragueses y tesorero del Centro Asturiano de París. De hecho, ayer se pasó buena parte del día tratando de ponerse en contacto con todos su conocidos para confirmar que estaban bien. «Uno de mis amigos estaba en la sala Bataclan. Logró salir ileso por la puerta de emergencia tras arrastrarse porque a todos los que se levantaban les disparaban. Esto ya parece Colombia», condena.
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El padre claretiano Arturo Muiño, histórico profesor del gijonés Colegio del Corazón de María, es desde hace ocho años el responsable de la Parroquia de Lengua Española de París, que se encuentra cerca de la Torre Eiffel y a buena distancia de donde ocurrieron los ataques. «Estamos consternados, aunque enteros. Ha sido espantoso». Le preocupa «que pueda aumentar la xenofobia, porque París tiene muchísima gente que no está integrada, y un pueblo como el francés, que siempre fue abierto, está radicalizándose por el lado de la extrema derecha, con Le Pen, lo que es muy peligroso».
El llanisco Pelayo Villanueva lleva seis años trabajando en la empresa pública de ferrocarriles de París. Vive al otro lado del río Sena, pero desde su casa se escuchó el ruido de las sirenas y de los helicópteros que sobrevolaban la ciudad. «Me acuerdo de los atentados de enero, pero ahora es diferente. Hablan incluso de estado de guerra. Nunca he vivido algo así y no sabemos qué va a pasar ahora», dice. Pese a que la tensión en la calle es palpable, reconoce que no se siente más inseguro por vivir en Francia. «Esto también podría pasar en España. Estamos todos en la misma situación», lamenta. No se le escapa a nadie que París fue ya víctima del terror yihadista hace menos de un año, con el atentado contra el semanario Charlie Hebdó. «Es muy heavy que en menos de un año ocurra esto otra vez. Y esta vez no ha sido contra una persona o una revista, ha sido contra la gente que estaba tranquilamente tomando algo en una terraza o viendo un concierto. Es muy fuerte», repiten una y otra vez Juanjo y Adrián Matilla, dos hermanos de Mieres que compiten en un equipo de hockey francés.
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No son los únicos a los que les preocupa que la magnitud de los atentados haya ido a más. «Esto no es un asesinato de un persona concreta, esto fue una masacre», condena Luis Seisdedos, de 36 años y vecino de Oviedo, que trabaja desde 2007 como informático en París. Los atentados le sorprendieron viendo el partido de la selección española con unos amigos lejos de la zona conflictiva, en el Café Oz. Ante el estado de alarma, decidió pasar la noche en el piso de un amigo cercano al bar. Beatriz Pañeda, de San Martín del Rey Aurelio, estudia un master de Historia Antigua desde hace un año en la capital francesa. El viernes estaba en casa cuando la avisaron de lo que estaba ocurriendo, pero no deja de pensar que la masacre tuvo lugar en una zona que ella misma frecuenta con sus amigos. «Tras los atentados de enero las medidas de seguridad ya se intensificaron mucho. No sé qué más se puede hacer ahora», señala.
«Caían como moscas»
También la gijonesa Carmen Lavín, que vive a algo más de dos kilómetros de la sala Bataclan, estaba en casa cuando se cometieron los hechos. Pero, como a muchos parisinos, la tragedia le ha pasado cerca. «Una conocida estaba en el primer restaurante atacado y lo presenció todo. Caían como moscas. También tengo amigos de amigos que han fallecido y otros sin localizar», relata. A pesar de ello, Lavín cree que, «ahora mismo, París es la ciudad más segura del mundo. Hay 1.500 militares en las calles». Además, indica, la personalidad de los franceses hace que nadie quiera doblegarse ante la amenaza terrorista.
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Y ése es el espíritu que ayer también trataba de transmitir la ovetense Elena Expósito, de 28 años, que lleva un año y medio trabajando en una agencia de traducción en París. Ayer se despertó pensando que todo había sido una pesadilla y reconoce que, por prudencia, ha evitado salir a la calle, pero «tendremos que retomar la vida y aprender a vivir sin miedo» porque, precisamente, opina, lo que persiguen los terroristas es «sembrar el terror y que vivamos atemorizados». Es consciente de que París seguirá amenazada por el Estado Islámico, pero cree que las posibilidades de un nuevo ataque son las mismas en la capital gala que en Madrid o Barcelona. «Me sentiría más segura en Asturias», reconoce.
La profesora francesa afincada en Gijón Lucie Bettinger se llevó uno de los sustos de su vida al llegar, precisamente, en la noche del viernes a París. «Se trataba de un viaje familiar, por un cumpleaños, pero me encontré con esto», explica claramente afectada. A Lucie Bettinger se la notaba especialmente preocupada por su cuñada, ya que está embarazada y estuvo cenando a cincuenta metros de donde tuvo lugar uno los tiroteos. «Nos tememos que el estrés haya podido causarle algún daño al bebé», dice. Bettinger, que fue una de las organizadoras de la concentración de la Alianza Francesa de Gijón cuando los atentados de Charlie Hebdó, no sabe «aún si podré volver a Gijón mañana (por hoy), como tenía previsto, porque las fronteras están cerradas».
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Íñigo Ruiz, de San Esteban de Pravia aunque residente en París desde hace 18 años, se enteró ayer por la mañana de lo ocurrido. Reconoce estar consternado pero asegura que, lo que más le preocupa, es que éste no será el último atentado. «Esto es una réplica de la política que se ha llevado en este país, mandando al ejército y dando libertad de entrada en Europa. Ahora esto está cargado de gente fanática», advierte. Raúl Blanco, avilesino que trabaja en París, asegura que los franceses se sienten inseguros y que, tras lo ocurrido el viernes, «la sensación es de que estamos en guerra». Los atentados le sorprendieron durante una cena de trabajo con compañeros, aunque no se dio cuenta de la envergadura de los hechos hasta ayer por la mañana, «cuando vi los 300 'wasap' que tenía interesándose por mí». No obstante, entiende que la gente debe continuar con su vida y él mismo viajará hoy a Toulouse. «Lo voy a hacer, inquieto, pero no pienso parar por el miedo», alega.
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