Don Ángel, ¡ha merecido la pena!

Cuando llegas a la meta, no estás sólo: la has cruzado con un corazón lleno de empeños, de nombres, de historias que para siempre forman parte de ti.

He sido testigo directo de esta historia. Llegué a la vida de don Ángel cuando él tenía 67 años. Él era toda una personalidad y yo un chaval al que, con quince años, llevó al Seminario. He conocido su bravía en sermones y artículos, su implicación en cada niño del colegio de la parroquia, sus lágrimas en los funerales de amigos, su sencillez y humildad en el día a día, su empatía en cada circunstancia que le tocaba acompañar.

Don Ángel me ha enseñado, palmo a palmo, la historia de Avilés, esta ciudad a la que amo profundamente gracias a él. Pero sobre todo, me ha enseñado a tener un corazón de padre: nunca se olvidó de cada feligrés, de cada alumno de San Nicolás, de sus familias. Su orgullo era el éxito de cada alumno, como cuando Juan José Blanco Salvador se convirtió en el primer alumno sacerdote del colegio.

Los dos hemos compartido destino, también nuestro carácter fuerte, pero a los dos nos ha unido un amor entrañable, del que no me siento, sinceramente, merecedor.

Don Ángel ha muerto en mis brazos, como vivió tantos días. Fui partícipe de muchas de sus metas: colegio, guardería, Semana Santa, parroquia, Mártires de Nembra... Pero cruzó la meta cogido de mis manos, sabiendo muy bien que no eran las mías, sino las de cada uno de sus feligreses, de sus muchos amigos...

Y después de cantar con él 'Estrella de los Mares', en su último suspiro, le dije, no en mi nombre sino en nombre de todos:

«Don Ángel, gracias por todo y por tanto, cruce la meta, ¡ha merecido la pena!»