Todo el que conoce la figura de Torcuato Fernández-Miranda sabe tres datos de su biografía: fue catedrático, fue político y fue asturiano. Su origen ... es conocido porque él hizo gala de esta condición a lo largo de toda su vida. El momento más popular, quizá, fue el día en que lo destacó para reivindicarse a sí mismo y explicar por qué no había sido ratificado como presidente del Gobierno tras el atentado de Carrero Blanco. El franquismo más continuista nunca se fio de su independencia -«cualquiera menos Torcuato»- , así que asumió la decisión y recogió los bártulos, pero antes de irse pronunció un discurso alegórico que ya ha pasado a la historia.
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-«Se ha dicho que soy un hombre sin corazón, frío y sin nervios. No es verdad. Lo que sucede es que soy asturiano».
Pero su asturianía no fue sólo de palabra. Las huellas de Fernández-Miranda -que ayer fue reconocido con entusiastas palabras por el alcalde de Madrid en la inauguración de su plaza en la capital de España- están por todas partes, empezando por la calle de la Merced de Gijón, donde nació en 1915.
Gijonés de pro, huyó de la rivalidad con Oviedo. Las consideraba sus dos ciudades entrañables
La de Madrid es la primera plaza dedicada a su memoria, pero en su ciudad natal ya hay una importante avenida que él mismo se ocupó de inaugurar en 1973: «Y ahora, de pronto, es como si mi nombre dejara de ser mío y se hiciera parte de mi ciudad, esta villa de Gijón, precisamente la ciudad que para mí es la más hermosa del mundo». Y añadió, con un humor que él podría haber definido como asturiano: «Me siento un poco responsable de lo que en ella ocurra». Gijón le nombró hijo predilecto y le entregó la medalla de oro de la villa porque como ministro contribuyó al crecimiento de la ciudad: el Grupo Cultura Covadonga, las ayudas al Club de Natación Santa Olaya, la municipalización del estadio de El Molinón, el Parador Nacional o el campus universitario.
Gijonés de pro, Torcuato huyó siempre de la rivalidad con Oviedo. Las consideraba sus dos ciudades entrañables y creía que eran -y son- perfectamente complementarias. En una nació y creció; en la otra estudió y formó una familia. En su juventud, dos experiencias le golpearon y formaron al hombre que fue. La primera tuvo lugar en Oviedo, el 11 de octubre de 1934: la Revolución de Asturias arrasó con la capital del Principado e incendió la biblioteca de la universidad, en la que había pasado tantas tardes durante primer año de universitario. Con la frente apoyada en la ventana vio las llamas arrasarlo todo.
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La segunda experiencia tuvo lugar en Gijón en de julio de 1936: tras el golpe de Estado de Franco, su padre y tres de sus hermanos fueron encarcelados por la única razón de ser una familia tradicional y religiosa. Él se libró porque cuando llegaron los soldados se encontraba estudiando en la buhardilla y nadie reparó en ello. Gracias a la conjunción de ambas experiencias, Torcuato descubrió que su ambición intelectual era insuficiente ante un mundo en crisis: debía asumir un compromiso como hombre de acción. Fue entonces, entre Oviedo y Gijón, cuando nació una vocación política que con los años le llevaría a ser el hombre de Don Juan Carlos para el proceso de Transición.
En 1946, tras un periplo universitario que le llevó a París, Bolonia y Madrid, se convirtió en el catedrático más joven de España. Pudo elegir destino, y cómo no, optó por Oviedo, no sin antes enviar un telegrama a su novia, Carmen Lozana: «Prepara boda. Saqué cátedra». No es un whatsapp, pero se le parece. Eran otros tiempos. La boda se celebró en Gijón.
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Sus clases eran como profesor en Oviedo eran distintas a las habituales de la época: explicaba Derecho político sin detenerse en el sistema franquista, hablaba de Estados Unidos y de la Unión Soviética y sorteaba hábilmente la censura: el manual era el de Manuel García Pelayo y el intelectual más citado, José Ortega y Gasset, ambos proscritos por el régimen. Cuando 'el Tato' daba clase, las aulas se llenaban con estudiantes de toda la facultad. Su prestigio creció hasta que, inesperadamente y con menos de cuarenta años, fue nombrado rector. Palabras mayores. Su designación llevaba aparejado el nombramiento como procurador en Cortes, por lo que enseguida viajó a Madrid. Lo que Torcuato no sabía cuando salió del despacho del presidente de la Cámara es que desde allí y muchos muchos años impulsaría la obra jurídica y política más importante de su vida: la Ley para la Reforma Política, la llave maestra de la Transición. Su pensamiento político lo resumió en una frase: «De la ley a la ley a través de la ley». De nuevo un asturiano, y admirador de Jovellanos, fue protagonista en la historia de España.
Como rector, Fernández-Miranda desarrolló una convicción: llevar la universidad a todos los rincones de Asturias, la educación y la cultura como vía principal para el progreso social. Para ello, recuperó los cursos de extensión universitaria, una iniciativa que enlazaba con la Institución Libre de Enseñanza y con otro grande de Asturias: Leopoldo Alas 'Clarín'. En realidad, dos: el novelista, proscrito también por el régimen por anticlerical, y su hijo, rector de Oviedo fusilado en 1937. Torcuato no dudó nunca en reivindicar a ambos, tanto en privado como en público.
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El momento cumbre de su preocupación por el avance de sus las dos grandes ciudades asturianas fue el impulso que dio, como rector en Oviedo, a la fundación en Gijón de una institución cultural. Y así nació el Ateneo Jovellanos, referente aún hoy en la ciudad. En el acto de inauguración, en el que participó el filósofo Julián Marías, Torcuato pronunció una frase que define su pensamiento académico: «El intelectual tiene derecho a equivocarse, pero no a mentir».
Persona de discursos categóricos y meditados, resulta fácil hallar una última frase que resuma su apego a Asturias. Fue titular de portada en la revista Asturias Semanal en los años setenta: «Soy asturiano por los cuatro costados». Y era verdad.
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