Cáscara navideña y paradoja cristiana
El cristianismo es la mejor garantía del mantenimiento de una esfera propiamente secular, pues, contrariamente a otras grandes religiones, nunca ha impuesto al Estado un ordenamiento jurídico derivado de una revelación
Las ciudades están preciosas con sus luces de Navidad. La decoración navideña representa quizá la expresión más conseguida de arte urbano. Si a eso le ... unimos los belenes, los villancicos, los regalos, los turrones, los menús excesivos y los buenos sentimientos que en estas fechas afloran por doquier, nos encontramos con una idílica atmósfera de felicidad y bondad. Ciertamente, la soledad y el recuerdo de los que ya no están hacen penosas estas fiestas a muchas personas. Además, la sociedad cree cada vez menos en el sentido originario de estas fiestas. Para muchos, en efecto, la Navidad no pasa de ser, en el mejor de los casos, un hermoso relato poético para alimentar nuestros mejores sentimientos.
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Siento verdadera curiosidad por saber qué les dicen ahora los padres a sus hijos pequeños en estas fiestas, cómo les explican a qué se debe tanto adorno y jolgorio, qué es lo que se celebra realmente. Se trata de una curiosidad legítima porque la práctica religiosa de los españoles de entre 30 y 44 años es francamente baja. El 60% no van nunca a ninguna ceremonia religiosa y otro 12% van una sola vez al año o alguna vez que otra a lo largo de varios años. El 70% se declaran poco o nada religiosos. Todo esto explica que los matrimonios por la Iglesia representaran en 2019 el 21% del total y que los niños que recibieron el bautismo fueran menos de la mitad de los nacidos.
Así, pues, estos padres y madres, si tienen algo de cultura, les dirán a sus hijos, supongo, que lo que se celebra con tanto esplendor es el nacimiento de Jesús de Nazaret, fundador de la religión cristiana, según la cual Jesucristo es el mismo Dios que, sin dejar de serlo, se ha encarnado y hecho hombre; algo que gran parte de esos padres no se creen. Da la impresión, por tanto, de que la Navidad es ya pura cáscara sin nada dentro, una especie de animal disecado.
¿Tiene sentido, entonces, seguir celebrándola? Los más laicistas entienden que no. Muchas personas seguramente lo aceptan porque a nadie le amarga un dulce o, sobre todo, porque es una tradición. Otras, sin ser creyentes, valoran la huella cristiana que permanece en nuestra sociedad y consideran que lo mejor que esta tiene procede de su raíz cristiana. Entre ellos se encuentra Joseph Weiler, Premio Ratzinger 2022. Weiler es un reconocido constitucionalista estadounidense, judío practicante, conocido, entre otras cosas, por haber representado ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos al Estado Italiano en su defensa del derecho a poner crucifijos en las escuelas públicas. La defensa de Weiler fue eficaz y el tribunal europeo dio la razón a Italia.
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Weiler ha hablado recientemente en España de la 'trinidad europea', para referirse a los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho. Y advierte que esa 'trinidad' puede convertirse en puro envoltorio si los valores en los que se asienta, la religiosidad entre ellos, dejan de estar presentes en la vida de los europeos. El jurista norteamericano sostiene que si desaparece la Iglesia, se pierde una potente voz que nos recuerde nuestra responsabilidad de cara a los demás. De forma similar se manifestaba Benedicto XVI cuando afirmaba que la cultura política de la democracia necesita alimentarse de un ethos social, de una encarnación práctica en los miembros de la sociedad, que la haga posible.
Por mi parte, deseo añadir otro punto sobre la impronta cristiana de Europa y de Occidente, que no deja de ser paradójica. El cristianismo es el que introdujo el revolucionario principio de separación entre religión y política, entre poder temporal y religioso. Ciertamente, las naciones cristianas a lo largo de veinte siglos han contradicho en la práctica de manera reiterada este principio, pero la propuesta de Jesucristo de dar al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios nunca ha dejado de ser la referencia inspiradora básica, por más que en muchas ocasiones tal principio haya sido retorcido por los cristianos de manera infame. El dualismo cristiano, a la vez que garantiza la legitimidad de un poder temporal no religioso, representa la defensa más eficaz de la libertad personal frente a la voracidad del poder.
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La paradoja cristiana estriba, aunque casi nadie parece reparar en ello, en que la afirmación de un ámbito propiamente secular es un invento cristiano. Y es que, como enseñaba Benedicto XVI, el cristianismo -una creencia religiosa- es la mejor garantía del mantenimiento de una esfera propiamente secular, diferenciada de la religiosa, pues, contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. Así, pues, continuemos celebrando la Navidad, aunque solo sea para tener un lugar al que volver cuando la barbarie sea completa.
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